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No siempre fue así, pero hoy la seducción parece ser el nuevo tabú. Uno cool, posmoderno, de los pocos que quedan. La monogamia obligatoria del “hasta que la muerte nos separe” se extinguió. Tener relaciones antes del matrimonio ya no es un pecado. Los derechos de los homosexuales –incluso los de casarse y tener hijos– comienzan a ser una realidad cotidiana en muchos países. La educación sexual aspira a ser un estándar educativo. Y sin embargo, algo no encaja, pues la única educación sexual que hemos tenido a lo largo de nuestros primeros años consistió en una patética demostración de cómo colocarse un preservativo sin que se rompa. Y no es que sea un dato inútil, pero es la única información que nos han dado acerca de cómo relacionarse entre hombres y mujeres. Ésta es la prueba fehaciente de que la seducción sigue siendo un tabú. Convivimos en silencio con esta realidad y con la cantidad de prejuicios que giran a su alrededor. Sigue siendo más fácil hablar de preservativos, de zonas erógenas o de telenovelas. La desinformación acerca de la seducción es la regla.
Si observamos nuestras vidas, veremos que hemos dedicado la mayor parte del tiempo a trabajar, a estudiar largas carreras universitarias (con mayor o menor éxito), a desarrollar grandes emprendimientos (a cargo de nuestras propias empresas o tal vez como parte fundamental de la de otros) y hasta hemos tenido tiempo para aprender toda clase de habilidades (desde andar en rollers o tocar la guitarra hasta practicar yoga o hacer alpinismo). En algunas de estas actividades hemos descubierto grandes pasiones, así es que algunos de nosotros somos diseñadores o artistas y otros, hombres de campo o de negocios.
Hemos logrado tener un gran control en casi todas las facetas de nuestra vida y, sin embargo, hay una en la que siempre nos hemos movido a ciegas. Guiados por cierta intuición, como principiantes, comenzamos de cero una y otra vez ante cada intento fallido o ciclo cumplido. Por rachas, como quien diría. Nunca satisfechos del todo con nuestra vida sexual, querríamos tener más cantidad pero también más calidad. Desearíamos poder elegir con quién estar; contar con la habilidad de ser ese hombre por el que todas suspiran. Seducir es, por definición, una necesidad: una sensación de carencia unida al deseo de satisfacerla. Sin embargo, nos han hecho creer lo contrario. Nos han dicho que la seducción es un lujo que sólo está al alcance de unos pocos iluminados; el patrimonio exclusivo de los hedonistas.
Una necesidad básica
Nosotros, en cambio, creemos que seducir es una necesidad básica. Sabemos que un hombre no puede sentirse exitoso en la vida si no lo es con las mujeres. Y esto también vale en sentido contrario: cuando un hombre se sabe exitoso con las mujeres, despliega sus alas para lograr su máximo potencial en los demás aspectos de su vida. Todos nacemos con ese derecho. No hay razón para negarle esta posibilidad a nadie. No hay razón para negárnosla a nosotros mismos.
Éste es el punto en el que coincidimos todos los hombres. Allí reside la respuesta a la habitual pregunta: “¿Cómo llegaron a este libro?”. Y aunque la contestación pueda parecer dispar, tanto quien lo lee como los que lo escribimos transitamos ese mismo camino: el de mejorar nuestras vidas y adquirir los conocimientos y habilidades necesarias para lograrlo. Y para qué negarlo: la relación con las mujeres es uno de los componentes más importantes entre los que hacen a nuestra propia felicidad. Por eso, he aquí una advertencia: el contenido de este libro cambiará tu vida para siempre. El poder que contienen sus páginas es inmenso. A veces, toda nuestra existencia queda delimitada por pequeños grandes momentos. Éste es uno de ellos.
