Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre. Gonçalo M. Tavares

Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre - Gonçalo M. Tavares


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      GONÇALO M. TAVARES

      UNA NIÑA ESTÁ PERDIDA EN SU SIGLO EN BUSCA DE SU PADRE

      TRADUCIDO POR

      PAULA ABRAMO

      NARRATIVA

      DERECHOS RESERVADOS

      © Gonçalo M. Tavares, 2014, publicado por acuerdo con el agente literario Mertin Inh. Nicole Witt e. K., Fráncfort del Meno, Alemania

      © 2018 Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

      Avenida Patriotismo 165,

      Colonia Escandón II Sección,

      Delegación Miguel Hidalgo,

      Ciudad de México,

      C.P. 11800

      RFC: AED140909BPA

      © 2018 De la traducción: Paula Abramo

      www.almadia.com.mx www.facebook.com/editorialalmadía @Almadía_Edit

      Primera edición: noviembre de 2018

      ISBN: 978-607-8667-77-2

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

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      GONÇALO M. TAVARES

      UNA NIÑA ESTÁ PERDIDA EN SU SIGLO EN BUSCA DE SU PADRE

      TRADUCIDO POR

      PAULA ABRAMO

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      Almadía

      I

      LA CARA

      I. LA CARA

      Imposible no fijarse en aquella cara. Esa cara redonda tan característica, ojos y mejillas enormes. Una discapacitada –¿o un discapacitado?, a Marius le costó trabajo distinguirlo–. A primera vista parecía una niña, sin duda –¿de cuántos años?, ¿quince, dieciséis?–, pero después, mirándolo/mirándola con más atención, se diría que era un muchacho. No. Una muchacha.

      En las manos tenía una pequeña tarjeta. Marius se olvidó de su prisa y se acercó a ella. La muchacha sonrió y le entregó la tarjeta. Estaba escrita a máquina.

      BRINDAR SUS DATOS PERSONALES

      1. Decir su nombre de pila.

      2. Decir si es niño o niña.

      3. Decir su nombre completo.

      4. Decir los nombres de sus padres y hermanos.

      5. Decir dónde vive.

      6. Decir en qué escuela estudia.

      7. Decir cuántos años tiene.

      8. Decir cuándo es su cumpleaños.

      9. Decir de qué color son sus ojos y su pelo.

      Marius sonrió.

      Preguntó:

      –¿Cuál es tu nombre de pila?

      –Hanna.

      –¿Eres niño o niña?

      –Niña.

      (Se le enredaba la lengua, pero Marius alcanzaba a comprender lo que decía.)

      –¿Y tu nombre completo?

      –No.

      –¿No me lo quieres decir?

      Ella no respondió.

      Miró la tarjeta; se diría que pertenecía a un fichero, pero ninguna marca indicaba que estuviera arrancada –alguien se la había dado, o ella misma la había extraído cuidadosamente de un fichero–. Marius notó un detalle. En la parte superior de la tarjeta, con letra más pequeña, casi ilegible, estaba escrito: Educación para personas con discapacidad mental.

      –¿Cómo se llaman tus padres y tus hermanos? –continuó Marius.

      –No.

      –¿Dónde vives?

      –No.

      –¿En qué escuela estudias?

      –No.

      La niña no dejaba de sonreír. Sus noes eran simpáticos –como si fueran síes.

      –¿Cuántos años tienes?

      –Catorce.

      –¿Cuándo es tu cumpleaños?

      –12 de octubre.

      Marius miró de nuevo la ficha.

      BRINDAR SUS DATOS PERSONALES

      1. Decir su nombre de pila.

      2. Decir si es niño o niña.

      3. Decir su nombre completo.

      4. Decir los nombres de sus padres y hermanos.

      5. Decir dónde vive.

      6. Decir en qué escuela estudia.

      7. Decir cuántos años tiene.

      8. Decir cuándo es su cumpleaños.

      9. Decir de qué color son sus ojos y su pelo.

      Faltaba la pregunta nueve. Le parecía ridícula, pero se la preguntó:

      –¿De qué color son tus ojos y tu pelo?

      –Ojos: negros. Pelo: castaño.

      Y sí, esos eran los colores. (Ella los había memorizado.)

      Marius la miró y sonrió.

      –Estoy buscando a mi padre –dijo después Hanna.

      –¿A tu padre?

      –Sí –repitió Hanna–, estoy buscando a mi padre.

      II. LAS FICHAS

      Hanna llevaba una pequeña caja. Marius le preguntó si podía abrirla. Hanna dijo que sí –se la entregó–. Marius abrió la caja.

      Eran fichas. En la parte superior de todas ellas, la indicación, en letra minúscula: “EDUCACIÓN PARA PERSONAS CON DISCAPACIDAD MENTAL”.

      –Es para mí. Me la dieron –dijo Hanna.

      –¿Quién te la dio?

      –Me la dieron –repitió Hanna.

      Cada ficha tenía un tema y, después, un conjunto de pasos, actividades o preguntas. Marius pasó algunas fichas: “EXPLORAR OBJETOS” –en este campo, el ejercicio número tres se presentaba así: “Dejar caer y volver a tomar un objeto”–; pasó muchas otras fichas, y entonces apareció en grandes letras la palabra HIGIENE, “6. Limpiarse la baba; 7. Lavarse las manos; 8. Lavarse la cara”; “Salud y seguridad”; “1. INDICAR QUÉ PARTE DEL CUERPO LE DUELE”. Marius pensó en lo difícil que sería esto, no sólo para un discapacitado mental, sino para todos los seres humanos, para todos los seres vivos –“indicar qué parte del cuerpo le duele”–. En ese momento, por ejemplo, había en él, en Marius, un dolor no físico, una incomodidad evidente; un dolor, pues, pero no localizable, no había anatomía para eso, y qué iba a saber él de esa localización efímera, oscilante, se diría, como un péndulo, un dolor que, en vez de fijarse en un punto del organismo, oscila, duda, va de un lado a otro, como si al abrir los brazos, al separarlos como en un ejercicio de gimnasia, Marius ensanchara el espacio en el que podía existir ese dolor y, de pronto, aquella imagen, de


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