Matar un reino. Alexandra Christo
este cristal existe en la montaña, seguramente está escondido en la cúpula cerrada del palacio de hielo.
—Una cúpula cerrada —digo de manera inexpresiva—. ¿Estás inventándotelo mientras hablamos?
—Conocemos perfectamente las leyendas escritas en todos esos libros para niños —dice—. Durante generaciones, mi familia ha intentado encontrar el camino a esa habitación, pero no hay otra entrada que la que se puede ver claramente y no hay forma de forzarla. Está sellada mágicamente, tal vez por las propias familias originales. Lo que se necesita es una llave. Un collar perdido en nuestra familia. Sin eso, no importa cuántas montañas escales. Nunca podrás encontrar lo que estás buscando.
—Déjame preocuparme por eso —digo—. Encontrar tesoros perdidos es una de mis especialidades.
—¿Y el ritual necesario para liberar el cristal de su prisión? —pregunta Sakura—. ¿Asumo que también te enteraste de eso?
—No hay detalles.
—Eso es porque nadie los conoce. ¿Cómo planeas llevar a cabo un rito antiguo si ni siquiera sabes de qué se trata?
A decir verdad, pensé que Sakura podría llenar los espacios en blanco en todo esto.
—El secreto probablemente esté en tu collar —digo, esperando que sea verdad—. Podría tratarse de una simple inscripción que necesitamos leer. Y si no es así, entonces se me ocurrirá otra cosa.
Sakura ríe.
—Digamos que tienes razón —dice—. Digamos que las leyendas son fáciles de encontrar. Digamos que incluso los collares perdidos y los rituales antiguos también lo son. Digamos que los mapas y las rutas son lo más esquivo. ¿Quién dice que alguna vez compartiría algo así contigo?
—Podría filtrar tu identidad a todos —las palabras tienen un sabor mezquino e infantil en mis labios.
—Qué bajeza la tuya —dice Sakura—. Inténtalo de nuevo.
Hago una pausa. Sakura no se está negando a ayudar. Simplemente me está dando la oportunidad de hacer que valga la pena. Todos tienen un precio, incluso la olvidada princesa de Págos. Sólo tengo que averiguar cuál es el suyo. El dinero parece irrelevante, y la idea de ofrecerle algo me provoca una mueca. Ella podría tomarlo como un insulto —es parte de la realeza, después de todo— o verme más como un niño que como un capitán, lo cual claramente soy en su presencia. Tengo que darle algo que nadie más pueda. Una oportunidad que nunca volverá a tener y que, por lo tanto, ni siquiera soñará en dejar pasar.
Pienso en lo parecidos que somos Sakura y yo. Dos miembros de la realeza tratando de escapar de sus países. Sólo que Sakura no quiso dejar Págos porque no le gustara ser princesa, sino porque el trabajo se volvió inútil una vez que su hermano tomó la corona.
Sin gusto por la vida de un miembro real que nunca gobernaría.
Siento una sensación de vacío en mi estómago. En el fondo, Sakura es una reina. El único problema es que no tiene un país. Entiendo, entonces, lo que mi búsqueda me va a costar si lo deseo tanto.
—Puedo hacerte una reina.
Sakura arquea una ceja blanca.
—Espero que no estés amenazando con matar a mis hermanos —dice—, porque los miembros de la realeza en Págos no se vuelven uno contra el otro por una corona.
—No, en absoluto —me compongo lo mejor que puedo—. Te estoy ofreciendo otro país entero.
Una mirada lenta de entendimiento se abre camino en el rostro de Sakura.
—¿Y qué país sería ése, Su Alteza? —pregunta tímidamente.
Esto significará el fin de la vida que amo. El fin del Saad y el océano y el mundo que he visto dos veces y volvería a ver miles de veces más. Viviría la vida de un rey, como siempre ha querido mi padre, con una esposa nacida en la nieve para gobernar a mi lado. Una alianza entre hielo y oro. Sería más de lo que mi padre imaginó, ¿y al final no valdría la pena? ¿Por qué tendría que seguir buscando en el mar una vez que todos sus monstruos hayan sido aniquilados? Estaré satisfecho, quizá, gobernando Midas, una vez que sepa que el mundo está fuera de peligro.
