El estallido. Hassan Akram
sería una sorpresa que Larraín encontrara este libro “tendencioso” porque busca explicar la rabia del estallido con la tesis de que hay un malestar en Chile con el modelo económico y social. Tal explicación simple y parsimoniosa choca con sus prejuicios, y entonces él apela a la complejidad multifactorial y a las subjetividades de las personas, todo para evitar una discusión sobre el modelo. Pero si este libro pretende entrar en una discusión acerca de las causas del malestar, para proponer cambios que podrían ayudar a la sociedad en este momento de movilización, entonces hay que enfrentar los argumentos de Peña y Larraín. Solo después de desmentir esta idea de que el malestar en Chile es un mito, y que fundamentalmente la gente está contenta, podemos iniciar una conversación seria como país sobre los problemas con el modelo.
1B. El ‘malestar mítico’: la falsa tesis de los empresarios
A primera vista parece que la tesis de Peña es una simple extrapolación de su propia subjetividad como miembro privilegiado de la sociedad chilena, respecto de la realidad nacional. Irónicamente, acusa a los movilizados de elevar su subjetividad al estatus de una realidad incuestionable, pero más bien es su experiencia personal de ascenso social la que ciega todo su análisis de personas que no experimentaron lo mismo. En el caso de Larraín, es uno de los herederos de la fortuna de la familia Matte y director de la empresa Colbún, por lo tanto el mundo de bajos salarios y altos precios para servicios básicos le es totalmente ajeno. Entonces uno podría argumentar que la idea del malestar mítico no merece mayor análisis. Sin embargo, esta noción fue influyente porque estuvo basada en varias investigaciones de ciencias sociales y había datos duros detrás. Para poder mejorar la conversación nacional es importante deshacernos de esta tesis con un análisis más profundo.
Los datos detrás de los argumentos de Peña y Larraín vienen de una serie de informes del Centro de Estudios Públicos (CEP). El CEP fue clave en difundir la idea de que en Chile no había ni malestar ni rabia. Fue Harald Beyer (exministro de Educación de Piñera y entonces director del CEP) quien se encargó de publicitar esta tesis. Se identificó al gobierno de la Nueva Mayoría con el diagnóstico de “que en nuestro país había un malestar ciudadano bastante transversal”.16 Así se argumentó que la derrota en las urnas de dicha coalición demostró que “los votantes rechazaron el diagnóstico oficialista del malestar y la agenda de cambios radicales que trajo consigo”.17 Según Beyer este diagnóstico “relativamente lúgubre sobre el estado de la sociedad chilena no cuadraba con los elevados niveles de satisfacción que exhibía la población [y] tampoco con el progreso material que exhibe Chile en diversos frentes”.18
Esta visión del CEP, cuyos datos fueron citados directamente por Carlos Peña, tiene una explicación muy particular del malestar que supuestamente animó las reformas de la Nueva Mayoría. Según el CEP, “la satisfacción con la vida de los chilenos […] es muy alta y ha crecido durante décadas recientes” (desde 62% declarándose ‘satisfechos’ o ‘muy satisfechos’ con sus vidas en 1995 a 82% en 2015).19 Entonces el malestar “se trata más bien de la percepción de que el resto de las personas del país no están satisfechas con su vida… Se sitúa en el mundo [del] resto de los chilenos, al cual solo es posible acceder de manera mediada”.20
Así, se argumenta que los orígenes del malestar no están en las condiciones de vida de la gente (que supuestamente han mejorado tanto), sino en la información errónea que llega a las personas sobre la mala situación de los demás. En esto “los medios de comunicación masivos juegan un rol crucial dada su tendencia a reportar lo conflictivo y lo controversial […] genera[ndo] imágenes negativas sobre el desempeño de las instituciones”.21 En otras palabras, para el CEP hay una versión derechista del tan criticado concepto marxista de ‘consciencia falsa’. La gente se siente con malestar no porque sus condiciones objetivas sean malas, sino porque una ideología falsa distorsiona su percepción subjetiva de la realidad de los demás.
