El libro de Lucía. María Lucía Cassain
hasta médicos y yo respondo que justamente tampoco yo podría desarrollar las actividades de muchos de ellos.
Me resulta inimaginable atender a un herido o pensar en hacer una cirugía, me resulta imposible hacer un cálculo matemático, no podría por ejemplo realizar una tarea en los cementerios, en fin cada uno hace lo que puede y es así como todos podemos hacer algo que realmente ayude al prójimo, porque para mí todos los trabajadores realizamos actividades que son importantes.
Salto Argentino. La familia y los cementerios
Respecto de los cementerios no puedo dejar de mencionar mis incursiones en el de Salto Argentino, el pueblo, hoy ciudad, donde están la mayoría de los restos de mis familiares.
Desde chiquita mi papá nos llevaba al pueblo a unos 180 kilómetros de distancia de donde vivíamos (Ramos Mejía), por lo menos una vez al año y la visita a la casa de su hermana Elisa era la primera estación del viaje que normalmente era de 48 horas e incluía las cocinas y comedores de otros parientes, del hermano de mi mamá Lolo y su esposa Yolanda, la casa de mi adorada prima Evelia y su marido Negrito, y la casa de la familia de mi otro primo Andrés, hermano de ella y su esposa Marta, la casa de su hermano menor y por supuesto los descendientes de todos ellos.
Todo el recibimiento de la familia para mí era una fiesta. Elisa hacía el café con leche directamente mezclándolos en un mismo jarro metálico. Era delicioso. No me olvido que el tío Esteban y María tenían un almacén, y yo me daba el gusto de atender a los clientes, era en aquella época en que los productos venían sueltos y se envolvían en un papel áspero de color gris, para lo cual había que tener cierta destreza. Era muy bueno experimentar y, por supuesto, mis intentos de envolturas correctas eran saneadas por las manos hábiles de algunos de ellos dos, quienes raudamente acudían en auxilio.
El tío Lolo era famoso por su pasión. Tenía palomas mensajeras y nos mostraba algunos ejemplares que habían recorrido grandes distancias teniendo anudados los mensajes en una de las patitas. ¡Una experiencia superior!
En algún momento del viaje indefectiblemente pasábamos por el cementerio y visitábamos las tumbas de los abuelos paternos, tíos abuelos y alguna bóveda familiar, en lo que me habré de extender...
En Salto cuando era pequeña también solía pasar el verano en la casa de mis abuelos maternos, Teresa y Manuel, era una casa muy grande, con muebles muy antiguos, una hermosa galería en forma de U, un salón enorme que había sido un almacén de ramos generales y un gallinero, en el que los huevos tenían “doble yema” y, en ese lugar las siestas del verano eran eternas y nos obligaban a descansar, lo que hacíamos con mis hermanos refunfuñando.
Pero, bueno, todo se compensaba porque en carnaval no solo nos dejaban jugar con agua con los chicos del barrio, sino que además era maravilloso el corso del pueblo, el desfile de carrozas en la calle Buenos Aires, la principal y por último los bailes en los clubes sociales con orquestas en vivo. ¡Era como un sueño por lo lindo y era real! Se bailaba y las parejas se arrojaban lanzaperfumes.
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