Demografía zombi. Andreu Domingo
la situación de unos y otros jóvenes: en los países desarrollados —donde el riesgo es la ruptura del contrato social intergeneracional—, en los países emergentes —en los que el impacto aparece mitigado, pero donde, sin embargo, el crecimiento de la población urbana y el propio salto de la tradición a la ultramodernidad significa un desafío generacional— y, por fin, en los países en vías de desarrollo —abocados a la frustración entre las expectativas y la oferta laboral y las condiciones políticas de estos países, poniendo como ejemplo la juventud que protagonizó la Primavera árabe—. Aunque la escasez relativa de jóvenes que planea sobre la futura demanda del mercado de trabajo pueda parecer a medio y largo plazo una solución para la juventud del futuro, la generación joven del presente parece condenada a la inestabilidad, a los bajos salarios y productividad, y a la economía informal. A consecuencia de ello, preocupa la inestabilidad política. Por primera vez la migración se manifiesta más como solución que como problema, aunque con dos significativas limitaciones: se refiere únicamente a los altamente cualificados y sujeta a la circularidad.61 En el informe del año 2015, no obstante, los persistentes altos niveles de desempleo junto con la emigración llamada involuntaria son apuntados como los factores más acuciantes de inestabilidad social en Europa, deshinchándose así la percepción de las migraciones como la panacea a la crisis económica en la desocupación dentro de los mercados estrictamente nacionales. Esa pérdida de fuelle no puede considerarse ajena a la constatación del fracaso de las políticas migratorias tanto en los posibles países de destino como en los de origen desarrolladas a consecuencia del impacto sobre la población joven de los ajustes estructurales tras la crisis de 2008. Alemania entre los primeros y España entre los segundos. Aunque aquí fuera a nivel retórico, hablando de «movilidad externa» o de «espíritu aventurero de la juventud», para bochorno generalizado. Mientras, al mismo tiempo, las migraciones forzadas a consecuencia de la implantación del Estado islámico, y de otros movimientos terroristas en el mundo, se señalan como uno de los riesgos globales en los países en vías de desarrollo.
En 2016, la migración involuntaria a gran escala aparece el riesgo más probable, y el segundo en impacto, solo por detrás del cambio climático. A consecuencia de la crisis de refugiados evidenciada en el verano de 2015, en el último informe disponible correspondiente al año 2016, las llamadas «migraciones involuntarias a gran escala» que comprenden tanto los movimientos de los desplazados y refugiados a raíz de la violencia, como se explicita puede ser el conflicto bélico en Siria o Irak, se añaden las migraciones ocasionadas por el cambio climático, y muy significativamente, también por primera vez, las provocadas por causas económicas. La diferencia es esencialmente temporal: mientras que la crisis de refugiados ya se ha producido y sus consecuencias se perciben inmediatas —los próximos 18 meses—, las resultantes del cambio climático se ven más lejanas —a diez años vista.
La falta de políticas de integración efectivas, en la mayoría de países se puede traducir en la formación de guetos, comunidades aisladas en el margen de la sociedad, prestas a la frustración y vulnerables al desencanto e incluso a la radicalización [nos advierte el informe].62
De este modo, y casi por la puerta trasera, se cuela el tema de la «seguridad». La diferencia temporal aludida determina estrategias variadas aunque todas ellas centradas en asegurar la resiliencia, de acuerdo con el protagonismo que ha adquirido, y que analizaremos en el próximo apartado. Si la pregunta antes era: ¿cómo hacer resilientes a los miembros de la generación perdida?, ahora es: ¿cómo aumentar la resiliencia de los refugiados que ya han llegado a Europa? ¿Cómo hacer resilientes al cambio climático a las poblaciones amenazadas? Esas preguntas solo insinuadas quedan flotando en el aire. Lo que sí que se afirma es el beneficio que puede representar la aportación de la población desplazada sea para los países donde están en tránsito: incentivando la demanda, activando el comercio internacional, incrementando los flujos monetarios mediante las remesas, o potenciando el uso de nuevas tecnologías; y para los de acogida: como suplemento de población en edad activa para compensar el déficit relativo de jóvenes que implica el envejecimiento que las caracteriza. El temor a que pongan en peligro la seguridad ensombrecerá esos argumentos a favor de la aceptación de los nuevos flujos masivos. Ese esfuerzo parece quedarse en un momento fallido de seducción de los gobiernos de los países de tránsito sobre los que se intensificará la presión para que se conviertan en países de refugio permanente, y sobre la población de los países europeos que aparecen como las metas de los refugiados, con el fin de hacer más aceptable la recepción de esos flujos masivos.
