Cuéntamelo todo. Cambria Brockman
y reconfortante. Levanto mi mano al cielo, dejo que el aire se cuele entre mis dedos.
Estamos en el norte de Texas, en un barco alquilado. Papá está navegando, en pie detrás del timón, sonriendo mientras ganamos velocidad. Su pello está oculto bajo su gorra de béisbol. Se ve tan alto. Todos parecen tan altos. Y yo soy diminuta, un pequeño insecto en comparación con mis padres y mi hermano.
A medida que comenzamos a avanzar cada vez más rápido, mi madre ríe y me sostiene cerca de su pecho. Su abrazo es firme y lleno de amor. Me adora en este momento. Estoy entre sus piernas, ambas de cara al viento. Bo también está allí; todavía es un cachorro. Está metido entre mi cuerpo y el costado del bote, y sus peludas orejas aletean hacia atrás. Su lengua está fuera y su saliva gotea sobre mi blusa. Mi hermano está al otro lado de nosotras, bien sujeto a un asa metálica. Tiene seis años, ya es un niño grande.
Fum. Fum. Fum. Navegamos a toda máquina sobre las olas de otro barco y viramos hacia nuestra cabaña de verano. El viento es más fuerte aquí, y siento que no puedo hacer que el aire entre en mi boca para respirar. La gorra de papá vuela de su cabeza, sale disparada muy por detrás de nosotras y aterriza en el agua. Él hace un gesto gracioso, y mi madre ríe de nuevo. Miro a mi hermano. Levi. También está riendo.
Todos ríen, ríen, ríen. Yo también río, porque quiero ser como ellos.
Éste es mi único recuerdo feliz de nosotros juntos. Se desdibuja cada vez más con cada año que transcurre. Lo que antes estaba lleno de colores, ahora es gris. Una menguante instantánea de cómo podrían haber sido las cosas antes de que todo cambiara.
CAPÍTULO CINCO
Día de los Graduados
Ruby, Gemma y yo estamos recogiendo el resto de nuestras cosas en la orilla del lago, con el olor a humo todavía fresco en nuestro cabello, cuando escuchamos un silencio extraño y fuera de lugar. Se extiende desde el agujero en el hielo a lo largo de la costa. La multitud de estudiantes de último año se queda en silencio, una quietud cubre el lago congelado como una manta. Nos detenemos y damos vueltas buscando la razón.
Una voz rompe el silencio: Amanda.
Hay cuatrocientos estudiantes en nuestra promoción, de manera que es difícil que me encuentre con un rostro que no haya visto antes: camino a clase, en el comedor o en las fiestas. Los brazos esqueléticos de Amanda están cruzados sobre su pecho, y se inclina sobre el agujero en el hielo. Lleva un top deportivo y unos pantalones cortos negros de licra, su pelo rojo está recogido en una coleta húmeda. El rojo y el negro resultan desagradables contra el gris paisaje invernal, y los vellos de mis brazos se erizan otra vez.
La intensidad de Amanda no es inusual: sus obstinados rumores, la mayoría sobre otros estudiantes, han resonado en el campus durante cuatro años. Además, es una persona ruidosa, y el alcohol sólo sirve para aumentar su volumen. Estoy a punto de darle la espalda y olvidarme de la escena, pero noto la cadencia en su voz, insegura al principio, casi acusadora, y luego presa del pánico. Grita de nuevo con el cuerpo inclinado sobre la cornisa helada, un nombre escapa de sus labios en medio de jadeos: Becca.
Todos se reúnen a su alrededor, más apiñados de lo normal, con una curiosidad creciente que magnetiza sus cuerpos en una unidad. Una bandera ondea sobre la multitud silenciosa. Las gruesas letras blancas se ondulan a través de la tela azul marino: Día de los Graduados 2011. Me pregunto si éste será el año en que la administración hará desaparecer el Salto, la ansiedad por los universitarios alcoholizados que saltan al agua helada para reclamar su premio. Para empezar, es sorprendente incluso que lo autoricen. Los borrachos estudiantes de último año que saltan a un agujero en el lago congelado no gritan “la seguridad es lo primero”.
Siento una ligera brisa sobre mi brazo cuando John pasa junto a nosotras y desciende por la pendiente hasta el lago. Se desliza sobre el hielo, y su figura alta y sólida toma el control. Lo vemos empujar a través de la multitud y saltar al agua helada. La mano de Ruby está apretada en mi muñeca, y nos quedamos inmóviles, esperando una señal.
