El estallido. Hassan Akram
se ve en el siguiente gráfico, desde hace unos 15 años, la productividad laboral está estancada en Chile, lo que ayuda a entender la desaceleración de la economía, los bajos salarios y el creciente malestar de los rezagados:
Bajo crecimiento de la productividad en Chile
Fuente: Cox Edwards (2017: 6 n.3)
Cuando se habla de un grupo de personas denominadas ‘rezagadas’, se refiere específicamente a aquellas cuyos ingresos no están aumentando de la misma forma que ocurre con los ingresos de los más privilegiados de la sociedad. Como se analizó anteriormente (sección 1B), el 1% más rico de Chile vio aumentos importantes en sus ingresos durante toda la década de los dos mil. Lo que se ve ahora, con el estancamiento de la productividad desde la segunda mitad de aquella década, producto de la nula diversificación productiva que empeora en la misma época, es que hay también una desaceleración en el crecimiento salarial.
Es importante destacar dicha desaceleración porque, en contraste con el mundo desarrollado, muchas veces en el mundo en vías de desarrollo aumentos brutales en la desigualdad se compensan con un aumento transformativo en los ingresos de las clases populares. Esto es lo que ha apaciguado parcialmente el descontento social en varios países asiáticos (el cambio desde ser campesinos con cultivos de subsistencia a trabajadores urbanos con salarios crecientes hace menos relevante el mayor enriquecimiento de la elite).
En Chile, durante los primeros años de la transición democrática, los aumentos en los ingresos también contuvieron el descontento social (el país estaba saliendo de una dictadura sangrienta durante la cual el ingreso real promedio se había contraído sistemáticamente). Sin embargo, pasando los años, el recuerdo colectivo del miedo asociado con la dictadura se desdibujaba y, sobre todo posteriormente a la crisis asiática, el crecimiento de los ingresos se desaceleró, lo que provocó que se empezara a sentir más el descontento social:
Bajo crecimiento de los salarios en Chile
Fuente: Ffrench-Davis (2018: 496)
La otra cara de la moneda de estos salarios estancados es un creciente endeudamiento de la población. Según el INE,102 el ingreso promedio per cápita mensual de 4 de los 5 quintiles (80% de la población) es menos que su gasto promedio mensual. En otras palabras, las familias se endeudan cada vez más. Según Dicom Chile tiene 11,3 millones de personas endeudadas (63% de la población).103 De estos, 4,6 millones son personas con deudas morosas (25% de la población) cuyo monto promedio de deuda está creciendo desde 1,3 millones de pesos en 2015 a 1,8 millones en 2019.104 De estos deudores morosos, más de 75% lo es hace más de un año y el monto promedio que deben pagar es de 2,1 millones de pesos.105 En este contexto no debe sorprender que la gente no esté contenta con el modelo económico.
Entonces para resumir: el estallido que empezó el 18 de octubre de 2019 tiene su explicación, no en las pulsiones emocionales de una generación irracional, sino en los problemas concretos del modelo neoliberal. Las políticas públicas neoliberales generaron un grupo de rezagados, cuyos ingresos se han estancado y cuyo estándar de vida se ve precarizado. Puesto que Chile tiene los derechos sociales mercantilizados, la desaceleración en los ingresos implica menor acceso a educación y salud y mayores posibilidades de una jubilación de pobreza. Una familia que salió de la pobreza podría volver a ella solo porque se enferma uno de los padres, que implica un tremendo gasto médico y luego meses sin sueldo. Los hijos podrían tener que abandonar la universidad y entrar en el mercado laboral, cortando cualquier sueño de movilidad social. Esta es la realidad del Chile de los rezagados, donde los salarios estancados hacen insostenible la vida estable.
