Demografía zombi. Andreu Domingo
que se obliga al positivismo, a la eterna sonrisa optimista. O eso simula.
1. Domingo, Andreu (2008), Descenso literario a los infiernos demográficos. Barcelona: Anagrama.
2. Ehrlich, P. R. (1968), The Population Bomb. Nueva York: Sierra Club.
3. Attenborough, David (2011) «This Heaving Planet». New Statesman, 27.
4. fao (2013), Edible Insects. Future Prospects for Food and Feed Security. Rome: Food and Agricultural Organisation of the United Nations.
5. Burgess, Anthony (1978), 1985. Boston: Little, Brown and Company.
6. Russell, Bretrand (1916), «El matrimonio y el problema de la población». En Russell, Bertrand (1993), Sobre la ética, el sexo y el matrimonio. Barcelona: Alcor, pp. 443-461.
7. Gietel-Basten, Stuart (2016), «Why Brexit? The Toxic Mix of Immigration and Austerity». Population and Development Review 42 (4): 673-680.
8. Orwell, George (1949) Nighteen Eighty-Four. Londres: Harwill Secker.
9. World Economic Forum (2017), Global Risks, 2017. Ginebra: World Economic Forum.
PARTE I
REGRESO AL FUTURO DEMODISTÓPICO
I. La evolución de la población como Riesgo Global
Para entender el discurso demodístópico en el siglo xxi en el campo científico y político es imprescindible referirnos a la propia construcción de la demografía como riesgo global, de su crecimiento, de su estructura —el envejecimiento—, y de su dinámica —especialmente las migraciones—. Lo que nos obliga a relacionar los cambios y continuidades en la percepción de esa evolución de la población dentro del marco de la «sociedad del riesgo». El sociólogo alemán Ulrich Beck es quien en 198610 acuñó el término para explicar la fase de la modernidad en la que la gobernabilidad está marcada por la construcción política del riesgo, y su gestión. Hasta cierto punto la enunciación teórica llega cuando ese concepto se va a ver profundamente alterado debido, entre otras circunstancias, a la aceleración del proceso de globalización, como el propio autor explicará en sus obras posteriores.
La sociedad del riesgo: de la prevención a la resiliencia
Transformaciones en la sociedad del riesgo global
Cuando en 1986 Ulrich Beck formulaba su teoría, la prevención era el elemento clave para entender la gobernabilidad como gestión del riesgo. Lo hacía con las miras puestas en una distribución más equitativa entre ciudadanos y Estado de los costes que podían ocasionar aquellos fenómenos interpretados como posibles elementos de inseguridad, como por ejemplo: la salud, el trabajo u otras circunstancias personales o de índole general. El Estado, en su papel de garante de la seguridad, asumía la contención previsora y la distribución de las consecuencias y de los gastos derivados de las decisiones individuales, haciendo a su vez partícipe al individuo de su prevención. Esta concepción resulta la culminación de un proceso de internalización del riesgo que empieza con la industrialización y que, tras someter a la naturaleza y proceder a la desacralización de la catástrofe, convierte a la sociedad misma en una suerte de aseguradora ante los riesgos que provoca su desarrollo. El accidente, esencialmente el laboral, pero con él los demás riesgos, se inscribe entonces dentro de las relaciones sociales y de la interdependencia de las sociedades humanas.11 El mismo Beck afirmaría, mucho más tarde, siguiendo el Principio de esperanza publicado en1959, del filósofo Ernst Bloch,12 que el despliegue de su teoría del riesgo llevado a sus últimas consecuencias en el Estado de bienestar implicaba un horizonte utópico.13 Desprendiéndose de esa concepción, se define la población vulnerable como aquella que se encuentra en riesgo (individuos o colectivos), sobre la que se habrá de intervenir de forma preventiva.
El neoliberalismo, como ideología de mercado,14 que precisamente en los años ochenta inicia una ofensiva para desmantelar el Estado de bienestar, lo hará en primer lugar cuestionando la redistribución de responsabilidades y costes entre el individuo y el Estado. Esa redistribución será puesta en solfa por el mismo concepto de «gobernanza» desarrollado poco más tarde, con la aspiración de reducir la intervención del Estado para posibilitar la conciliación entre el sector público y los agentes privados. La acusación de paternalismo (al Estado) y la culpabilización de los individuos, en nombre de la «adicción o excesiva dependencia del Estado de bienestar», en definitiva de su abuso, para hacerles asumir progresivamente una mayor parte de los costes —el ejemplo más característico es la propuesta de limitación de derechos sanitarios sujeta a los (malos) hábitos de las personas—, constituirán las dos campañas más notorias a este respecto. El sustancioso objetivo: la privatización de los servicios públicos.
La catástrofe y el riesgo siguen de este modo asociándose a la culpa individual y colectiva. En ese sentido se acercan a los valores premodernos y sacralizados que querían ver en la catástrofe un castigo divino por el comportamiento pecaminosos de los sujetos, y que necesitaban de ritos expiatorios. Sin embargo, ese discurso inculpatorio persiste en la «racional» sociedad del riesgo, que hace responsables a los ciudadanos de malos cálculos o de obrar ignorando el cálculo de probabilidades que supone el riesgo.
No será hasta finales del siglo xx que ese cambio definitivo conducirá a un desplazamiento de la concepción de la sociedad del riesgo, que culminará con la reciente crisis económica, abriéndose camino la transformación del Estado de bienestar en «la inversión Social del Estado», y que en Europa se ha presentado como la tabla de salvación en la tempestad de la globalización que amenaza con hacerla naufragar. En consecuencia, como sintetiza Laura Bazzicalupo, a partir de entonces:
La única verdadera política social es la búsqueda del fin, el crecimiento económico, favorecido por la intervención del Estado […] no se interviene sobre los mecanismos del mercado, sino sobre las condiciones sociales para que los mecanismos competitivos puedan desarrollar el rol regulador.15
Consecuentemente, con el triunfo del discurso neoliberal defendido por Milton Friedman,16 la función del Estado deja de ser la protección del ciudadano frente a las desigualdades generadas por el mercado, para adoptar la protección del mercado como fin último. Esa transformación conlleva que de la ayuda universal entendida como un derecho de los ciudadanos se pase a una ayuda selectiva a ciertos segmentos de la población, a partir de criterios sobre el interés y la eficacia de esa inversión. La vulnerabilidad se ve sustituida por la pauperización.17 Asimismo se ha defendido que esa eventualidad se acompaña de una visión positiva: asumir riesgos formará parte desde ahora de una nueva percepción donde la seguridad ya no depende de la minimización de los riesgos sino de su aceptación, ya que son vistos como oportunidades.18 Como François Walter apunta al analizar la modificación de los conceptos de catástrofe y de riesgo, gracias a la teoría de los juegos de Johannes von Newman, quien muestra que la incertidumbre tiene su origen en las relaciones con los demás, es posible desarrollar estrategias de mitigación. Es entonces cuando el riesgo puede ser integrado como oportunidad más que como peligro.19
El geógrafo Ash Amin20 clasificó ese proceso operado durante la primera década del siglo xxi como el desplazamiento de la «prevención» a la «resiliencia». Entendiendo por resiliencia la capacidad de un individuo, población o sistema complejo de resistir o volver a un nuevo equilibrio tras el impacto de un fenómeno de carácter catastrófico que lo pone a prueba. De este modo, en vez de situarnos en la economía del bienestar que perseguía el progreso