Sobre la resiliencia
La resiliencia y su tortuoso camino hasta la demografía
Por resiliencia se entiende genéricamente la capacidad de una sustancia o material de volver a su forma original después de haber sido doblada, estirada o presionada. Procediendo de la física, y aplicándose primero a la ingeniería y la arquitectura, el término se popularizó a principios del siglo xix. Aparece entonces relacionado con los conceptos de elasticidad y resistencia, no siendo, sin embargo, lo mismo.
A principios del siglo xx, el concepto ha pasado a múltiples disciplinas, se aplica tanto a individuos como a sistemas complejos adaptativos, cargándose a su paso en cada una de ellas de un sentido específico. Entre estas podemos destacar la ecología o la medicina, pero también las ciencias sociales, como la psicología, la geografía, la sociología y las ciencias políticas o, más recientemente, la informática, multiplicando su presencia en los últimos años en su asociación con el concepto de «sociedad del riesgo», especialmente prolífica en lo que se refiere a la sostenibilidad y al impacto del cambio climático.63 La extensión de su uso es tan grande, que su aplicación abarca campos completamente distantes entre sí, como la gerencia de empresas, la gobernabilidad de las instituciones, la innovación social, los sistemas urbanos, el estudio de la pobreza y la vulnerabilidad, o la economía, por citar solo algunos. A esa ubicuidad disciplinaria y aplicada le corresponde una apropiación ideológica tanto desde el discurso neoliberal como, en el otro extremo, de posiciones anticapitalistas. No es nuestra intención establecer una genealogía —aún por realizar— de la evolución del concepto en su diseminación por estas diferentes especialidades, lo que a nosotros nos interesa es saber cómo este ha llegado a ser aplicado a las poblaciones humanas, y cómo esa aplicación altera su naturaleza. De hecho, nuestro objetivo concreto aquí resulta ser aún más restringido: saber de dónde proviene el concepto cuando es utilizado por el discurso político a partir de la última crisis cuando se refiere a individuos y comunidades humanas, tratadas como sistemas complejos adaptativos. ¿De qué manera llega el concepto a la demografía?
Sabiendo como sabemos que uno de los primeros saltos disciplinarios que dio la resiliencia fue a la ecología, y al estudio de las poblaciones animales, y conociendo además que uno de los pioneros de esa adaptación fue también uno de los padres fundadores de la demografía contemporánea, nos referimos al matemático que despuntó por sus estudios sobre la dinámica de las poblaciones —animales y humanas— y llegó a ser presidente de la Population Association of America entre 1938 y 39, Aldred J. Lotka (1880-1949), la deducción más automática sería creer que la demografía heredó la noción de resiliencia y otros conceptos a ella asociados —robustez y redundancia, por ejemplo— directamente de la ecología. Sin embargo, aun siendo el más corto, no nos parece que ese sea el camino que se ha recorrido. Los primeros trabajos de A. J. Lotka, así como los de su colaborador Vito Volterra (1860-1940), menos conocido hoy en día entre los demógrafos, versaron sobre las leyes demográficas que tomaban en principio las poblaciones de peces como modelos la idea de población estacionaria —aquella que se mantiene siempre el número de individuos que la componen gracias a un crecimiento natural nulo mediante el juego compensatorio de mortalidad y fecundidad— y el impacto de los cambios (especialmente los medioambientales) a los que podían estar sometidas esas poblaciones.64 Lo mismo ocurre con los interesantes desarrollos posteriores llevados a cabo por la ecología, como por ejemplo, el del canadiense Crawford S. Holling,65 donde la resiliencia pasa a ser considerada como el producto de la adaptación a las fluctuaciones de diverso tipo, redefiniendo el concepto de estabilidad en relación al de equilibrio. Aunque este aportará dos elementos clave de la comprensión de la resiliencia en otros campos: que la resiliencia no implica volver al estado de equilibrio original; y que significó acomodar