—¿Qué demonios? —dice Gemma, rompiendo nuestro trance.
Gemma se detiene antes de pronunciar en voz alta la pregunta que todos estamos pensando. Nadie ha muerto en el Salto, nunca. Se supone que debe ser un evento feliz. Una especie de rito iniciático para todos los estudiantes de último año en Hawthorne.
Los segundos parecen horas. El agua está en calma, salvo por unas pocas olas que golpean el hielo cortado tras el salto de John. Gemma se presiona contra mí, el alcohol mantiene su calidez. Está asustada, tal vez por Becca. Definitivamente por John. Pero yo no puedo estarlo, no allí, en pie junto a Ruby. Miro a Ruby. Mi mejor amiga. Un recuerdo de lo que solía ser, que se fue debilitando durante el año anterior; su personalidad, alguna vez enérgica, languideció y fue reemplazada por una versión disminuida de su antiguo yo. La miro ahora. Su expresión es severa.
No me gusta. No me gusta la inquietud que la abruma. Sus brazos están laxos, y me doy cuenta de cuánto ha adelgazado. Tiene la mandíbula apretada, los ojos muy abiertos. Es miedo. Miedo de que su novio de cuatro años muera atrapado bajo el hielo. Me pregunto qué se siente al estar asustada, con el corazón palpitando, el estómago contraído, las palmas de las manos sudando.
Sólo han transcurrido unos pocos segundos desde que John se sumergió en el agua fría. La peor parte es el silencio. Los cuatrocientos que formamos la promoción de último año retenemos la respiración, a la espera. Esperamos a que John y Becca salgan a la superficie, se pongan en pie, sacudan la cabeza y nos envuelvan en sus brazos.
Creo que soy la primera en detectarlo, porque respiro antes que los demás. Hay movimiento en la superficie del agua, como si algo, o alguien, estuviera a punto de emerger. Ruby libera su agarre de mi brazo y deja una huella blanca en mi piel púrpura. Antes de que pueda decirle nada, Ruby corre por la pendiente hacia el agujero en el hielo. Empuja a través de la multitud, que le abre paso: saben quién es y por qué se apresura. Es rápida, su cabellera oscura y su piel de porcelana se vuelven borrosas contra el resbaladizo hielo translúcido. Gemma y yo la seguimos, abriéndonos paso a través del cerrado grupo de estudiantes. Todos hablan al unísono.
John Wright, nuestro héroe supremo.
Hercúleo, emerge del agua, cuando empuja a Becca hacia la superficie del hielo. Ella es insignificante en comparación con su divinidad masculina. Los huesos de Becca semejan pájaros, débiles y quebradizos. Jadea en busca de aire, rápida y sucinta, como si no fuera capaz de mantener el oxígeno dentro, sin aliento. La temperatura del agua es tan baja que debe haber encendido en su pequeño cuerpo el Modo Pánico. Becca, el pequeño y frágil conejito que percibe el peligro y se detiene, incapaz de moverse. Hay alivio en sus ojos oscuros.
Amanda se desliza por el extremo del agujero donde John ayuda a salir a Becca, y se arrodilla, inclinándose sobre el agua. Los surcos en el hielo cortan la piel de Amanda y gotas de su sangre empapan la superficie resbaladiza. Siempre me sorprende su tesón como amiga. Ella demuestra su devoción a los suyos, una madre gallina cargada de coraje protector.
Algunos chicos del equipo de remo sacan a Becca del agua mientras John la sostiene desde abajo. Él se aferra con un brazo al hielo y coloca el otro en la espalda de Becca. La mantiene a salvo, habla con ella, se asegura de que esté bien con voz baja y alentadora. Amanda sujeta a Becca y la acerca, y enseguida la aleja de nuevo, mientras mira fijamente el rostro de su amiga. Le pregunta cómo se encuentra. Becca succiona aire para llenar sus pulmones. Parece desorientada. Avergonzada.
Amanda envuelve a Becca en una toalla y frota sus brazos, intentando transmitirle calor. El decano de estudiantes, quizás el más aliviado de todos nosotros, se apresura para llegar hasta ellas y pone un brazo firme alrededor de Becca. El trío se dirige al Centro de Salud, balanceándose sobre el hielo hasta que alcanzan la orilla de arena.
Ruby se inclina hacia John y posa una mano en su hombro. Los músculos de John se tensan y se retuerce para sentarse en el hielo, mientras sonríe a Ruby.
John ya era amado por todos, pero ahora es un héroe. La multitud celebra y algunos dejan escapar risas