El libro de Lucía. María Lucía Cassain

El libro de Lucía - María Lucía Cassain


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actitud que me daban una cierta sensación de vacío, mi sensación más profunda era que se hallaban como resignados mirando su destino. Me producían una gran tristeza.

      Sin título

      Hace días que no escribo, o mejor dicho, no lo hago en este espacio, ya que en mis horas de trabajo escribo sentencias o proyectos casi siempre cuando no estoy en la Sala de Audiencias, haciendo “juicios orales” y la verdad es que me encanta hacerlo, me produce un placer especial concluir una causa, sea en el sentido que fuere, condena, absolución, prescripción o cualquiera de esos nombres técnicos que tienen las resoluciones judiciales de los casos.

      Esto de ponerle fin a los conflictos es algo que me produce mucha tranquilidad, porque siento que el punto final es lo que esperan la mayoría de las personas, implica el cese del estado de incertidumbre que genera el inicio de una causa penal, sea que resulten víctimas o imputados.

      Muchas veces, ambas categorías postergan otros actos de sus vidas hasta su resolución.

      La víctima necesita que se la reconozca en ese carácter y a partir de allí parece que puede continuar su camino o reiniciarlo y por esto es tan importante ese punto final.

      El imputado necesita saber si lo creen culpable o inocente y esto independientemente de que sea lo uno o lo otro y digo esto porque, en mi experiencia, muchas personas que cometieron delitos, aun los más graves o atroces logran, por un proceso de negación, desconocer que ellos fueron sus autores y otros, aun negando hasta el fin del proceso su participación, contradictoriamente, antes del inicio del juicio oral y público ingresan a un régimen voluntario anticipado de cumplimiento de pena, como por las dudas.

      Los seres humanos somos increíbles, son escasísimos aquellos que admiten haber cometido un delito o una falta grave, o hasta un simple error, al contrario, negar su comisión aparece como un deporte nacional y popular muy de moda en estos tiempos. ¿Será que la confesión resulta algo así como admitir que uno es un bobo, frente a tantos otros que logran zafar siempre de sus hechos ilícitos o de sus mentiras?

      Retomando, la sentencia, desde mi perspectiva, se acerca muchísimo a la verdad real y logra esa finalidad inspirada en “dar a cada uno lo suyo”, lo que ocurre es que, por la garantía del doble conforme, nuevamente aparece como un deporte y por cierto tienen derecho quienes resultan perdidosos, en nuestros casos, los condenados a prisión a que la sentencia sea revisada por un tribunal con una jurisdicción distinta o superior, según algunos a la nuestra y es así, como suelen pasar dos o tres años, para que, en definitiva las cosas queden como ya habían sido plasmadas.

      Excepcionalmente, ocurre lo contrario, cuando alguna ideología abolicionista logra colarse por sobre el sentido común, según mi humilde opinión.

      No quiero con esto que se interprete que estoy en desacuerdo con las garantías constitucionales, no, lo que ocurre es que para mi gusto las certezas para víctimas y sus familiares y los propios procesados no llegan en un tiempo oportuno. Los unos y los otros se perjudican y por eso nosotros, los jueces, terminamos apenas administrando como tardíamente la injusticia.

      En ese quehacer diario transcurren las horas del trabajo que todo el equipo realizamos con seriedad, aunque en ellas aparecen situaciones en las que no resultan ajenas la calidez humana ni el sentido del humor.

      A tanta transgresión (los delitos) se contraponen las bromas, las ingenuidades, algún rezo, un abrazo, una cargada, expresiones de deseos, sueños compartidos que no tienen nada que ver con alguna fundación famosa, pensamientos profundos, enojos, preocupaciones por los hijos, etc., es decir, conformamos un gran combo, en el que más de veinte personas religiosamente hacemos un alto en el camino, para acercarnos al tan deseado almuerzo.

      Ese evento, envidiado por muchos de los que resultaron invitados o participaron circunstancialmente, es un momento, aunque no quiera creerse, para mí de meditación, tal vez no en el sentido actual del término, sino en el del vinculado al pensamiento.

      Mi posición en la mesa (en su cabecera) me permite tener una visión panorámica de todo el grupo humano de trabajo, heterogéneo en algún sentido y al mismo tiempo tan consustanciado en su labor y sobre todo en los valores.