Hay por lo menos tres problemas graves con esta explicación pseudomarxista del CEP. Primero, la imagen de los medios de comunicación que tiene contradice el análisis académico. Segundo, las cifras de bienestar subjetivo de los individuos que ocupan son cuestionables y, tercero, sus argumentos sobre la mejora en las condiciones objetivas de la sociedad no reflejan la realidad chilena.
Para empezar, la idea de los medios como agentes que exageran sistemáticamente la percepción del malestar, creando una distorsionada impresión de instituciones que no funcionan y personas descontentas con ellas, no se condice con su funcionamiento real. El análisis sistemático de contenidos sugiere precisamente lo contrario: que “las prácticas periodísticas […] excluyen voces de los menos poderosos [y] las presiones comerciales directas e indirectas hacia los medios tienden a promover la invisibilización de la protesta social”.22
En 2005 Lagos, Matus y Vera ya reportaban la mínima presencia que lograban en los medios de comunicación chilenos las agrupaciones sociales que formulaban críticas de la sociedad chilena sintomáticas del malestar.23 Hasta 2010 había claros ejemplos de esta invisibilización. Fue el caso de la huelga de las Farmacias Ahumada y la huelga de hambre de los comuneros mapuches de aquel año, “de gran importancia para el debate público nacional que no fueron mostradas en los grandes medios […] No aparecieron pese a las estrategias de ambos grupos de huelguistas dirigidas a potenciar la cobertura mediática”.24 De hecho fue recién en 2011 que “gracias a su masividad desbordante, las manifestaciones estudiantiles sí llegaron a las pantallas de la televisión chilena y las primeras planas de los diarios”.25
La explicación por la renuencia de los medios a cubrir las protestas y otras indicaciones del malestar se encuentra en las limitaciones a la libertad de prensa. Específicamente, los “índices de restricciones percibidas por los periodistas en su trabajo diario” demuestran que los niveles de autocensura “son considerablemente más altos en Chile que en el mundo”.26 Según el sentir mayoritario de los mismos periodistas chilenos, hay “restricciones por el mercado y la publicidad” y “restricciones por agentes internos (superiores y dueños del medio)” que hacen difícil reportar temas conflictivos.27 De hecho, los datos recopilados de Sapiezynska, Lagos y Cabalin indican que el 42% de los periodistas experimenta altos niveles de restricción, y un porcentaje mucho menor (27,5%) experimenta niveles moderados.28 Durante el estallido mismo, el sindicato número 3 del diario La Tercera hizo una denuncia pública sobre la intervención editorial en las noticias, tergiversando su contenido para manipular información relacionada con las protestas.29
Esta situación no debe sorprendernos. Como observan Gumucio y Parrini, solo dos empresas controlan un 95% de los diarios en el país y ambas se autoidentifican con la derecha política, mientras el periodismo televisivo tiende a seguir las pautas establecidas por ellos también.30 Entonces, los medios prefieren ignorar los síntomas de malestar, enfocándose más bien en la agenda política de la derecha, como reconoce hasta la embajada de Estados Unidos. Fue nada menos que el embajador estadounidense en Chile, Craig Kelly, quien en 2006 caracterizó a los medios chilenos como “autocensurados, no inclinados al periodismo investigativo, conservadores, dominados por dos cadenas y marcados por el pinochetismo”.31 Con esta descripción de un embajador nombrado por George W. Bush y posterior gerente de ExxonMobil, más las cifras de los mismos periodistas sobre la autocensura frente a conflictos sociales, se podría decir “a confesión de partes, relevo de pruebas”.
En este contexto la interpretación del CEP de un malestar construido por los medios parece absurda. Si este fuera en gran parte un invento de los medios de comunicación, ¿por qué empezó a hacerse visible con tanta fuerza solo después de las protestas sociales masivas de 2011?, ¿no fueron los medios de comunicación igualmente sensacionalistas antes de 2011? ¿Cuál sería la explicación del cambio en la voluntad y capacidad de los medios de crear la impresión de malestar de esa forma repentina? No hubo un cambio de dueño en ninguno de los medios dominantes en esta época y tampoco hubo un cambio masivo en los periodistas empleados por ellos. Entonces, ¿no sería más razonable asumir que las protestas de 2011 reflejan un cambio en la sociedad que los medios (a regañadientes)