Ho'oponopono. Lili Bosnic
El alma se realiza en la unidad y el amor. Su meta no es el afán de perfección o de poder, sino abrirse a los procesos de la vida para aprender.
Pero, ¿cómo abrir las puertas del Yo a la luz del alma? ¿Cómo lograr que el yo se alinee con los deseos del alma? Hay muchos senderos, y aquí deseo compartir uno de ellos: el ho’oponopono.
Elijo la palabra compartir porque se trata de eso: entretejer, caminar juntos, comprender que todos somos transeúntes y que todos estamos ligados, unos con los otros. Que no existe otra posibilidad para avanzar, crecer, sanar y evolucionar que abrirnos a la experiencia sagrada de ser hermanos, prójimos, de reconocer que estamos unidos, que la unidad es la naturaleza de la vida.
Nuestras almas están vinculadas, nuestros Yo nos separan. Las memorias del poder, el miedo, la codicia, la avaricia, el rencor, la envidia del Yo, nos impide acercarnos, unos a otros, desde la perspectiva amorosa del alma. ¿Cómo borrar esas memorias, creencias y emociones que nos distancian hasta transformarnos en extranjeros y adversarios?
De nuevo, mi respuesta está en el ho’oponopono.
Este libro se aleja un poco de lo ya escrito sobre el tema. Lo plasmé mirando el océano, tal vez en sincronía con el hecho de que este ritual ancestral sanador de las memorias que nos hacen sufrir nace de la profundidad de las culturas oceánicas.
En el Tarot hay un arcano que representa el mundo de creencias y memorias en las cuales quedamos encerrados: la Torre.
En algunas representaciones de esta carta aparece Poseidón, el dios del mar y los océanos, como aquel que derrumba la construcción de la torre de nuestras máscaras, como un símbolo de que el agua representa la posibilidad de un nuevo comienzo. El agua, la fuerza que limpia y borra, como en el Diluvio y en el Bautismo, las memorias que nos atan al ayer de nuestras vidas para ofrecernos un nuevo y renovado comienzo, una iniciación, no por el fuego sino por el agua.
Muchas de las ideas filosóficas que sostienen la visión del ho’oponopono pueden encontrarse en otras concepciones, pero su originalidad consiste en el arte de practicarlo. Su condición de arte nos libera de reducirlo a una técnica, y coloca su ejercicio no ya en el automatismo de una reiteración sin conciencia, sino en un acto pleno de intención creativa.
Entre otras virtudes, el ho’oponopono fomenta el agradecimiento, y si bien lo hace de un modo que nos conduce a practicar esta virtud de manera impersonal, en este caso deseo encarnar mis gracias en la figura de mi maestro Raúl E. Pérez, quien acercó el don del ho’oponopono a mi vida.
Lo siento, perdóname, gracias, te amo.
Lili Bosnic
México, diciembre de 2011
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Capítulo 1
La Tierra es una escuela
Recordar quiénes somos es lo único que salvará a nuestra especie.
Nos dijeron que Dios está afuera.
La religión nos ha dicho que somos malos y pecadores y que al cielo sólo se llega si te lo mereces.
Pero tú eres Dios. Nuestra alma es Dios.
No estamos separados de Dios.
Nuestra alma es parte de un gran espíritu.
Dios no es un hombre, ni una mujer.
Dios es conocimiento, Dios es todo.
Toda experiencia es una oportunidad de aprendizaje.
No hay errores, no hay pecados: vinimos aquí para aprender.
La vida, en la Tierra, es una escuela.
Kiesha Crowther
La Tierra es una escuela donde venimos a aprender, y el recorrido de la vida, nuestra historia, es el testimonio de ese aprendizaje.
Aprendemos a pasar del defecto a la virtud, del error al acierto, a transformar la ignorancia en sabiduría, el egoísmo en amor, la dependencia en libertad y la crueldad, que nos separa, en unidad.
Evolucionar es aprender. Se aprende si se vive, si se saborea la existencia sin dejar nada fuera. De modo que hay que vivirlo todo para aprenderlo todo.
Además, hay que vivir intensamente lo que la vida nos ofrece. Nos hemos acostumbrado a vivir las cosas a medias: media tristeza, medio enojo… y por ese camino nos hemos vuelto mediocres emocionales.
Pero para que los sucesos se hagan experiencia, es necesario aprehender con plenitud la vida, ya que lo que no se vive en su totalidad no se aprende y lo que no se aprende se repite.
El secreto consiste en zambullirse en la experiencia que la vida nos propone, sin temor alguno, sin discutir con ella y sin dudar de los caminos por los cuales nos lleva.
Se aprende tanteando, probando; no hay otra manera. Al mismo tiempo, incluso, sin permitir que las interferencias de los otros nos alejen del auténtico sendero de nuestra alma.
La Tierra es un espacio de posibilidades, y para aprender hay que habitarla, hacerla propia. Sentir que sus mares, ríos, montañas, bosques y desiertos están dentro de cada uno de nosotros, que somos la Tierra, que somos sus hijos.
Está poblada de vida, y para aprender hay que hacer del otro un prójimo. Sentir que cada ser vivo se halla ligado y forma parte de cada uno de nosotros.
Aprender es hacer de la Tierra un hogar, de la vida una sociedad, de la sociedad una comunidad y de la comunidad una hermandad.
Sin embargo, ningún aprendizaje es individual; cada vez que aprendo, todos y todo aprenden. El telar de la vida teje los múltiples hilos que la integran en una totalidad solidaria y plural. Esto hace que la evolución no se reduzca a una cuestión personal, sino que siempre sea coevolución.
DIVINIDAD, LIMPIA EN MÍ CUALQUIER OBSTÁCULO QUE ME IMPIDA VIVIR
EN LA TIERRA COMO UN HOGAR Y APRENDER LO QUE LA VIDA SE PROPONE ENSEÑARME.
LO SIENTO. PERDÓNAME. GRACIAS. TE AMO.
La Tierra es una escuela donde venimos aprender.
Hay que escuchar la voz de la Tierra y tejer una relación familiar con el mundo.
Capítulo 2
El océano nos une
Lo que sabemos es una gota de agua,
lo que ignoramos, el océano.
Isaac Newton
Qué inapropiado llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano.
Arthur C. Clarke
Los continentales observamos el océano como un mundo que nos separa de otros espacios continentales. En cambio, para las culturas oceánicas este coloso es un puente que une isla con isla, tierra con tierra, culturas con culturas, hombres con hombres.
Aquí tenemos un ejemplo de cómo las creencias conforman percepciones y una misma cosa es para algunos obstáculo y para otros, un facilitador.
El paso del alma de la unidad del espíritu a la dualidad de la encarnación nos enfrenta ante el hecho de la separatividad. Pero este dato duro es un dato de la personalidad, una necesidad de afirmación del Yo. Para el alma la separatividad no existe.
Imaginemos ahora que el alma es un gran océano. Si abrimos la vida para dejar fluir los sentires del alma, el resultado sería la unidad, la supresión de las fronteras. De manera que es la resistencia de la personalidad a dejarse guiar por el alma lo que genera que el océano sea visto como una barrera, en lugar de la formidable conexión que representa.
Esto