El libro de Lucía. María Lucía Cassain
hermana Graciela me donó para uno de los hogares, entre otras cosas, un espejo, que al descargar del camión lo apoyamos en una pared, como al descuido en el Hogar Tía Amanda, y al rato, nos sorprendimos al ver a los chicos que por primera vez se reflejaban en él, tomando conciencia de que muchos no habían tenido NUNCA una experiencia así y entonces hacían fila para verse un ratito, les encantó, se sonreían y hacían morisquetas frente al espejo.
Fue realmente conmovedor, como también haber enmarcado sus fotografías y colgarlas en las paredes como cuadros y poder percibir el placer que sentían al reconocerse en ellos. Estos fueron momentos “preciosos” para nuestro grupo y no solo esto ocurrió en Tía Amanda, también nuestra obra la continuamos en el Hogar Domingo Savio, luego en el Hogar Magone, y en estos además, hicimos trabajos de pintura, carpintería, iluminación, decoración, etc., y colaboramos con otros hogares de niñas en Corrientes Capital y en San Roque.
Serán casualidad mis derivaciones, hablando de mi mamá y su legado aparecieron los recuerdos de los hogares de Corrientes y contemporáneamente se produjeron en estos días los nacimientos de dos bebés, hijos de colaboradores en el tribunal y también afloraron ahora en mi recuerdo los deseos incumplidos de Amalia de haber sido médica neonatóloga o actriz.
Y tan fuertes debieron ser sus deseos y la frustración que debió haber sentido por no concretarlos que “ casualmente” cuando tuvo un brote de locura senil, a los 83 años, hallándonos sentadas junto a la mesa de su comedor, viendo la televisión me contaba que, en el Servicio del Hospital todos los bebés evolucionaban bien y señalándome al actor (cualquiera que aparecía en ese momento en la pantalla) me comentaba que ese día, lo había visto en la Secretaría, por supuesto se refería a la Secretaría de La Casa del Teatro, en la que supuestamente en su fantasía ella se desempeñaba.
Estas expresiones por lo visto aparecieron, desde su inconsciente y me dieron la pauta de que, en esta vida es muy bueno poder cumplir con nuestros deseos más profundos, que por lo visto como datos quedan guardados en nuestro disco rígido, o sea nuestro cerebro o nuestro inconsciente como se prefiera.
Página 12 (antes de la corrección de estas líneas)
Me acaba de señalar mi tablet que entré en la página 12, y no puedo dejar de relacionar esto con el periódico de igual nombre (Página/12), y con Jorge Lanata, su fundador, porque, aunque él no lo sepa, lo admiro y además lo extraño cada vez que no está su programa en televisión, ya que su claridad me acompañó, en numerosos momentos de mi vida y muy especialmente cuando juzgué parte de los hechos sucedidos en Campo de Mayo porque mientras lo hacía, releía aquel tomo de su libro Argentina, y esa lectura me ayudó a comprender aquella época tan nefasta que yo viví siendo muy joven, cuya trascendencia no había logrado incorporar en su plenitud hasta después de restablecida la democracia.
A propósito de ese juicio, a veces vuelvo sobre el voto y la disidencia que hice en aquella sentencia, porque fue algo tan fuerte lo que escuché, analicé y luego sinteticé en ella que tuvo el efecto de pasar muy rápidamente al olvido, hasta el punto de que, al poco tiempo de su dictado, en una charla con compañeros de la secundaria que me preguntaban acerca de mi experiencia en ese juicio no pude recordar ni los nombres de las víctimas (algunas, hombres públicos) o los lugares de los hechos, y creo que esa selección perceptiva de olvidos fue el más preciado recurso que pudo utilizar mi cerebro, para que pudiera salir sanamente, del lodazal en el que había estado sumergida mi persona durante varios meses.
No quiero abrumarme hoy, bastante con los insomnios y pesadillas que sufrí entonces y los que vengo sufriendo últimamente. Esto es para mí el miedo. Tengo muchos miedos, a la muerte de los otros, a la violencia callejera, a la violencia verbal, a los fracasos ajenos, a las frustraciones, en general a las muertes y a los duelos. Siento que necesito tranquilidad, paz, y seguridad, Tolerancia 0 está un poco cansada de luchar y el país no acompaña en nada.
Estoy asustada por el futuro, porque creo que hoy ya no tengo el empuje y la fuerza de antaño y temo administrar mal mis propios recursos.
