Las Celebraciones Dominicales en ausencia de presbítero. Varios autores

Las Celebraciones Dominicales en ausencia de presbítero - Varios autores


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final de la celebración.

      6. Cuando es un laico el que dirige la celebración es conveniente que se revista de alba o de túnica únicamente, pero en todo caso usará un vestido digno. Para realizar su función, ocupará un lugar discreto en el presbiterio o en la nave, desde donde se le pueda ver y oír bien; pero se abstendrá de usar la sede presidencial.

      Nunca usará la fórmula «El Señor esté con vosotros» u otro saludo propio del ministro ordenado, ni bendecirá al pueblo al final de la celebración. Al comienzo de esta, usará la fórmula de bendición a Dios, y para la conclusión implorará la bendición divina sobre toda la asamblea, tal como se indica en el lugar oportuno.

      7. El que dirige la celebración aparecerá ante los fieles como delegado del sacerdote responsable de la parroquia o comunidad. Deberá hacerlo constar, si es preciso, al principio de la celebración.

      El sacerdote responsable de la parroquia o comunidad deberá explicar a los fieles cuál es el cometido del ministro de la celebración, para evitar que este servicio pueda ser confundido con la presidencia sacerdotal de la Eucaristía.

      8. El ministro de la celebración (o los posibles ministros que pudieran turnarse) deberá ser convenientemente instruido sobre el ministerio que se le confía y dispondrá del presente libro y del Leccionario correspondiente en su edición oficial o, en su defecto, de cualquiera de las ediciones de misales para fieles. Podrá usar también el Misal, el libro de la oración de los fieles y el libro de la sede, pero solamente para los textos que no sean el prefacio y la plegaria eucarística, y la oración sobre las ofrendas.

      9. Al preparar la celebración, el ministro procurará distribuir adecuadamente algunas funciones, por ejemplo, para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición y ornato del lugar.

      Se encenderán las velas y las luces acostumbradas para otras celebraciones.

      II. Desarrollo de la celebración

      A) Ritos iniciales

      10. Reunido el pueblo, el ministro se sitúa en su lugar, como se ha dicho antes (núms. 5 y 6).

      Si el Santísimo Sacramento está reservado, hará previamente la genuflexión. Si no lo está, hará una inclinación, pero en ningún caso besará el altar.

      Se puede cantar un canto apropiado al tiempo litúrgico para crear un clima festivo y de participación.

      11. Terminado el canto, el ministro dice: «En el nombre del Padre, etc.». Todos se santiguan y responden: «Amén».

      Luego el ministro, si es diácono, saluda a los presentes diciendo: «La gracia de nuestro Señor, etc.», u otro saludo litúrgico. Todos responden: «Y con tu espíritu».

      Si el ministro es laico, saluda a los presentes invitándoles a bendecir al Señor con una de las fórmulas indicadas en el rito.

      12. El ministro puede hacer una breve monición introductoria a la celebración y recordando a la comunidad con la que, aquel día, el párroco celebra la Eucaristía.

      A continuación, inicia el acto penitencial, como se indica en su lugar o con cualquiera de las fórmulas contenidas en el Misal incluyendo las palabras conclusivas.

      13. Luego el ministro dice: Oremos. Todos oran en silencio durante unos instantes. Entonces el ministro, sin extender las manos, dice la oración colecta del día. Cuando termina, el pueblo aclama con el Amén.

      B) Liturgia de la Palabra

      14. Terminada la oración, todos se sientan y el lector lee la primera lectura desde el ambón. Conviene que el lector sea una persona distinta del ministro que preside o dirige la celebración. Antes de las lecturas se puede leer una monición escrita, que llame la atención de los oyentes y sitúe aquellas en el contexto de la liturgia del día.

      Todos escuchan atentamente la lectura y al final pronuncian la aclamación. Después el salmista u otro lector canta o recita el salmo del modo acostumbrado.

