Demografía zombi. Andreu Domingo
a oír —y, lo que es peor, a creer—, que «los mercados castigan» o «premian», como si fueran entidades con voluntad propia, y dotados de una lógica aplastante. Las segundas, como agente emotivo, transmitido por las imágenes donde se alternan la violencia terrorista o las catástrofes naturales.79 De este modo, la sociedad del riesgo se metamorfosea en la sociedad disciplinada por el riesgo.80
Para dar cuenta de la legitimación del neoliberalismo en la transición de la prevención a la resiliencia en la sociedad del riesgo hemos hecho mención del storytelling, como práctica narrativa. Es en esa utilización, que nace inspirada en la mercadotecnia, donde encontramos el desarrollo de lo que ha venido a llamarse «posverdad», término popularizado tras la elección como neologismo del año en 2016 por el Diccionario de Oxford. Para ello era imprescindible la mercantilización de la emoción, a la vez que se recuperaba como elemento esencial en la subjetivación ligada a la evaluación de riesgos. La confluencia entre la publicidad, la extensión de nuevas tecnologías —incluyendo la irrupción del Big Data—, junto con los cambios en la política de comunicación y la consolidación del neoliberalismo81 han propiciado un cambio que Michel Foucault llamara «Régimen de verdad». Definido ese régimen como:
El tipo de discurso que en cada sociedad funciona como verdadero, los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos de los falsos, la manera de sancionar unos y otros, las técnicas y los procedimientos que son valorados para la obtención de esa verdad; el estatuto de aquellos que tienen la responsabilidad de decidir aquello que funciona como verdad,82
que va mucho más allá de la mentira y que, sin embargo, es esencial en la construcción política del riesgo. Especialmente en el caso de la narrativa que se construye alrededor de los fenómenos demográficos, la posverdad no trata tanto de la verdad o falsedad de los hechos, sino de su selección, del momento en que se utiliza, de su interpretación y de su utilización.83 Se trata de desplazar lo económico al terreno de lo demográfico.
A juzgar por la evolución del contenido de los informes sobre riesgos globales del Fórum Económico Mundial, la problematización de la evolución de la población ha sido uno de los variados recursos que ha utilizado la narrativa neoliberal para apartar nuestra atención de las causas de la crisis económica y de la responsabilidad que las clases dirigentes tenían en ella. Según su interpretación, la crisis se habría producido no por la falta de control sobre las prácticas abusivas del sector financiero, sino por la insuficiente aplicación de las recetas del libre mercado, entre ellas una mayor desregularización. Este evidente despropósito es una coartada que ha venido siendo repetida cada vez que el fracaso del programa neoliberal se ha hecho fragrante.84 En vez de reconocer que la burbuja hipotecario-financiera se había alimentado gracias al principio doctrinario de la desregularización que había dejado las manos libres a la acción depredadora del sector financiero, siguiendo su propio dogma se dispusieron a travestir de oportunidad la situación de crisis. Imbuidos por la euforia (hybris) a la que les había transportado el convencimiento de impunidad que les había otorgado el triunfo absoluto sobre sus detractores, transformaron la cacareada «refundación del capitalismo» en una descarada operación de transmisión de costes del sector privado al sector público. Los rescates financieros en nuestro país no serán los únicos, pero quizá sí los más escandalosos ejemplos. Profundizar en las crisis resulta una forma de atrofiar el Estado e imponer el modelo neoliberal, pero no solo eso, sino que transforma la propia crisis en una forma de gobierno, facilitando la conversión de los gobiernos en instituciones para la salvaguarda del capital (ya ni siquiera del mercado), como argumentan Pierre Dardot y Christian Laval.85 El neoliberalismo, pues, que utilizó la crisis de los setenta con el objetivo de desacreditar el Estado de bienestar, ha utilizado la de 2008 para consagrar la activa normativización legislativa en beneficio del capital emprendida en primer lugar por las instituciones internacionales que de hecho constituyen el gobierno mundial. Es el caso europeo disimulado por la (necesaria) cesión de soberanía de los estados nacionales en la construcción de la Unión Europea. En el despliegue de este argumento se suele pasar por alto que la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional son los principales promotores del avance de las políticas neoliberales aplicadas en Europa. Impuestas bajo la receta del «ajuste estructural» como remedio a la crisis económica, dando la vuelta a sus orígenes: no es el abuso del sector financiero o inmobiliario, sino los caracteres «nacionales» de españoles, o griegos, o el propio Estado ineficiente (por intervencionista), la codicia humana aliada con la ineficiencia los que serán señalados como el origen de la corrupción. De este modo, se encubre que la corrupción nace del debilitamiento del Estado, y del intervencionismo corporativo en el desmantelamiento de lo público, resultando el político recompensado por su facilitación de esa ofensiva con la onerosa participación en consorcios privados, a los que ofrecerá su «experiencia», o siendo él mismo parte y líder en esas corporaciones. Lo que se ha popularizado, una vez acabada la carrera política, como «puerta giratoria».