Nuestra revelación llegó la noche de un día como cualquiera. Al tomar en nuestras manos aquellos primeros libros sobre la ciencia de la seducción, dimos uno de los pasos más importantes en la vida de cualquier hombre; uno que nos daría una ventaja considerable sobre todos los demás. Mientras los canales de televisión se dedicaban a proyectar documentales sobre la atracción y reproducción de los peces samurái o los rinocerontes de cuello blanco, nos enteramos de que existía un sinnúmero de investigaciones y muy buena información acerca de la seducción entre seres humanos. Descubrir esto nos cambió la vida. Entonces, invertimos años en absorber todo ese conocimiento vital. El interés se convirtió primero en una pasión y luego en LA pasión, cuando finalmente, tras largos años de dedicación, nos convertirnos en expertos en la materia. Hemos estudiado científicamente la seducción durante los últimos 15 años de nuestras vidas. En 2008 fundamos LevantArt, la primera academia de Argentina y Latinoamérica dedicada al estudio y la divulgación de las dinámicas sociales aplicadas a la seducción. Los testimonios de más de 1.500 hombres que han pasado por nuestras aulas demuestran empíricamente cómo, sobre la base de un éxito social, sexual y amoroso, un hombre puede desarrollar al máximo su potencial con las mujeres. Nos consta que hemos cambiado muchas vidas. En primer lugar, las nuestras; luego, las de nuestros mejores amigos. Lo que jamás hubiésemos podido imaginar es que este conocimiento nos conduciría al punto de nuestras vidas en el que estamos actualmente.
Rebobinemos algunos años
Hasta ahora, nadie nos enseñó a seducir. Somos hombres. Nuestros padres también lo son, al igual que nuestros abuelos. Seguramente, nuestro padre jamás recibió del suyo un consejo útil acerca de mujeres y repitió el mismo error con nosotros. No podemos culparlos. Simplemente, ningunos de ellos sabía cómo hacerlo. Por otro lado, las reglas del juego han cambiado vertiginosamente en estos últimos años. Apenas un par de generaciones atrás, el placer sexual se procuraba exclusivamente en los burdeles. Más aún: podemos decir que, en ese contexto, el sexo y las relaciones de pareja rara vez iban de la mano; sólo encontraban coincidencia si satisfacían situaciones de tipo social, en su mayoría centradas en mantener o incrementar el nivel socioeconómico de una familia. Poco tiempo atrás, el desafío más importante con el que podía toparse un hombre típico de ciudad era “pedirle la mano” a la familia de la mujer que deseaba. Ese panorama no requería de expertos en seducir a diferentes mujeres y menos todavía de mujeres que pudieran elegir libremente con quién estar. Lo que más aumentaba las chances de obtener la aprobación de la familia para consumar un matrimonio era la posición económica y social del postulante. Los casamientos, básicamente, eran acuerdos sociales (siguen siéndolo) mediante los que se sellaba un contrato que permitía compartir las riquezas (o las pobrezas) de una sociedad demasiado ocupada en su supervivencia como para pensar en vanidades.
La posibilidad de seducir a varias mujeres (simultánea o consecutivamente) fue durante siglos un lujo estrafalario reservado a las clases pudientes. Los emblemáticos casanovas y donjuanes habitaban los palacios de una alta sociedad demasiado ociosa como para no distraerse. La seducción era una necesidad básica convertida en lujo. A esta suntuosidad corresponde el primer estudio riguroso sobre el tema del que se tenga registro: es el de Ovidio, el poeta romano. Escrito en el siglo primero de nuestra era, su muy citado y poco leído Ars amandi (El arte de amar) constituye un verdadero manual para el seductor latino de la época. Sin embargo, en su libro la seducción se postula como un bien accesorio, de uso para la más alta sociedad. Por eso no es de extrañar que una de las más preciadas recomendaciones de esa obra sugiera “trabar amistad con la sirvienta de la joven deseada”. Como sucedía hasta hace pocas décadas, la inmensa mayoría de la humanidad (todos aquellos que no pertenecían a la aristocracia) carecía de acceso libre a la seducción. Si dejamos de lado los últimos cincuenta años de historia, deberíamos retroceder hasta la época en que el ser humano vivía en pequeñas tribus para encontrar alguna sociedad en la que hombres y mujeres pudieran seducirse libremente (aunque no sabemos si entonces sucedía eso). En el interín, hemos sobrevivido a miles de años de tabiques y restricciones alrededor de este tópico. Hoy en día, si bien no nos enseñan cómo hacerlo, tampoco nos lo prohíben. Podemos seducir a quien queramos y, aunque parezca increíble, ésta es una situación que la humanidad no ha vivido en decenas de miles de años.
La revolución femenina
Estamos en un escenario completamente nuevo. La década del 60 –con el auge del hippismo, la liberación femenina, el acceso de las mujeres a la educación, etcétera– dio lugar a nuevas experiencias que, a su vez, generaron otras necesidades. Por primera vez, hombres y mujeres –libres para seducir, formar pareja y tener sexo con quienes quisieran– compartían el boom de los centros urbanos, de universidades atestadas y festivales multitudinarios. Los locales bailables y los recitales de música en vivo brotaron como hongos, de la noche