Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

Cuéntamelo todo - Cambria Brockman


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Soy la única que percibe vacilación en Ruby.

      Veo a Becca desvanecerse a lo lejos, en dirección al aparcamiento. Amanda camina a su lado, y sus delgadas figuras son espejos una de la otra.

      Khaled y Max aparecen a mi lado. Max está callado, pero Khaled anima a John, como todos los demás. Max deja que sus brazos cuelguen a sus costados, pero sus puños están firmemente cerrados. Pongo una mano en su brazo —siento la tela de su camisa rígida por el frío—, exhortándolo a que mantenga la calma. Éste no es el lugar para una confrontación, pero puedo sentir que Max está perdiendo la paciencia. La toalla de Gemma está envuelta alrededor de su cuerpo.

      Su respiración se acelera, presa de un ataque de desesperación. Se siente abrumada por su adoración a John y su feroz enamoramiento se fusiona con un renovado apetito. Me sorprende observándola y desvía la mirada, pero sé cómo actuó hace apenas unas horas. La observé en la casa del equipo de natación, su rostro iluminado por las luces estroboscópicas, la pintura azul salpicada en sus mejillas. Esa mirada en sus ojos.

      Conozco sus secretos.

      CAPÍTULO SEIS

      Primer año

      La amistad con Ruby se consolidó durante la segunda semana en Hawthorne. Tal vez tendría que agradecérselo a Amanda. La situación fue fortuita pero muy oportuna, y la aproveché. Después de eso, Ruby me definió como su mejor amiga. Confió en mí, se apoyó en mí.

      Estaba esperando a Ruby en la entrada del comedor, escuchando los pitidos de las tarjetas de los estudiantes que llegaban para comer. Me apoyé contra la pared y saqué el teléfono para revisar mi correo electrónico. Me molestaba que ella no hubiera llegado a tiempo. Yo siempre era puntual. No encontré correos nuevos en mi bandeja de entrada, más allá de un mensaje no leído de papá. Tomé aire y lo leí.

      Hola Malin:

      Espero que la universidad vaya bien, tu madre y yo pensamos en ti todos los días y te echamos de menos en casa. La otra noche fuimos a cenar a Antonio's y pensé en ti... pedí pollo a la parmesana, estoy seguro de que no te sorprenderá. No escribiré demasiado porque debes estar muy ocupada. Quería ver cómo van tus clases, si te has unido a algún club. Y, por supuesto, me encantaría saber sobre los nuevos amigos que has hecho. También he investigado un poco sobre el centro de salud en Hawthorne, y creo que el centro de asesoramiento podría darte algunos consejos útiles para manejar el estrés que podrías estar sintiendo... No olvides pedir ayuda si la necesitas. Las cosas empeorarán si no te enfrentas a ellas. También estoy aquí en caso de que necesites pedirme algún consejo, no lo olvides.

      Te quiero.

      Papá

      Escribí una respuesta rápida.

      Sí, he hecho amigos. Los clubes no son para mí. Todo va bien. Te quiero.

      Ignoré la parte sobre el asesoramiento. Él siempre había sido un gran defensor de buscar ayuda, pero yo podía cuidarme sola.

t1

      Ruby, John y yo vacilamos frente a la barra de pizzas en el comedor, mientras repasábamos la multitud de opciones.

      —Voy a subir más de diez kilos con esto —dijo Ruby, poniendo un trozo de pizza con champiñones y salchicha en su plato—. Pero bueno, da igual, ¿no se supone que debe ser así cuando eres un estudiante de primer año?

      En realidad, ella tenía demasiada actividad como para ganar peso. Sus entrenamientos de fútbol siempre duraban dos horas, por lo menos, y comenzaba el día con una carrera de treinta minutos alrededor del campus. En ocasiones me unía a ella, y corríamos en silencio mientras nuestras zapatillas de deporte golpeaban el pavimento, el único sonido en medio de la niebla matutina.

      —Estoy harto de pizza —dijo John.