El aprovechamiento de la crisis de mediados de los setenta para impulsar el desmantelamiento del Estado de bienestar, cuyo máximo exponente fue en Europa el llamado «thatcherismo», y en los Estados Unidos el «reaganismo», culminado por la caída del régimen soviético y la propuesta del fin de la Historia como narrativa que propugnaba la vacuidad de la lucha de clases,86 dieron alas a esa revolución desde arriba. Había que «contar un cuento» en el sentido de storytelling. El resultado «científico» de la encuesta sobre riesgos globales es un producto a partir del cual desarrollar un discurso —aquí en el sentido de narrativa— que ordene la intelección de la realidad de acuerdo con la cosmovisión neoliberal. No se trata simplemente de «la mentira» como un ejercicio de ocultación o distorsión deliberado producto de una ideología concreta. Recordemos que la base de la que parten los informes es una encuesta dirigida a «expertos», es decir, constituye una intelección de ciertos fenómenos sociales como riesgos y de la interrelación entre unos y otros, sobre las opiniones de aquellos que son identificados y se identifican como integrantes de las élites cosmopolitas surgidas de la globalización, donde se mezclan científicos empresarios y políticos. Deberíamos no olvidar tampoco en este punto primero cómo ya en los años setenta Hanna Arendt87 nos alertaba sobre la difuminación de la línea que separa la verdad de la opinión. Y ello destacando el incipiente ascenso de las relaciones públicas, junto con la teoría del juego y el análisis de sistemas en la política —en concreto en el diagnóstico fallido sobre la guerra del Vietnam. Y, segundo, cómo precisamente esa élite emergente de «expertos», empresarios —especialmente los vinculados a las aseguradoras y al capital financiero—, y políticos, nacida de la aceleración de la globalización, es la que tiene un papel protagonista en la transformación del «régimen de verdad», como sancionadores de lo cierto articulado a través del discernimiento de lo que constituye un riesgo.
Esa narrativa, en su vertiente moralizadora, acabaría articulándose alrededor de los topoi propios de la llamada política de austeridad, culpabilizando a las víctimas —ese mantra de «vivir por encima de las propias posibilidades» que se nos ha repetido hasta la saciedad—, pero junto a esa vía capellanesca, desde el primer momento se nos propuso el retorno a la peor cara del malthusianismo. De este modo, el crecimiento de la población, su estructura y las migraciones, volvieron a ser los protagonistas —en sus propias palabras, «la semilla de distopía»—, de ese terrorífico cuento, que poniendo el apocalipsis (demográfico) como argumento y horizonte pretende que aceptemos la inevitabilidad del infierno neoliberal (en su versión neodarwinista).
La coincidencia en 2011 con la operación de marketing de la División de Población de Naciones Unidas consistente en la celebración del habitante 7.000 millones con el fin de recaudar más fondos sirvió de pretexto y acicate. Como sabemos, ese no era un recurso nuevo. Al revés, por no retrotraernos al propio Malthus, en 1968 fue utilizado como ariete, disfrazado de medioambientalismo a partir de la ya citada obra de Paul Ehrlich.
La transformación e incremento de la presencia del concepto de resiliencia en los informes del wef refleja esa metamorfosis más extensa que convierte en una característica individual que puede ser promovida y aprendida, tanto que va invadir desde los manuales de autoayuda que pretenden enseñar resiliencia hasta los memorándums sobre seguridad nacional de los estados, sin que falten los cuentos infantiles.