Proceso y Narración. José Calvo-González
la pulcritud expresiva en la STC 174/1985, de 17 de diciembre (BOE núm. 313, de 15 de enero de 1986), ff. jj. 1-17, la prolija repetición, por lo demás a mi juicio inadecuada, de la inferencia como deducción (“El órgano judicial deduzca racionalmente”, “actividad deductiva”, “proceso deductivo”, “operación deductiva”, “cómo el órgano judicial llega a deducir”) de la STC 175/1985, de 17 de diciembre (BOE núm. 13, de 15 de enero de 1986) f.j. 5. Con anterioridad, también en STC 140/1985 de 21 de octubre (BOE num. 283, de 26 de noviembre de 1986), f.j 3, y 145/1985, de 28 de octubre (BOE núm. 283 de 26 de noviembre de 1986) f.j. 2.
Iudex suspectus
Semionarrativa y retórica de
la imagen judicial
El Libro I de la Retórica de Aristóteles1 se inicia con la prevención de no confundir los entimemas, como cuerpo de argumentación, con las prácticas dirigidas a influir en el ánimo de los jueces conduciéndoles al odio, la ira o la compasión. Al proyecto de Jethro en buscar y elegir como jueces de Israel “varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la corrupción”2, la Ley Mosaica hizo puntual añadidura teniendo por maldito al juez que toleraba solicitaciones, sobornos o presentes3. En Roma, la Ley de las XII Tablas castigó el cohecho judicial con la pena capital4. Aljoxaní, en Historia de los jueces de Córdoba, elogió del cadí Muhammad b. Basir el nunca consentir, fuera del lugar donde celebraba audiencia, que le hablasen de pleitos, ni aun en su propia casa, y no mirar escrito en que se tratara de tales asuntos5.
Con lo anterior quiero mostrar, a través de épocas y culturas diferentes, sólo algunos momentos e ingredientes significativos en el proceso de elaboración del Gran Relato destinado a legitimar instituciones y prácticas sociales y políticas (aquí, órganos y administración de Justicia). Su número fácilmente podría incrementarse. Lo importante es, sin embargo, que ya con la modernidad logrará hacer en la imagen del juez, como principal protagonista de aquella narrativa, expresión de un poder (Poder Judicial) legitimado desde la imparcialidad y ecuanimidad. En efecto, así se comprueba a la altura del siglo xvi; la dimensión del relato universal análogo para la imaginación formal de las funciones jurisdiccionales mantiene una línea de continuidad coincidente, sino literal, con el más clásico arquetipo. A la hora de juzgar, escribe Hobbes en el Levathan6, el juez deberá estar despojado de todo miedo, ira, odio, amor y compasión. Dos siglos más tarde, Montesquieu completa el trayecto narrativo en De l’Esprit des Lois7 presentando a los jueces como “seres inanimados” a la hora de moderar la fuerza o el rigor de las leyes.
La cuestión principal es concretar cuál ha sido en ese recorrido, de incidencia en la actividad y virtual prolongación más allá de hoy, el paradigma retórico determinante. A mi entender, la construcción fabulística se sirve de la ideación del iudex absconditus dispuesto como actante cuyo juego no es otro que el del secreto. Es decir, en desarrollar una narrativa basada en la semiótica del esconder, del ocultar (el movimiento, la mirada, el sonido), enterrando bajo esa imagen toda posible comunión con el prójimo, humano, orgánico8.
Resulta revelador, y en ese sentido significativo, poder referir y situar en un narrador libre de los hechos históricos de Roma, como fue Aulo Gelio, contemporáneo de Adriano, uno de los textos donde quizá con mayor claridad se deja observar de qué forma este tipo de semiótica gestual adquiere rango fundamental para la retórica de la imagen judicial. Sus Noctium Atticarum contienen expresivas noticias y recomendaciones acerca de los deberes del cargo judicial (officio iudicis)9. Así, al preguntarse si puede el juez durante la audiencia, por consiguiente, antes de resolver (ex usu exque officio sit iudicis rem causamque, e qua cognoscit), pedir aclaración de algún punto oscuro que, aunque ilumine la causa, unida a diversos gestos (signa et iudicia faciat motus atque sensus sui)10, adelante su opinión al día en que deba darse a conocer mediante sentencia, explica cómo Jueces que pasan por perspicaces y activos no previenen contra las continuas interrogationes, aunque puedan acabar por descubrir a las partes litigantes el ánimo y sentimiento del juzgador. Otros, con reputación de moderados y serios, se oponen a que el juez exteriorice sus sentimientos a medida que los experimenta en la propia marcha del proceso11.
