Llegamos tarde a todo. Fernando Rivera Calderón

Llegamos tarde a todo - Fernando Rivera Calderón


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      POESÍA

      DERECHOS RESERVADOS

      © 2017, Fernando Rivera Calderón

      © 2017, Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

      Avenida Monterrey 153,

      Colonia Roma Norte,

      Ciudad de México,

      C.P. 06700.

      RFC: AED 140909BPA

      © De las ilustraciones y el diseño: Alejandro Magallanes

      www.almadia.com.mx www.facebook.com/editorialalmadía @Almadía_Edit

      Primera edición: agosto de 2017

      ISBN: 978-607-8667-61-1

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

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      El hombre del piano

      toca una pieza

      que no compuso

      canta una canción

      que no es suya

      en un piano

      que no es de él.

      CHARLES BUKOWSKI

      el que todavía tiene cabeza

      entierre ahí de donde viene

      EDUARDO MILÁN

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      Llegamos tarde a todo

      Llegamos tarde a todo.

      Nadie nos esperó.

      Todo era viejo

      (hasta lo nuevo era viejo).

      Todos ya habían nacido

      o habían muerto,

      y las cosas del mundo

      tenían una sábana blanca encima,

      como los muebles de una casa abandonada.

      Se escuchaban

      rumores de otros tiempos,

      aparentemente mejores.

      Y ya no había dinosaurios

      ni unicornios

      ni ornitorrincos.

      Llegamos tarde a todo

      y nadie nos esperó

      para ser expulsados del paraíso

      ni para subir al arca de Noé.

      Llegamos tarde;

      cuando las sirenas ya habían cantado,

      cuando los peces se habían multiplicado

      y la cruz de Cristo era una silla.

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      Llegamos

      después de una fiesta de siglos,

      entre botellas rotas

      y colillas de cigarro,

      para beber de vasos en ruinas,

      como ángeles después del juicio.

      Y ya había muerto Lennon

      y Dios y Nietzsche,

      y no hubo asesino que sobreviviera a su víctima.

      Y eso lo supimos

      porque llegamos tarde.

      Ya conversaban

      Alonso Quijano e Ignatius Reilly

      en el pasillo de ofertas de la tienda de libros.

      Ya se habían escrito El Aleph y la quinta de

      Beethoven.

      Ya el polvo enamorado de Quevedo había sido

      barrido

      bajo la alfombra.

      Llegamos

      a la cama destendida

      donde los amantes

      se extinguieron.

      A la hoguera en cenizas

      que calentó otro sueño,

      y a esa piedra negra que un día fue lava roja,

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      y al desierto de arena,

      antiguo mar

      donde nadaban ballenas fantasmas

      y anémonas retrógradas.

      Llegamos tarde.

      Pero…

      …todavía

      alcanzamos a escuchar

      el aplauso

      de lejos,

      el último estertor

      del espectáculo

      que nunca vimos,

      en el momento

      en que prendieron las luces

      y terminó la magia,

      y se abrieron las salidas de emergencia,

      por donde se fue el mundo que era.

      Pero nosotros veníamos llegando

      apenas,

      tarde a todo,

      justo

      cuando comenzaron

      los créditos finales

      de la película,

      que alguien dijo

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      –mientras salía del cine–

      que era de amor,

      cuando el amor

      no sólo era una reacción

      de compuestos indecibles

      e irritantes secreciones.

      Llegamos tarde al bautizo,

      a la boda y al sepelio;

      y no fue un asunto de impuntualidad:

      no estábamos aquí para llegar antes

      ni mucho menos a tiempo,

      pero evidentemente

      llegamo starde:

      El mundo en pedazos,

      el silencio atómico,

      la llama helada,

      la celda sin rejas,

      la buganvilia negra,

      El odio a la primavera,

      una serie

      de luces

      navideñas

      sobre

      una

      calavera.

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