Pero incluso cuando hago una lista de las razones por las cuales es un buen plan, sé que todas son mentira. Soy un príncipe de nombre y nada más. Incluso si consigo conquistar a las sirenas y llevar la paz al océano, siempre he planeado permanecer en el Saad con mi tripulación —si es que aún me siguen— sin buscar más, pero eternamente en movimiento. Cualquier otra cosa me hará miserable. Permanecer quieto, en un lugar y un momento, me hará miserable. En mi corazón, soy tan salvaje como el océano que me crio.
Tomo un respiro. Seré miserable, si eso es lo que se necesita.
—Este país. Si hay un mapa que muestre una ruta secreta por la montaña para que mi tripulación y yo podamos evitar morir congelados durante la escalada, entonces será un intercambio justo.
Le tiendo mi mano a Sakura. A la princesa de Págos.
—Si me das ese mapa, te haré mi reina.
TRECE
He cometido un error. Comenzó con un príncipe, como la mayoría de las historias. Una vez que sentí el latido de su corazón bajo mis dedos, no pude olvidarlo. Y entonces lo busqué desde el agua, esperando a que reapareciera. Pero pasaron días antes de que lo hiciera, y una vez que se dejó ver, nunca se acercó al océano sin una legión a su lado.
Cantarle en los muelles era suficiente riesgo, con la promesa de que los guardias reales y los transeúntes acudirían al rescate del joven cazador. Pero con su tripulación allí, se trataba de algo más. Pude sentir la diferencia en esos hombres y mujeres y la manera en que seguían al príncipe, se movían cuando él se movía, se mantenían quietos y embelesados cada vez que les hablaba. Una especie de lealtad que no puede ser comprada. Saltarían al océano detrás de él y sacrificarían sus vidas por él, como si yo fuera a aceptar un intercambio de ese tipo.
Entonces, en lugar de atacar, observé y escuché mientras hablaban de historias, de piedras con el poder de destruir mundos. El Segundo Ojo de Keto. Una leyenda que mi madre ha perseguido durante todo su reinado. Los humanos hablaron de ir al reino del hielo en su búsqueda, y supe que sería mi mejor oportunidad. Si los seguía al mar de nieve, entonces las aguas serían demasiado frías para que cualquier humano sobreviviera, y la tripulación del príncipe no podría hacer nada más que verlo morir.
Yo tenía un plan. Pero mi error fue pensar que mi madre no.
Mientras yo miraba al príncipe, la Reina del Mar me miraba a mí. Y cuando me aventuré a partir de los muelles de Midas en busca de comida, mi madre se presentó.
El olor a profanación está maduro. Una línea de cuerpos —tiburones y pulpos— dispersos por el agua como un camino para que lo siga. Nado a través de los cadáveres de animales con los que me habría deleitado cualquier otro día.
—Me sorprende que hayas venido —dice la Reina del Mar.
Mi madre se ve majestuosa, flotando en medio de un círculo de cadáveres. Los símbolos en su piel gotean y sus tentáculos se balancean letalmente a sus costados.
Mi mandíbula se tensa.
—Puedo explicarlo.
—Me imagino que tienes muchas explicaciones en esa dulce cabecita tuya —dice la reina—. Por supuesto, no estoy interesada en ellas.
—Madre —mis manos se cierran en puños—. Dejé el reino por una razón.
Una imagen del príncipe dorado pesa en mi mente. Si no hubiera dudado en la playa, si no hubiera estado tan preocupada por saborear el dulce olor de su piel, entonces no necesitaría explicaciones. Sólo necesitaría presentar su corazón, y la Reina del Mar me mostraría su misericordia.
—Salvaste