      La mayoría de ellos ingresaron al tribunal siendo muy jovencitos, y verlos hoy recibidos de adultos, padres, madres o abogados o todas las cosas juntas me encanta, pese a que me recuerda que ya no soy tan joven o, mejor dicho, que el tiempo transcurre para todos y todos hemos crecido.

      Aclaro que no fue casual el orden de los “recibimientos”, ocurre que quienes me conocen saben que para mí primero están las personas y después los títulos. Esto no es exclusivo de los profesionales, desde chiquita decía que yo estaba con la Asamblea del Año XIII porque abolió la esclavitud y no reconocía los títulos de nobleza, para mí esa Asamblea ¡era lo más! ¡Qué maravillosos los hombres que la conformaron!

      La circunstancia de que, desde hace muchos años, solo nos desempeñamos como titulares en el Tribunal Alejandro y yo, y lo integramos con diversos colegas, ha redundado en que conformemos una pareja y en consecuencia nos erigiéramos de algún modo en un papá y una mamá, para algunos de ellos cuanto menos, de lo que estoy segura y por eso se ha impuesto con el tiempo una relación “familiera” en general, a veces indiscreta o metida, como ocurre habitualmente en la mayoría de las familias.

      Volviendo a la mesa, desde mi posición vi crecer las pancitas de María Eugenia, María Noel y Natalia, y como le dije a esta última, las miraba y pensaba en la grandeza de la naturaleza y que en esos momentos eran las “elegidas” en este mundo.

      Particularmente disfruto muchísimo el tipo de relación que entablamos con nuestros colaboradores en el tribunal, porque Tolerancia 0 se caracteriza, entre otras cosas, por ser muy madraza, entonces sin que se interfiera negativamente nuestra labor, ya que no ocurre, de paso, además de lo jurídico tengo la oportunidad de hacer a veces de escucha a los más jóvenes y sé que soy muy respetada en alguna opinión que les pueda brindar, en general.

      Sigo jugando con ellos, como Tolerancia 0, nuestros intercambios por WhatsApp continúan y siguen siendo tan divertidos como al principio, últimamente hemos incorporado un lenguaje operacional, y algunos de los del grupo se han adjudicados cargos de las fuerzas armadas o de seguridad, también hemos incorporado algún modismo carcelario.

      Como saben que comencé a escribir este libro, a propósito hoy Sandra me acercó información acerca de cómo se debe escribir una novela, entonces llego a casa y la devoro y acá estoy, siguiendo con esta idea de transmitir sensaciones por escrito. No creo que este primer libro pueda tener alguna categoría, en realidad es un pequeño relato que intento hacer contando mi cotidianidad, sin mayores aspiraciones que las de encontrarme por un rato conmigo misma y mis interiores.

      Algunas de estas líneas ya se las leí a algunos seres queridos y lo que más me llamó la atención es que alguien me dijo algo que me encendió, en el buen sentido (en el de la inspiración), porque me transmitió que encontraba en ellas, un estilo como el de Isabel Allende y esto fue para mí el mejor halago que podría haber recibido, “una gloria”, porque adoro a esa mujer y sus libros, y al comentar mi alegría con otra amiga, a quien también le gustó lo que estoy haciendo, y ya sabiendo que estoy por cumplir con un deseo pendiente, que es comprar una moto, no tuvo mayor tino que el de mandarme un WhatsApp con una foto de Isabel Allende, arriba de una. ¡Me pareció genial!

      ¿Serán solo coincidencias? Ojalá que no. No quiero aquí se piense que nombro a personajes de talla para explotar la mención de esos grandes en mi beneficio, pero las cosas me pasan y no puedo evitar mencionarlas porque me producen un gran placer.

      Ser escritora no creo que pueda ser algo que surja de un día para otro, sería irrespetuoso de mi parte pensar que lo soy, pero llamativamente me impresionó aquel personaje de Sean Connery en una película que me pareció maravillosa, de la que no recuerdo su nombre, pero lo habré de averiguar para mencionarla aquí con todas las letras porque me resultó magnífica y se trataba de la vida de un escritor, que se convirtió en el mentor de un muchachito que vivía en el Bronx, que al inicio había entrado a su casa a recuperar una pelota y con quien entabló una relación increíble, digna de ser vivida por ambos y vista y contada


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