Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre. Gonçalo M. Tavares

Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre - Gonçalo M. Tavares


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–respondió Hanna.

      II

      LA REVOLUCIÓN-DECIR ADIÓS

      I. EL CARTEL

      Ya en una de las estrechas y cada vez más oscuras calles laterales que llevaban a la estación de ferrocarriles aflojaron el ritmo, porque Hanna fijaba los ojos y, en consecuencia, las piernas, curiosa, en los movimientos de un hombre que estaba junto a la pared, movimientos que a veinte metros parecían la caricia absurda, repetida, de algún loco que se hubiera enamorado de un elemento neutro como ese. Marius obedeció a la desaceleración del paso de Hanna; aquello también le interesaba.

      El hombre fijaba un cartel en la pared, y sus movimientos, que algunos pasos atrás parecían caricias sin sentido, ahora podían verse con claridad como gestos racionales, útiles, con un objetivo evidente. No era un loco, era alguien que no quería perder el tiempo; tenía una meta.

      El hombre les dio la bienvenida con un suave giro de la cabeza y una breve sonrisa –no se había sentido amenazado–, y Marius, para sus adentros, se lo agradeció. Aunque la calle era evidentemente pública, se sintió como un huésped bien recibido.

      –¿Un cartel? –le preguntó Marius al hombre.

      –Sí.

      Hanna, sin duda fascinada nada más por la imagen, pues era incapaz de leer, y Marius, que observaba con asombro cada pormenor, guardaron silencio casi por instinto. El cartel.

      El hombre miró a Hanna.

      –¿Es su hija?

      –No –respondió Marius.

      –Hola –le dijo el hombre a Hanna, que devolvió el saludo.

      –¿Qué le parece el cartel? –le preguntó el hombre a Marius.

      Marius respondió con la cara, sonriendo –y luego se encogió de hombros–. ¿Qué decir?

      –¿Van a la estación? –preguntó el hombre.

      –Sí.

      –Voy con ustedes.

      II. FRIED STAMM, LA REVOLUCIÓN

      El hombre se llamaba Fried Stamm. Se había sentado frente a ellos. Viajaban en el mismo tren, en el mismo sentido. Fried aún no había dicho cuál era su destino, y ellos tampoco.

      –En el fondo, lo que queremos es producir cierta confusión –dijo Fried, empezando a dar explicaciones como si Marius le hubiera hecho alguna pregunta.

      Le contó que eran cinco hermanos, hermanos de verdad, la familia Stamm.

      –Vinimos al mundo para boicotearlo –dijo–. Hacemos carteles y luego los pegamos en las paredes; somos cinco, pero nos movemos por toda Europa, como si fuéramos un ejército de cinco. Jamás nos detenemos, los que no lo saben han de pensar que somos cientos, tal vez miles, pero sólo somos cinco. Una mujer y cuatro hombres. Ella es la peor. No para. En el fondo –dijo Fred–, lo que intentamos es alertar a la gente, esa es nuestra función. Hay que evitar que las personas olviden, que sus mentes se paralicen, pero para eso es necesario que, primero, se detengan físicamente: por eso actuamos sobre todo en las ciudades, donde la velocidad promedio de la gente al caminar se ha incrementado mucho, no sé si lo habrá notado. Si calculáramos el ritmo al que se caminaba antes por las ciudades y lo comparáramos con la velocidad actual, concluiríamos que las piernas acompañan la evolución tecnológica: todo se vuelve más rápido, y las piernas no son la excepción; y por esta velocidad son indispensables los carteles, y carteles buenos, buenas imágenes, buenas frases, ellos son los que obligan a la gente a detenerse, a detenerse durante algún tiempo, el tiempo necesario para digerir ocularmente, digamos, la imagen, y para digerir después el texto, la frase, aunque tal vez ambos necesiten la misma cantidad de tiempo, y por eso buscamos imágenes y frases que se dirijan al cerebro y, dentro del cerebro, a esa parte en la que funciona la memoria; porque no podemos cometer el error de ofrecer imágenes a los ojos y frases al cerebro, debemos mezclarlo todo. No queremos causar escándalo, no se trata de eso, eso no es consecuente –dijo Fried–, sólo provoca alborotos localizados.

