Matar un reino. Alexandra Christo
ya sabes por qué estoy aquí.
—Todo Midas está hablando de tu sirena —Sakura se apoya contra el armario de licores—. No creo que ocurra una sola cosa aquí sin que yo me entere.
Sus ojos son más rasgados que nunca y los entrecierra de una manera que me dice que ella ignora muy pocos de mis secretos. Un príncipe puede darse el lujo de la discreción, pero un pirata, no. Sé que muchas de mis conversaciones han sido robadas por extraños y vendidas a los mejores postores. Sakura ha sido una de esos vendedores durante un tiempo, intercambiando información por oro cada vez que se presenta la oportunidad. Así que, por supuesto, tuvo la precaución de escuchar al hombre que vino a mí en la oscuridad de la noche, contando historias de su hogar, precisamente, y del tesoro que guarda.
—Quiero que vengas conmigo.
Sakura ríe y el sonido no es acorde a la mirada grave en su rostro.
—¿Es una orden del príncipe?
—Es una solicitud.
—Entonces, me niego.
—¿Sabes? —quito la marca de mi vaso—, tu pintalabios mancha.
Sakura ve la huella de rojo oscuro en el borde de mi vaso y se lleva una mano a los labios. Cuando regresa, su mirada se vuelve amenazadora. Puedo verla claramente ahora, como lo que siempre he sabido que es. La mujer de cara de nieve con los labios más azules que cualquier ojo de sirena.
Un azul reservado para la nobleza.
Los nativos de Págos no son como ninguna otra raza en los cien reinos, pero la familia real es una raza en sí misma. Tallados en grandes bloques de hielo, su piel es mucho más pálida, su cabello mucho más blanco y sus labios, del mismo azul que su sello.
—¿Lo sabes desde hace mucho? —pregunta Sakura.
—Es la razón por la que he dejado que te salgas con la tuya tantas veces —digo—. No quería revelar tu secreto hasta que encontrara una manera de darle un buen uso —levanto mi vaso en un brindis—. Larga vida a la princesa Yukiko de Págos.
El rostro de Sakura no cambia ante la mención de su verdadero nombre. En cambio, su mirada es indiferente, como si hubiera pasado tanto tiempo que ni siquiera reconoce su propio nombre.
—¿Quién más lo sabe? —pregunta.
—No se lo he dicho a nadie todavía —pongo énfasis en el todavía con más tosquedad de la necesaria—. Aunque no entiendo por qué te importa siquiera. Tu hermano tomó la corona hace más de diez años. No es que quieras reclamar el trono. Puedes ir adonde desees y hacer lo que quieras. Nadie querría asesinar a un miembro de la realeza que no puede gobernar.
Sakura me mira con franqueza.
—Soy consciente de ello.
—Entonces, ¿por qué el secreto? —pregunto—. No he escuchado nada sobre una princesa desaparecida, así que puedo suponer que tu familia sabe dónde estás.
—No soy una fugitiva —dice Sakura.
—¿Qué eres, entonces?
—Algo que nunca serás tú —se burla—: libre.
Pongo mi vaso en la barra más fuerte de lo que pretendo.
—Qué suerte para ti, entonces.
Es fácil para Sakura ser libre. Tiene cuatro hermanos mayores que reclaman el trono antes que ella, y ninguna de las responsabilidades que a mi padre le gusta recordarme que pesan sobre mis hombros.
—Me fui una vez que Kazue tomó la corona —dice Sakura—. Con tres hermanos para aconsejarlo, yo sabía que no tenía sabiduría para ofrecerles que no tuvieran ya. Tenía veinticinco años y sin gusto por la vida que llevaría un miembro real que nunca gobernaría. Se lo dije a mis hermanos. Les dije que quería ver algo más que nieve y hielo. Quería color —me mira—. Quería ver el dorado.
Resoplo.
—¿Y ahora?
—Ahora odio ese repugnante tono.
Río.
—A veces siento lo mismo. Pero sigue siendo la ciudad más bella de los cien reinos.
—Debes saberlo mejor que yo —dice Sakura.
—Sin embargo, aquí estás.
—Un hogar es difícil de encontrar.
Pienso en la verdad que esas palabras encierran. Lo entiendo mejor que nadie, porque en ninguno de los lugares a donde he viajado me he sentido realmente en casa. Ni siquiera en Midas, que es tan hermosa y llena de tanta gente que amo. Estoy seguro aquí, pero no siento como si perteneciera a este lugar. El único sitio al que podría llamar hogar de verdad es el Saad. Y está en continuo movimiento y transformación. Rara vez en el mismo lugar dos veces. Tal vez me encanta porque no pertenece a ninguna parte, ni siquiera a Midas, donde fue construido. Y aun así, pertenece a todas partes.
Doy vueltas a lo que queda de whisky en mi vaso y miro a Sakura.
—Entonces sería una pena si la gente descubriera quién eres. Ser un inmigrante de Págos es una cosa, pero ser un miembro de la realeza sin país es otra. ¿Cómo te tratarían?
—Pequeño príncipe —Sakura se humedece los labios—, ¿estás tratando de chantajearme?
—Claro que no —digo, aunque mi voz indica algo más—. Sólo estoy diciendo que sería inconveniente si los demás se enteraran. Sobre todo, teniendo en cuenta a tus clientes.
—Para ellos —dice Sakura—: intentarían usarme y yo tendría que matarlos. Probablemente tendría que matar a la mitad de mis clientes.
—Creo que eso sería malo para el negocio.
—Pero ser un asesino ha funcionado muy bien para ti.
No reacciono a sus palabras, pero mi falta de emoción parece ser justo lo que Sakura busca. Ella sonríe, tan hermosa, a pesar de que la burla es obvia. Es una lástima que me doble la edad, pienso, porque es sorprendente cuando es perversa y salvaje bajo lo que aparenta.
—Ven a Págos conmigo —digo.
—No —Sakura se aleja de mí.
—No, ¿no vendrás?
—No, eso no es lo que quieres preguntar.
Me pongo en pie.
—Ayúdame a encontrar el Cristal de Keto.
Sakura se vuelve otra vez hacia mí.
—Ahí está —no hay señales de ninguna sonrisa en su rostro ahora—. Lo que quieres es alguien de Págos que te ayude a escalar la Montaña de la Nube y encontrar tu cuento de hadas.
—Sería imposible pasear por ahí y escalar la montaña más mortífera de tu país sin tener idea de con qué me voy a enfrentar. No sé siquiera si tu hermano me permitirá entrar. Contigo a mi lado, puedes aconsejarme sobre el mejor curso de acción. Decirme la ruta que debo tomar. Ayudarme a convencer al rey para que me dé un pase seguro.
—Soy una experta en escalar montañas —la voz de Sakura es totalmente sarcástica.
—Estuviste obligada a hacerlo en tu decimosexto cumpleaños —intento ocultar mi impaciencia—. Cada miembro de la realeza de Págos lo está. Podrías ayudarme.
—Tengo un corazón muy cálido.
—Estoy pidiendo…
—Estás suplicando —dice ella—. Y por algo imposible. Nadie más que mi familia puede sobrevivir a la escalada. Está en nuestra sangre.
Golpeo mi puño sobre la mesa.
—Los libros de cuentos pueden decir eso, pero yo sé más. Debe haber otra ruta. Un camino oculto. Un secreto guardado en tu familia. Si no vienes conmigo, entonces