Nuevamente me planteo si este es el mejor momento para retirarme o si sería conveniente hacerlo el año próximo, lo estoy pensando bien, por lo pronto me dejo de presionar a mí misma y resolví tomarme una semana de vacaciones con “mi chico” y viajar a Fortaleza, Brasil para visitar a mi hermano Enrique, que es lo mismo que decir descansar, ver el mar, tomar sol, hacer gimnasia y disfrutar momentos cariñosos, en fin, entrar en estado de babia, como me ocurre cada vez que me alejo de las obligaciones.
Creo que esta es la mejor decisión en este mayo con clima de verano que estamos viviendo en Buenos Aires. Quizás en los próximos días encuentre en mi interior la tranquilidad de espíritu que tanto anhelo y aspiro a dejar aquí las preocupaciones que me acosan y me pesan tanto. Mi vida no es ajena a mi circunstancia y esta engloba no solo lo profesional, sino también las vicisitudes familiares y las políticas de las que no puedo desinvolucrarme, aunque lo quisiera.
A veces, mi cabeza corre tan velozmente que mi cuerpo no puede soportarlo, es la visión del conjunto y los pronósticos que imagino, lo inevitable de la pesadumbre que por momentos experimento. Me gustaría contar con un botón para poder (cual interruptor eléctrico) prenderme y apagarme. Por cierto no lo logro y entonces arrastro mis pesares como puedo y sigo andando también como puedo.
El señor Barak nos ha permitido ingresar a su país, falta que también la autorice a nuestra hija y entonces seremos los tres quienes decidiremos cuándo vamos a ir a visitarlo, tal vez en ese momento ya no presida él mismo, pero bien valdrá la pena haber logrado la visa para fines más cercanos como los encuentros familiares, culturales, en fin, vacacionales.
La salud
En estos días sufro un retroceso en mi salud, tengo un brote psoriásico y ello me desestabiliza, esta enfermedad la sufrí desde los 18 años y hasta los cincuenta, y para mí resultaba vergonzante, hasta el punto de que no todos los que me conocían o conocieron por aquellos años supieron de su existencia, las lesiones siempre las tuve en la cabeza, especialmente en la nuca y recuerdo que en la época de los exámenes en la facultad he llegado a ir a rendir con el cuero cabelludo, como “en carne viva”, circunstancia que disimulaba por supuesto, con el pelo suelto.
La reproducción de células era tan veloz que la descamación que sufría era impresionante, ni hablar de la picazón permanente y el rascado que trataba de ocultar moviendo el pelo como fingiendo que lo acomodaba, de las cremas que tenía que ponerme para cicatrizar (alguna realizada por algún brujo), el aceite de auto quemado que me recomendó algún médico, las inyecciones subcutáneas que me daba mi amiga Patricia, en fin, el único recurso que tenía para ponerle un poco de humor a mi sufrimiento era decir, a los íntimos por supuesto, que era tan inteligente que por eso las células se me caían por la nuca, pero, bueno, el día en que dejé de soportarla, no sé por qué, comenzó una etapa de mucha alegría, entonces, volver a sufrirla me produce una gran desazón, parece que este asunto no está definitivamente terminado en mi vida.
Algunas reflexiones
Me resulta, si no difícil, un poco delicado aceptar esta nueva etapa de la vida, antes era audaz y ya no lo soy tanto, ahora tengo una mayor prudencia y creo que en otros tiempos tomaba decisiones rápidamente, porque sabía que si erraba siempre habría la posibilidad de enmendar y no sucede lo mismo ahora. “De todas maneras”, como diría una de las señoras que cuida a mi papá, como una muletilla, reconozco que he tenido esa cuota de suerte que tal vez no alcanzó a otros. En este sentido creo que he sido y soy afortunada y por ello estoy muy agradecida.
Sería por eso creo que hace muchos años sostenía que existía como un equilibrio ecológico de las relaciones humanas, porque cuando algo no se daba para mí de la manera esperada, al poco tiempo, brotaba como mágicamente un nuevo camino o alguna solución, y hoy pienso que esa compensación, que en mi vida producía ese equilibrio, lamentablemente no alcanzó a todo el mundo.
Siempre sostuve que era muy bueno haber podido nacer en la época en que nací y en Occidente, por un lado porque fue después de las guerras mundiales y por otro, porque me resultaba doloroso pensar en las mujeres de lugares del Oriente con las limitaciones que les imponían