      »Intentamos en parte recordar lo que sucedió y lo que está sucediendo en otro lado; excitar la memoria, a veces también es eso: mostrar lo que está pasando en el lado que no vemos. Ver lo que está muy lejos, querido amigo, esa es una de las grandes cualidades de la memoria, no se trata sólo de mirar hacia atrás, sino también de mirar hacia el fondo; la memoria tiene más que ver con el buen observador en el espacio que con el buen observador en el tiempo; y sí –prosiguió, sin que Marius dijera nada–, el ritmo de los pasos se ha incrementado mucho, pero lo que importa es la inmovilidad. No podemos observar mientras huimos.

      »Intentamos ser discretos –dijo Fried–, pegamos los carteles en las calles laterales, secundarias, ahí es donde todo se va a decidir. En las calles principales no, hay dema siada luz, el ruido y la aceleración son excesivos; los carteles funcionan en lugares semioscuros, como esa calle en la que nos encontramos. Si hubiera venido con la niña por la calle principal, no nos habríamos cruzado, pero me caen bien las personas que llegan a las estaciones de tren por las calles secundarias, es una prueba de que tienen algo que ocultar, perdone que se lo diga, y eso me agrada.

      »No se trata de provocar una revolución, no nos gusta esa palabra; se trata, ante todo, de un proyecto de acumulación: transmitir una inquietud progresiva, que crezca mes con mes, casi sin que nadie se dé cuenta. Repetir, no permitir que se instale ningún tipo de tregua o pausa, no rendirnos… para provocar una circulación de mensajes insatisfechos, de información indignada, repetir esos pequeños golpes para, al final, demoler: esa es, en parte, nuestra estrategia.

      »A veces –continuó Fried– distribuimos folletos de mano en mano, pero no lo hacemos como se acostumbra: elegimos una a una a las personas que recibirán los folletos; tenemos un poco de dinero, pero no somos millonarios; por lo demás, esa no es la cuestión, se trata de una decisión: cuando entregamos folletos, seleccionamos a sus receptores por sus caras; con los carteles no: la propia gente se autoselecciona. Claro que elegir a la gente que recibirá los folletos a partir de su cara es un método arcaico, como si estuviéramos otra vez en la Edad Media, donde noventa por ciento de las grandes decisiones se tomaba a partir de la fisionomía. Mis padres ya murieron –dijo Fried–, cada cual en su lado del mundo, somos cinco hermanos y todos estamos vivos, cada cual en su rincón de Europa, y déjeme decirle que no sé dónde andarán hoy; calculo que el mayor ha de andar más al sur, estuve con él hace una semana, me dijo que iba hacia allá, aunque nunca es posible saberlo con exactitud. Pero en el que tenemos más esperanzas es en el chico, se llama Walter, Walter Stamm. Es el más inteligente. Y el más convencido de los seis. En realidad somos seis, pero el sexto no cuenta. Ya tiene mucho que se alejó de nosotros. Nos encontramos todos, los cinco, cada tres meses, exactamente el día 12 (de marzo, junio, septiembre y diciembre) en la casa que nos dejaron nuestros padres, y ahí sí, si alguno no llega, nos asustamos, pero hasta ahora siempre hemos llegado, algunos más tarde, algunos incluso cuando el día 12 está a punto de acabarse, ya en la noche… pero siempre hemos llegado, los cinco.

      »Sabe, esto de los carteles es una manía, claro, tal vez no tiene efectos prácticos, dirá usted, pero si sacamos cuentas con calma veremos que no es así. Evidentemente acaban arrancando los carteles… Si la ley más reciente de la ciudad dice que en ese muro está prohibido pegar carteles, aunque el cartel, supongamos, revelara un secreto importantísimo, aunque pudiera salvar miles de vidas, aunque en un caso extremo, supongamos, pudiera salvar precisamente la vida del hombre que lo va a arrancar de la pared, y aunque ese hombre lo supiera, si fuera un hombre civilizado, un buen cumplidor de la ley, arrancaría el cartel, y de este modo se diría que es un buen ciudadano, y en ese gesto podríamos ver una especie de sacrificio clásico, el del individuo por el orden de la ciudad; y ese es el conflicto realmente importante: el que existe entre los que quieren mantener el orden y los que quieren provocar, primero, pequeñas manifestaciones de protesta, y después, sí… algún día, eso es lo que to dos esperamos, la gente llegará de


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