Demografía zombi. Andreu Domingo
o negativo, y una estructura por edad envejecida) de economías emergentes en plena transición (que ya han experimentado el descenso de su mortalidad y fecundidad pero que siguen creciendo, con una estructura cambiante pero aún no excesivamente envejecida), y países en vías de desarrollo o pretransicionales (con una mortalidad que es relativamente alta aunque haya mejorado y una fecundidad aún elevada, que produce un crecimiento notable, y una pirámide joven), cada uno de ellos presentando una panoplia de riesgos específicos correspondientes a la fase de la transición demográfica en la que están. Los distintos contextos demográficos identificados encuentran en la migración su nexo de unión, empezando por los flujos de origen rural dirigidos a las ciudades y siguiendo por los de carácter internacional.
La preocupación sobre la estructura por edades de la población se acompaña con las prevenciones sobre la juventud. Tópico que ya había sido señalado por el propio Huntington respecto al alza prevista del fundamentalismo islámico siguiendo los grupos centrales de jóvenes en los países de religión musulmana más poblados del mundo,54 pero que varios autores han continuado señalando en relación a la seguridad, enlazando con el discurso ya mencionado respecto al crecimiento demográfico. De este modo, el vínculo entre transición demográfica y discurso sobre la seguridad, en el marco de un futuro marcado por el enfrentamiento policéntrico, hace acto de presencia al comentar la «amenaza de tensiones» o la mismísima «Primavera árabe», siguiendo el rastro de autores como Richard P. Cincotta.55 De esta forma, el incremento de conflictos desde la segunda mitad del siglo xx y de sus nuevas dimensiones son imputados directamente a aquellos países que se encuentran en medio de su transición demográfica. Para ilustrar dicha evolución conflictiva, contraponen la situación entre algunos países del Sudeste asiático donde la fecundidad ya ha bajado ostensiblemente (Corea del Sur, Tailandia, Singapur o Malasia) con otros donde los niveles aún permanecen altos (Irak, Afganistán o Nigeria). La ausencia de canales —léase políticas— adecuados para regular el excedente de jóvenes y su demanda se señala repetidamente en los informes como la principal causa de la migración irregular. De ahí la ambivalencia en la valoración de las migraciones, que pueden ser juzgadas un remedio (tanto para países emisores como receptores de migración) o una complicación.
Las migraciones
Como ya hemos dicho, el informe de 2009, marcado por la toma de conciencia del carácter global de la crisis económica y la necesidad tanto de remodelar la arquitectura financiera, como de impedir lo que llaman «una excesiva regulación», es el primero en el que un fenómeno demográfico, específicamente las migraciones, aparece clasificado como uno de los cinco primeros riesgos globales considerados. En el informe lo único que se nos apunta explícitamente de los movimientos migratorios —sean migraciones laborales de tipo irregular o movimientos de refugiados— es su inquietante asociación con el terrorismo y los conflictos bélicos.56 No es de extrañar esa posición negativa inicial de una ideología que nació en estrecha fusión con los movimientos conservadores que en Gran Bretaña y los Estados Unidos se oponían tanto a la inmigración como al avance de la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana. Así, aunque desde una posición estricta de mercado la libre movilidad de la fuerza de trabajo según las necesidades del mercado sea una evidencia política, desde los años cincuenta el neoliberalismo explotó el descontento popular del incremento de la migración en Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, con el discurso sobre el abuso que las minorías y los inmigrados hacen de los servicios prestados por el Estado.
De esa percepción tremendamente negativa a la que surge a partir de 2012, para acabar apareciendo como solución en el último informe de 2014, hay un abismo. ¿Qué ha sucedido para que se diera esa mutación? A corto plazo, se está respondiendo a los efectos inmediatos de la crisis. Por un lado, al aumento de la presión migratoria que la Primavera árabe plantea y la evidencia de la incapacidad de la Unión Europea de dar una respuesta a esa demanda, que pone en peligro los acuerdos de Schengen. Del otro, a la constatación de que la emigración aparece ya no solo como la respuesta satisfactoria a la ineficiencia del sistema productivo de los países en vías de desarrollo para absorber una población joven «excesiva», sino que son los países desarrollados, con generaciones jóvenes «vacías», como España, Grecia, Portugal o Italia, especialmente afectados por el desempleo provocado por las medidas de ajuste estructural impuestas a raíz de la crisis económica, los que vuelven a ser emisores netos de población. A largo plazo, el ineludible envejecimiento de la población vuelve a plantear la necesidad —cuando haya pasado la crisis— de hacerse con mano de obra. Ese futurible se muestra ya como una tendencia presente cuando se considera la mano de obra altamente cualificada, planteándose de hecho una fuerte competencia entre diferentes zonas del mundo desarrollado y la creciente demanda que se prevé por parte de las economías emergentes (consideradas en el momento actual como posibles exportadoras de talento).