Se aboga, pues, por una exigua corporalidad hecha de rasgos incaracterizables, vagamente ausentes, ambiguamente colmados tanto pueda ser de placer como de infinita desgana. De ahí también, acaso, la razón de ser de ese humano metus, y no sólo reverencial, en estar ante la Justicia; por el imposible y asimétrico tête-a-tête. Una reacción y respuesta psicográfica cuya mejor expresión tal vez se alcanza en el simbolismo del Panthocrator (Cristo Todopoderoso) y el Juicio Final representados con estilo bizantino por la pintura románica de la Alta Edad Media.
Ahora bien, no debería olvidarse que esa semiótica del secreto y la ocultación juega, al cabo, como ficción, y que es un fingimiento. Insiste en escenificar un alma desnuda de pasiones en un cuerpo glorioso, santificado… Y, no obstante, esa “mentira” ostensible ha logrado tan indudable como amplia recepción en el imaginario social; ítem más, se la reforzó con nuevas ficciones, como la paradójica del iudex suspectus.
La recusación, garantizadora de la recta administración de Justicia, presenta, ciertamente, una curiosa eficacia. Es por eso que la llamo paradójica. Históricamente, fue muy libre en origen; para rechazar bastaban fórmulas como Hunc nolo, timidus est o Eiero, iniquus est12. Luego, irán surgiendo restricciones. En España, durante la época Justiniana y tardo visigoda, su repercusión ya no era tan absoluta, pues se subsanaba mediante la intervención de la autoridad episcopal, del obispo, como coniudex. Y no deje de observarse en ello la intersección con otro Gran Relato, el religioso-eclesial; es la narrativa de la Iglesia, pero no como comunión de creyentes, sino a través de uno de sus ministros principales, propiamente un príncipe, en el papel de intermediante, de intercesor. En cualquier caso, para lo sucesivo, los motivos de recusación se tasarán cada vez más, penalizando con mayor rigor su no demostración13.
Sin embargo, y con todo, la recusación venía a significar, de hecho, admitir una anomalía: la sospecha. Esta, en su índole, aparte su grado y razón más o menos atendible, procedía a consecuencia de una imperfecta semiótica de ocultación. Pero no radica en ello la paradoja, sino más bien en cómo la Justicia da cuenta de —justifica— este instituto legal y el de la abstención (arts. 217-218 LOPJ).
La “antología total”14 de la narrativa judicial, que es la Jurisprudencia, les señala por objeto apartar del conocimiento, tramitación o decisión de los procesos a quienes “pueden perder la imagen o el nimbo o aureola de austeridad, respetabilidad, incorruptibilidad, rectitud, imparcialidad y ecuanimidad que deben presidir siempre las actuaciones judiciales y rodear o circundar a la Administración de Justicia”15. Y todavía sobreabundan tales expresiones añadiendo: la ratio essendi “estriba en la necesidad de eliminar los recelos o sospechas nacidos de la condición humana del juez”, porque quizá su “ánimo no resista adecuadamente los estímulos endógenos o exógenos”, por lo general de un modo “inconsciente”. Es claro que este modo de justificar —de dar cuenta de— constituye una completa “diversión” paradójica sobre la función narrativa inicialmente prevista en el relato del iudex suspectus.
Cargada con el enorme peso de sentido está, desde luego, la petitio del relato como destinado a cortar toda comunicación exterior, aun cuando pueda tener lugar inconscientemente, así como a reprochar la originaria naturaleza humana por su relación con los atributos de los “dispensadores de Justicia”. Pero más aún su implicit narrativo, porque allí el más inefable secreto queda dicho, siquiera por una vez, sin ambages: el verdadero peligro del iudex suspectus no se halla tanto en una amenaza para la realidad como en la pérdida de la imagen o el nimbo o aureola que la rodea y circunda. El imaginario suplanta a la realidad o, cuando menos, la desrealiza. La imaginación narrativa de la Justicia se torna sí, verdaderamente, en un ícono; ícono semiológico y pictórico.
Por eso mismo, en este cuadro de imágenes nada resulta ya más adecuado que recordar en Der Prozeß (1925), de Kafka, a uno de los personajes que habla con Josef K: Tirotelli, perteneciente a la nobleza del Tribunal. Tirotelli