Frente a esta realidad la pregunta obvia sería: ¿Cómo podemos deshacernos del modelo neoliberal? Sin embargo, simplemente plantear una pregunta así desata la furia de los defensores del modelo. Desde el CEP, la misma organización que tanto hizo para negar la realidad del malestar en Chile, Sylvia Eyzaguirre se burla de los que hablamos de estas cosas viejas como superar el modelo. En una columna con el título irónico ‘Esperanza’, Eyzaguirre dice: “más de un millón y medio de personas en Santiago y otros cientos de miles en el resto del país marcharon de forma pacífica para manifestar su descontento. ¿Qué quieren todas estas personas? Difícil saberlo si no hacemos un esfuerzo por escuchar las miles de voces distintas que en los últimos días se han manifestado [...] Algunos, sin siquiera hacer el amago de escuchar, creen tener ya las respuestas, que por supuesto son exactamente sus mismas viejas respuestas”.106
Una semana después, en una columna con el título más honesto de ‘Delirio’, Eyzaguirre demuestra que su supuesto afán por escuchar tiene límites evidentes cuando se trata de temas que no quiere conversar. “Seamos sinceros”, pregunta, “¿cuántos ciudadanos se han leído la Constitución? No es evidente que quienes se manifestaron pacíficamente estén demandando una nueva Constitución”.107 Hay una arrogancia increíble en hablar de la supuesta ignorancia de la ciudanía sin ninguna autocrítica por la ignorancia de su propio empleador, el CEP, frente al tema del malestar. Aun peor, Eyzaguirre pasa por alto las encuestas que preguntan directamente a la gente y también las declaraciones de las organizaciones que convocaron la marcha. Estas fuentes hablan del tema de una nueva constitución como de importancia fundamental para resolver el malestar, pero Eyzaguirre las ignora completamente. Nunca fue más evidente que la apelación a la complejidad de las demandas multifactoriales y la necesidad de escuchar sean nada más que una excusa para esconder una oposición a cualquier cambio.
Pero para tratar de justificar esta sordera, Eyzaguirre lanza una pregunta absolutamente necesaria y profunda. “¿En qué minuto se convirtió la Constitución en el principal problema de Chile? De ser así, ¿por qué los candidatos presidenciales que promovían una nueva Constitución no salieron electos?”.108 Las respuestas a estas preguntas ayudan también con la respuesta a la pregunta original ¿cómo podemos deshacernos del modelo neoliberal?
La victoria electoral de Sebastián Piñera, apenas 23 meses antes del estallido, habla de un profundo problema con el sistema de representación. Para poder superar el neoliberalismo, primero hay que entender este problema con la institucionalidad política. La pregunta sobre la constitución se desprende del problema de representación. Así, el capítulo 2 va a analizar la victoria electoral de Piñera, para entender cómo un país sufriendo un gran malestar con los efectos del neoliberalismo termina eligiendo como presidente a uno de los grandes defensores de dicho modelo.
Específicamente el capítulo 2 pondría la victoria de Piñera en el contexto de la ya mencionada crisis general del neoliberalismo, con un malestar de los rezagados en los tres países más neoliberales, lo que genera un rechazo al sistema político. En estos tres contextos (Reino Unido, Estados Unidos y Chile) la derecha gana ‘por descarte’ porque los rezagados dejan de votar por la centroizquierda que apoyaban tradicionalmente, puesto que se sienten traicionados por su conciliación con las políticas neoliberales. De este análisis sigue la conclusión de que superar el neoliberalismo implica fortalecer otros mecanismos u organizaciones de representación política, abandonando el duopolio que siempre ha traducido preferencias ciudadanas antineoliberales en políticas públicas proneoliberales.
¿Cómo podrían superar el neoliberalismo organizaciones políticas no duopólicas? Esta pregunta nos lleva al problema constitucional, y la mejor forma de responderla es a través de un análisis profundo del último, y desastroso, intento de hacer reformas al modelo neoliberal –el gobierno de la Nueva Mayoría bajo Michelle Bachelet. El capítulo 3 analizará las tres grandes reformas de Bachelet (la tributaria, la laboral y la educacional), enfocándose en los límites impuestos por la Constitución de 1980, combinado con la mala estrategia cupular, que hicieron que las reformas fracasaran.
Así, se