Cuéntamelo todo. Cambria Brockman
—¿Estás segura de que estás contenta de que sea así? ¿De restringirte tan pronto?
Rio.
—Sí, Mal. Eso es lo que significa tener una cita. No hay nadie más con quien quiera salir. Y definitivamente, tampoco quiero verlo a él con otra. Así que, sí, definitivamente estoy contenta de que sea así.
Había observado de cerca a John y Ruby durante semanas. La forma en que él gravitaba hacia ella. Como imanes. No sabía cómo era ese sentimiento. Nunca lo había experimentado. Observaba con atención la emoción que sentían, la forma en que se cogían de las manos, con suavidad, de manera protectora. Me pregunté si alguna vez yo experimentaría algo así.
—Entonces, ¿estás enamorada? —pregunté.
Ruby me miró con curiosidad. Sabía que debía dejar de hacer preguntas, pero no entendía por qué ella querría ser la novia de nadie, especialmente cuando apenas estaba comenzando el semestre.
—Tal vez —dijo—. ¿Qué pasa con todas esas preguntas?
—Oh —respondí—, nada. Sólo quiero que seas feliz.
—Bueno —dijo, un poco a la defensiva—, lo soy.
—Genial —dije—. Eso es lo único que importa.
La observé alejarse y coger unas cuantas cajas de macarrones para microondas que apretó contra su pecho. Parecían una buena pareja. Ya tenían complicidad en las bromas, y eran bastante cariñosos. John también era amable conmigo. Cada vez que le llevaba una copa a Ruby en una fiesta, preguntaba también si yo quería algo. De alguna manera, yo estaba incluida en su relación, era un complemento de Ruby. Pero no podía evitar la extraña sensación que tenía sobre él. Sabía que tenía que ver con Levi y que debía ignorarlo. John no era Levi.
—Oh, Dios mío, Mal —chilló Ruby desde el final del pasillo, sosteniendo una colorida caja en su mano—. ¡Caramelos Sugus! Mi infancia en una caja.
Esperamos a los chicos en el aparcamiento. Era mejor si nos separábamos mientras Khaled compraba el alcohol con su identificación falsa. Ruby y yo nos sentamos en el parachoques trasero del coche de John, un BMW que alguna vez había pertenecido a su madre. Tanto John como Max conducían los coches viejos de sus padres, vehículos de lujo con interiores anticuados.
Había descubierto que la madre de John y Max eran hermanas. Parecía que el padre de John ya no estaba, y asumí que había muerto, dejando a la familia con mucho dinero. Más que el de la familia de Max. John nunca hablaba sobre su padre, y yo no lo presionaría para conocer los detalles.
A diferencia del resto de nosotros, Max a veces parecía echar de menos su hogar. Todo el tiempo estaba enviando mensajes a sus padres y a su hermana menor. Sonreía con sus respuestas y luego su rostro adoptaba un gesto de resignación, como si estuviera en otro lugar. Tal vez deseaba estar con ellos, y no con nosotros. Algo que yo no entendía. Tal vez mi familia podría haber sido así, si Levi hubiera sido diferente.
El teléfono de Ruby vibró.
—Es Gemma —murmuró Ruby, sacando su teléfono—. Reportándose.
Gemma odiaba quedarse al margen, pero su clase de Teatro estaba realizando una producción ese fin de semana y estaba sepultada entre ensayo y ensayo. Se quejaba de que la dejáramos fuera, pero Ruby trabajaba horas extras para que se sintiera parte del grupo. Le escribió una respuesta. El viento aumentó y el aire frío se coló bajo mi suéter.
Nos quedamos en silencio. Estábamos en el punto de nuestra amistad donde el silencio ya no era incómodo, y casi se había vuelto pacífico, mientras el ritmo de nuestras interacciones era cada vez más orgánico.
Ruby se estremeció y se frotó los brazos para generar calor.
—Eh —dijo, recordando algo—, ¿sabías que Max padece ansiedad?
—¿Qué quieres decir? ¿Ansiedad a algo específico? —pregunté.