      15. Todas las lecturas se toman del Leccionario del día. La segunda conviene que la lea otro lector.

      Sigue a las lecturas el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo litúrgico. Si no se canta, el Aleluya puede omitirse.

      16. Luego el ministro se dirige al ambón. Si es diácono saluda al pueblo, diciendo: «El Señor esté con vosotros». Todos responden: «Y con tu espíritu». A continuación, dice: «Lectura del santo Evangelio, etc.». Si el ministro es laico, omite el saludo y dice solamente: «Escuchad, hermanos, el santo Evangelio según san N.».

      Al final de la proclamación, el ministro dice: «Palabra del Señor», que responde el pueblo. Si es diácono, besa también el libro.

      17. Si el que dirige la celebración es un diácono, él hace la homilía. Si es un laico, puede leer la homilía escrita por el sacerdote responsable de la parroquia o comunidad. Puede también tomar el Leccionario en sus manos y repetir en voz alta algunas frases de las lecturas, proponiéndolas a la consideración de los fieles. Cabe, incluso, leer los comentarios que encabezan las lecturas en los misales-leccionarios manuales.

      En todo caso, conviene que siga un momento de silencio para meditar la Palabra de Dios.

      18. A continuación, todos, de pie, recitan el Símbolo nicenoconstantinopolitano o el «de los Apóstoles».

      19. Después se tiene la oración de los fieles, que el ministro dirige desde su lugar o desde el ambón. Pueden utilizarse los esquemas propuestos más adelante o en el libro de La oración de los fieles, o preparados para la celebración. En todo caso, la plegaria se desarrollará según la serie establecida de las intenciones.43 No se omitan las intenciones propuestas por el obispo o el párroco, y pídase con frecuencia por las vocaciones al orden sagrado.

      C) Acción de gracias

      20. Después de la plegaria universal puede tener lugar una acción de gracias, con la cual los fieles exaltan la bondad de Dios y su misericordia. Esta acción de gracias puede hacerse de dos maneras:

      a) Como simple acción de gracias con un salmo, por ejemplo, los salmos 99, 102, 117, 135, 137, 150; o con un himno o cántico, como el Magníficat; o con una plegaria litánica, que el ministro dice con los demás vuelto al altar, estando todos de pie.

      b) Como acto de adoración a la santísima Eucaristía, antes del Padrenuestro, como luego se dirá.

      21. En todo caso, la acción de gracias no debe tener la forma de una plegaria eucarística. Los textos del prefacio y de las plegarias eucarísticas contenidos en el Misal no pueden usarse.

      D) Rito de la comunión

      22. Terminadas la oración de los fieles y la acción de gracias, si ha tenido lugar, se extienden los corporales sobre el altar. El ministro se acerca al tabernáculo y toma el copón con la santísima Eucaristía, lo pone sobre los corporales y hace una genuflexión.

      23. A continuación, si antes no ha tenido lugar la acción de gracias, arrodillado juntamente con los fieles, canta un himno eucarístico, o un salmo, o recita una plegaria litánica dirigida a Cristo presente en la Eucaristía.

      24. Acabado el canto o la recitación, si ha tenido lugar, el ministro, de pie, invita a recitar o cantar el Padrenuestro, que recita o canta toda la asamblea.

      25. Después, si lo juzga oportuno, invita a los fieles a darse la paz con estas o parecidas palabras: «Daos fraternalmente la paz». Y todos se dan la paz del modo acostumbrado.

      26. A continuación, el ministro abre el copón, hace genuflexión y muestra el pan eucarístico a todos, diciendo: «Este es el Cordero etc.». Todos dicen: «Señor, no soy digno...». Si el ministro comulga, dice en voz baja: «El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna», y con reverencia toma él mismo el Sacramento.

      Acercándose a los que van a comulgar, teniendo la hostia un poco elevada, se la muestra a cada uno, diciéndole: «El Cuerpo de Cristo». El que comulga responde: «Amén», y recibe el Sacramento.

      27.


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