      Le dirigió una aparatosa sonrisa a Ruby y desapareció en las profundidades de la barra de ensaladas. Hawthorne disponía una de las cafeterías universitarias más sanas del país, algo que a la administración le gustaba recordarnos. Teníamos suerte de comer su pizza hecha con masa artesana, aunque su textura fuera de cartón y no tuviera suficiente salsa de tomate.

      Ruby se irguió a mi lado mientras yo seleccionaba un trozo de pepperoni. Siempre hacíamos nuestra ronda por el comedor juntas, se había convertido en algo nuestro. Cazar y recolectar. Teníamos un sistema: la barra de pizza primero y, si nos parecía aburrida, pasábamos a las torres de cereales y examinábamos la barra del bufé al final.

      Mientras daba media vuelta con mi plato, una delgada muñeca surgió frente a mí, agarrada al brazo de Ruby.

      —¿Ruby?

      La chica nos inmovilizó contra la barra de pizza. Tenía el pelo rojo, del color de una torneada hoja de arce. Otras dos chicas se encontraban detrás de ella, con yogures en sus manos, ambas con pelo largo y oscuro. Estudié sus rostros. Delgados, huesudos. Hambrientos. Noté que una inclinaba la mirada a nuestras pizzas y luego la subía a nuestros rostros, juzgando.

      La chica observó a Ruby, con una mirada confundida en el rostro.

      —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.

      —Amanda —respondió Ruby, con un ligero, casi imperceptible, temblor en su voz—. No tenía ni idea de que vendrías aquí.

      Eché un vistazo a la expresión de las otras dos chicas. Parecían aburridas y molestas. Todos los estudiantes de Hawthorne eran tan amigables que resultaba extraño interactuar con zombis como ellas.

      —Fui admitida en la primera ronda —dijo Amanda, con tono petulante—. No tenía ni idea de que tú estarías aquí. Aunque escuché que disponen de un fantástico programa de ayuda financiera. Tu padre debe estar tan orgulloso.

      —Sí. Recibí una beca de fútbol —dijo Ruby, ruborizada. No mencionó que ella también había entrado en la primera ronda. Quise hacerlo por ella, pero guardé silencio, insegura de la dinámica que estaba teniendo lugar frente a mí.

      Amanda miró la vestimenta de Ruby, pasando lentamente sus ojos de arriba abajo.

      —Y tienes un aspecto tan diferente. Casi no te reconozco.

      —Gracias —dijo Ruby. Movió sus caderas y su pizza se deslizó por el plato.

      Perseguí las miradas entre ambas. ¿Ruby no había tenido siempre tan buen aspecto? Se veía impecable, con su pelo brillante y suelto cayendo por su espalda, el maquillaje ligero y sus vaqueros ajustados.

      —¿Cómo está tu padre? —preguntó Amanda, con una amplia sonrisa en su rostro. No confié en esa sonrisa.

      Ruby nunca hablaba de su vida familiar. Sus aletas nasales se ensancharon, sólo un poco, y la sangre llegó a sus mejillas.

      —Está bien —dijo Ruby, casi molesta. Asintió hacia mí—. Ella es Malin.

      Amanda me miró de arriba abajo.

      —Ah. Hola.

      Su tono me hizo querer meterle un calcetín sucio en la boca. O una hogaza de pan.

      —Soy Amanda —me dijo, haciendo énfasis en su nombre, y forcé una sonrisa. Pasaría la mayor parte del tiempo en Hawthorne evitando a esta chica para demostrar a Ruby que, como su mejor amiga, también era su aliada—. Y éstas son Becca y Abigail —dijo, señalando a las chicas que tenía a su espalda.

      Amanda puso una mano en su cadera y miró a Ruby, como si estuviera considerando algo.

      —¿Estabas hablando con John Wright?

      Los ojos de Ruby se suavizaron.

      —¿John? Sí, ¿por qué?

      —¿Así que lo conoces? —preguntó Amanda.

      —Somos amigos —me miró—. Todos nosotros.

      —Es


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