Ruby y yo hablábamos a menudo de los otros en nuestros momentos de privacidad. Analizábamos la personalidad de cada uno, buscando sentido a qué había hecho quién y por qué. Khaled odiaba estar solo. Siempre tenía que estar con alguno de nosotros, si no era con todos. Cuando Max y John entrenaban, Khaled nos escribía a Ruby, a Gemma o a mí para averiguar dónde estábamos. Incluso si íbamos a un concierto a capela, un ejercicio típicamente orientado hacia las mujeres, Khaled estaba a nuestro lado. Cuando estudiaba en la biblioteca, se sentaba en la sección más concurrida, buscando el flujo constante de la interacción humana. Era como si temiera estar solo, o el silencio que venía con eso. No lo entendía. A mí, en cambio, me gustaba la soledad, me daba claridad y la oportunidad de recargar fuerzas.
—¿Sabes que asistimos a una clase juntos? ¿Biología? —preguntó Ruby, enrollando la sudadera entre sus manos y apretando los extremos en un firme nudo. Cruzó los brazos sobre su pecho.
Era gracioso pensar en Ruby, la estudiante de Historia del Arte en una clase de Biología. Así era Hawthorne: la educación en humanidades. Todos estábamos obligados a cursar asignaturas diversas.
—Nos quedamos en el laboratorio hasta muy tarde la otra noche, y terminamos charlando sobre, bueno, sobre todo —continuó Ruby—. Y le conté cómo me pongo nerviosa antes de los partidos de fútbol, como si todos me estuvieran viendo y esas cosas, y él dijo que le pasa lo mismo. Pero a él le dan ataques de pánico. Dijo que los ha sufrido desde que estaba en secundaria.
—¿Sabe por qué? —pregunté. Max era callado, pero nunca había percibido la parte ansiosa en él. Había creído que simplemente no le gustábamos. Por otra parte, no habíamos hablado mucho. Nunca cara a cara.
—No quise parecer una entrometida —repuso ella—. Pero parece que sucedió algo cuando era niño, porque dijo que era como si “se hubiera activado un interruptor”. Un día estaba bien, feliz, y al siguiente ya no era así.
Yo sabía acerca de interruptores activados. A pesar del aire frío, sentí la humedad del calor de hogar contra mi garganta.
—Qué mierda —dije.
—Sí, parece horrible —dijo—. ¿Recuerdas cuando estuvimos en esa fiesta hace unas semanas, la del equipo de fútbol de los chicos?
La recordaba. Algunos de ellos habían intentado ligar conmigo, sin éxito. No podía tomármelos en serio, no cuando estaban tan desaliñados y ebrios, cuando sus ojos miraban en diferentes direcciones mientras intentaban hablar conmigo. Tan sudorosos y empapados de cerveza derramada.
—Sí —dije.
—¿Recuerdas cómo Max... no sé... desapareció así, sin más?
También recordaba eso. Cuando estábamos a punto de irnos, no logramos encontrarlo. John se encogió de hombros y dijo que Max se había ido a casa. “Quizá sea alguien aburrido, sólo la gente aburrida se aburre, ¿verdad, Malin?” Me dio un codazo en el brazo, como si fuéramos buenos amigos.
—Bueno —continuó Ruby—, supongo que se fue temprano, porque sentía que no podía respirar. Y sus manos se habían entumecido. Así que salió a correr. Hasta las dos de la mañana.
Yo nunca había experimentado ansiedad o ataques de pánico. Papá alguna vez me comentó que mi madre había desarrollado ansiedad después del accidente, pero no entendí lo que significaba eso. Estaba distraída todo el tiempo, pero más allá de eso, no actuaba como si se encontrara molesta ni nada parecido. Con el tiempo, ella fue a terapia. Recuerdo el término trastorno de estrés postraumático arrojado por ahí en susurros, tras las puertas cerradas.
Traté de recordar aquella noche. Los seis habíamos estado juntos hasta las once, más o menos. Estaba tan lleno que nunca pasamos de la entrada de la casa. El recuerdo se hacía borroso; todas las fiestas se habían mezclado en una larga cadena