El riesgo en sí es el desajuste entre los movimientos migratorios debidos al desempleo y las políticas migratorias y de cooperación entre países emisores y receptores. El endurecimiento de las políticas migratorias en época de crisis conjuntamente con el aumento del sector informal se tienen por factores que incrementan la irregularidad además de dificultar más adelante la cobertura de ocupación en sectores específicos ligados a la escasez de determinados niveles de instrucción cuando se produzca la previsible recuperación económica. Las políticas migratorias necesitan adoptar, pues, la perspectiva del largo plazo y no tan solo responder a la demanda laboral inmediata. Se sugiere poner el acento en políticas que animen el retorno de la diáspora de los más instruidos como herramienta de desarrollo, o mostrando como una estrategia de éxito la habilidad de los países para atraer inmigrantes.57 A partir del informe de 2012, se va perfilando cada vez más la tesis de la necesidad de una organización supraestatal encargada de gestionar las migraciones para que estas dejen de representar una amenaza. Dicha evolución sin duda está relacionada con la incorporación del profesor de globalización y desarrollo y director del Martin School de Oxford, Ian Goldin, en la elaboración de los informes del wef a partir de ese mismo año. Ian Goldin58 ve la migración como un mecanismo para rectificar las desigualdades económicas y, desde este punto de vista, considera que la mejor manera de corregir los errores en la gestión de las migraciones como riesgo global no es otro que construir el «liderazgo mundial» capaz de imponer una agenda liberal que garantice la prioridad de la libre circulación sobre los intereses «nacionales».59 Debemos recordar que esa defensa de la libre circulación encaja en la ortodoxia neoliberal, por lo menos en la obra de Hayek, en la que la unificación del mercado laboral y la circulación transnacional de mano de obra no debía ser limitada por las fronteras estatales, aunque en su caso se propusiera la gestión directa por parte de las grandes corporaciones y no en su versión transferida que apoya el ideólogo de Oxford.60
Como veremos en el capítulo cuarto dedicado a las migraciones, se plantea una de las contradicciones más agudas de la política migratoria comunitaria, que formalmente adoptará esta línea: por un lado, se admite la necesidad de inmigración (según la perspectiva del mercado laboral), pero, por el otro, se sigue restringiendo esa carencia a los inmigrantes con mayores niveles de instrucción, sin que la experiencia reciente de la inmigración llegada a la ue corrobore esa exclusividad. Todo lo contrario. Del mismo modo, se sigue subrayando la dificultad de adoptar ese punto de vista, que se pretende emanado de las exigencias del mercado laboral, y la gestión, en términos de opinión pública, que en épocas de crisis tiende a reclamar políticas cada vez más restrictivas y proteccionistas. Leámoslo desde otra perspectiva: incluso en un contexto de desproporcionado desempleo, provocado por la mala gestión económica, los acólitos de la doctrina neoliberal siguen defendiendo a ultranza la entrada de mano de obra que supuestamente el mercado autorregulado se encargará de manejar. Eso sí, asumiendo que los costes del empobrecimiento de los autóctonos y los generados por el asentamiento de los inmigrados recaerán sobre sus propias espaldas, en ningún caso sobre las empresas que acabarán beneficiándose de la presión a la baja ejercida sobre los salarios de unos y otros.
Una especial atención nos merece el tema de la «Generación perdida» que encontramos en los últimos informes, definida globalmente por el parámetro económico: ser víctimas de la crisis siendo jóvenes, pero también por lo tecnológico, ser la primera generación nativa digital. El aumento del coste de la educación,