El viaje del alma. José Luis Cabouli
nada. Veo algunas plantas. Las arranco. Como. No me calma.
T: Sigue.
M: Estoy furioso (otra vez). Gruño. Protesto. Golpeo las piedras.
T: Sigue, ¿qué más?
M: Nada más.
T: Muy bien, ahora, ve al momento de tu muerte en esa existencia.
M: Camino por las montañas y me caigo en un hueco. Caigo sobre las rocas y me mato. Pero no grité cuando caí. No sentí nada. Fue de golpe.
T: Retrocede un instante antes de caer y fíjate qué sucede.
M: Estoy arriba y me resbalo.
T: ¿Qué sientes en ese momento?
M: Me asusté, me sorprende caerme. No me daba cuenta, después, nada.
T: Avanza entonces al momento en que dejas ese cuerpo.
M: Miro. Me rasco la cabeza, pero no tengo cabeza. Me voy como caminando.
T: ¿Y tu cuerpo?
M: No sé, lo dejo. (“Elemental, Watson” —diría Sherlock Holmes.)
T: Sigue un poco más.
M: Adonde voy, es como un agujero. Como un agujero negro.
T: Sigue, ¿qué más?
M: Voy por ahí. Ahora gira todo como un remolino. Eso me asusta.
T: Sigue un poco más.
M: Estoy como flotando, como si volara como un pájaro. Soy un pájaro blanco, grande, que vuela. Ahora parece que estoy en una mano.
T: ¿En una mano? ¿Cómo es eso?
M: Es como un huevo en una mano. No sé qué es eso. Ahora, veo una ciudad. El huevo es una ciudad.
T: ¿Cómo es esa ciudad?
M: Hay edificios altos. Se parece a Moscú. Es como una ciudad de hielo o de cristal. No sé más.
T: ¿Y cómo evalúas esa vida?
M: Fue una vida muy dura, mucho sufrimiento.
T: ¿Qué aprendiste con esa experiencia?
M: Aprendí a luchar.
T: ¿Hay algo de esa vida, que todavía estés arrastrando?
M: La tozudez. Pero también la constancia, la fuerza, el coraje.
A mí me gustó mucho la experiencia de Mirta. Muy sencilla y muy real. Hasta se me ocurre decir naïve. Estamos hablando de una profesional, muy intelectual, quien, de pronto, durante la regresión, se expresa en forma gutural y con mucha dificultad. Y nos habla de cosas sencillas y esenciales. La lucha por la sobrevivencia y el trabajo con pasiones primitivas que aún hoy se hacen sentir. La furia, lo irracional, lo instintivo, la tozudez y, al mismo tiempo, el desarrollo de la constancia, la fuerza y el empuje. Y lo sencillo de su muerte. Mira el cuerpo y lo deja sin más trámite.
Una vez más, un recuerdo para los sabios egipcios, que representaban el alma como un pájaro saliendo de la cabeza del difunto.
***
Muerte en el circo romano
María, 35 años, trabajando su miedo a enfrentarse con el mundo.
María: Hay mucha gente… estamos huyendo de algo. Nos persiguen.
Terapeuta: ¿Qué más?
M: Hay fuego… carros… ruidos de metales… lanzas. Una persona cae a mi lado. Tiene una lanza clavada en el pecho.
T: Avanza un poco más.
M: Nos meten en un lugar de piedra. Hay como una rueda. Es como el circo romano.
T: ¿Qué estás sintiendo cuando estás allí?
M: Hace frío… tenemos sed. ¡Ay! ¡Yo no quiero salir ahí!
T: ¿Adónde no quieres salir?
M: Nos van a sacar ahí. Hay como un patio. ¡Ay! ¡Nos van a matar!
T: Sigue, ¿qué más?
M: ¡No quiero salir! ¡Nos van a matar!
T: Continúa.
M: Se abre la puerta.
T: ¿Cómo se abre la puerta?
M: Se levanta y, ahí afuera, es donde está la luz. ¡No quiero salir! ¿Por qué nos van a matar?
T: Sigue un poco más.
M: Toda la gente está gritando.
T: Sigue.
M: Yo me entrego. Se puso todo oscuro.
T: Cuento hasta tres, y retrocede un poco antes de que se ponga oscuro. Uno… dos… tres.
M: …Estoy en el medio de ese patio grande.
T: Eso es. ¿Qué es ese patio?
M: No sé qué es. Toda la gente está alrededor, en la tribuna.
T: ¿Quién más está contigo?
M: Estoy sola. Mis compañeros no están.
T: Sigue un poco más.
M: Quiero saber qué pasa. ¿Por qué estoy ahí?
T: ¿Y si supieras?
M: Porque quiero hacer el bien. Quiero ayudar a la gente. Quiero vivir tranquila.
T: Sigue, ¿qué más?
M: Estoy atada a un palo —colocando las manos detrás de la espalda— y me taparon la boca. ¡No puedo hablar!
T: Sigue un poco más.
M: Me van a matar, pero no importa.
T: Sigue.
M: Ya me dejo ir. Me voy. Ya estoy arriba. Veo todo desde arriba.
T: ¿Y qué fue lo que pasó?
M: Me tiraron una lanza, pero yo me veía arriba antes de que llegara la lanza. Yo veo todo desde arriba.
T: ¿Y qué pasa con la lanza?
M: Me la clavan en el corazón, pero yo ya no estaba ahí. Lo veo desde arriba.
T: Muy bien, esto es muy importante para ti. Retrocede un instante antes de que te claven la lanza para agotar todas esas emociones.
M: Todos gritan. Se me viene encima un guerrero. ¿Pero por qué?
T: ¿Qué sientes en esos momentos?
M: No tengo miedo. No miro. Cierro los ojos. Ya me entregué.
T: ¿Qué piensas en esos momentos?
M: Estoy atada. No puedo luchar.
T: Ahora, ve al momento del impacto de la lanza y procura sentir el impacto.
M: Es como que lo siento —estremeciéndose—, pero no me duele. Ya no sentía. Ya no estaba ahí. Estaba fuera del cuerpo.
T: ¿Hubo algo más antes de la lanza?
M: …Es como si me hubiera desnucado antes. Fue algo instantáneo —tomándose la garganta—. Sentí algo en el cuello. Tal vez algo que no me permite sentir.
T: ¿Qué cosa?
M: Tal vez esa lanza. Tal vez el miedo al dolor. El miedo al dolor de la lanza.
T: Y esto, ¿cómo está influyendo en tu vida actual?
M: Me protejo metiéndome dentro de mí.
Aquí, María experimenta algo que es bastante frecuente. La salida del cuerpo, o mejor dicho, la huida del alma, antes del impacto mortal. Noten que María, claramente, dice que ella ya se encontraba arriba, antes