Pedagogía de la desmemoria. Marcelo Valko
Allí viaja José Matorras. San Martín había decidido retornar a la Patria, pero regresa de incógnito, utilizando su apellido materno. Al recalar en Montevideo, se entera del fusilamiento de Dorrego. Profundamente decepcionado por la situación, permanece en su camarote. Numerosos oficiales adictos a San Martín lo visitan y lo instan a tomar partido y hacerse del gobierno. Frente a los vaivenes políticos, el general tan resuelto en el arte de la guerra vacila. Ni siquiera va a desembarcar para darle el gusto a su hija Mercedes. No sabe qué actitud asumir, sólo tiene en claro que no desea derramar sangre americana. En esa oportunidad, el diario El Pampero el 12 de febrero señala: “Reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín (…) este general ha venido al país (…) pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil” (Rosa 1881: T. IV, 101). El infame editorial plantea que José de San Martín regresó después de enterarse de que ya no había guerra con Brasil. Eso significa que lo tratan de cobarde. Sin embargo, “el Rey José”, como socarronamente lo llaman, no causa mayores molestias. Con el mismo barco parte a Montevideo, donde permanece tres meses. Desde allí, retorna a Europa en forma definitiva.
Si bien el San Martín autoexiliado, desdibujándose Atlántico de por medio, no molesta, dado que comienza a transformarse en un recuerdo susceptible de ser manipulado por Mitre, en cambio su origen causa enorme escozor debido a esa madre guaraní, esa tal Rosa Guarú que es preciso esconder de la biografía del héroe “descendiente directo de europeos”. Esa ascendencia es algo tan peligrosa como la monarquía incaica propuesta por Manuel Belgrano. Si San Martín es mestizo, nuestra historia se americaniza sin ninguna duda. Veamos de qué se trata.
Invitado por el Dr. Carlos Freytag, el 30 de octubre de 2006 participé junto con un grupo de ciudadanos en una presentación donde, mediante escribano público, solicitamos a la Secretaría de Cultura de la Nación “la extracción de una muestra de los restos del general José Francisco de San Martín que se encuentran depositados en la Catedral Metropolitana, a los efectos de establecer científicamente su filiación auténtica”. El pedido para realizar el ADN del prócer tiene como base la hipótesis del libro El secreto de Yapeyú (2001), de Hugo Chumbita. Allí, basándose en rigurosos datos históricos, el autor plantea que San Martín es hijo del marino Diego de Alvear y Ponce de León y la adolescente indígena Rosa Guarú, que luego sería bautizada con el nombre de Rosa Cristaldo, una joven que trabajaba como criada en casa de los San Martín. Éstos aceptaron inscribirlo como hijo por pedido de Alvear para evitarle escándalos al joven Diego (AA. VV. 2008). Cabe señalar que, un año antes, el historiador Ignacio García Hamilton, en su texto Don José, Vida de San Martín (2000), había mencionado la cuestión sin explayarse demasiado en ella. Infinidad de testimonios hablan de su procedencia mestiza que los magos se ocuparon de encriptar como uno de sus máximos secretos de la Historia Oficial.
Quien desee ampliar esta cuestión no tiene más que leer los libros indicados, aquí sólo vamos a considerar algunos detalles de este personaje que gustaba definir a los pueblos originarios como “nuestros paisanos”. En primer lugar, desde los 5 hasta los 33 años, San Martín vive en España, donde se alista en las tropas del rey obteniendo una brillante foja de servicios. Un buen día, de la noche a la mañana, decide tirar su carrera por la borda, hacerse subversivo y retornar al Río de la Plata para ofrecer sus servicios como militar a una revolución que tenía todas las de perder. En cambio, los otros tres hijos de la familia San Martín, permanecen combatiendo en las filas del rey. ¿No es extraño? ¿No da que pensar? Una vez desembarcado en nuestro suelo, son múltiples los motes que lo tildan de “mulato”, “indio de las misiones”, “mestizo”, “cholo”. En su famosa Orden General del 27 de julio de 1819 no vacila en afirmar:
Compañeros del Ejército de los Andes: La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje (Rosa 1981: T. III, 245).
Qué distinto de los que vendrán después a apropiarse del sueño de la Revolución. Nunca un Sarmiento o un Roca fueron capaces de compararse con “nuestros paisanos los indios”. Llegaba a tal punto la pasión de San Martín por lo americano que se mostraba fascinado hasta por las “antigüedades peruanas”, desde los ceramios y monumentos dejados por los Incas hasta Los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega que en su momento mandó reimprimir. No sólo eso, José de San Martín, ya como Protector del Perú, creó una condecoración a la que llamó “Orden del Sol” que, al igual que el caso del sol argentino, no era otro que Inti. También incluyó el sol inca en el escudo peruano que luego otros magos, en este caso andinos, abolieron en el Congreso de 1825 (Chumbita 2004: 113).
Posteriormente, todo será borroneado y cuestionado, incluso detalles que parecen triviales, pero que no lo son. El absoluto desprecio por lo indígena llega a tal punto que el historiador Vicente Fidel López se queja hasta del nombre de la Logia Lautaro, donde militaba San Martín. Destilando no sólo chovinismo sino un inocultable desprecio por lo originario, dice: “Habría sido trivial antojo bautizar la más grande empresa militar de los argentinos con el nombre de un indio chileno” (López 1913: T. VI, 305). Las desapariciones y trastrocamientos semánticos de todo aquello que oliera a americano serán permanentes. Otro ejemplo: San Martín, cuando se hizo cargo del Ejército del Norte, exaltó el papel de los gauchos y el director Gervasio Posadas aceptó publicar los informes en La Gaceta, pero sustituyó el término gaucho por “patriotas campesinos” (Chumbita 2004: 99).
Incluso durante la campaña al Desierto de 1833, Juan Manuel de Rosas confraterniza, a su modo, claro está, con sus indios amigos, a quienes trataba como socios y que forman un tercio de su Ejército en dirección al sur. El 25 de mayo por ejemplo, en plena campaña:
Media hora antes de salir el sol estaba toda la tropa con frente al oriente y esperaban silenciosas la aparición del sol de mayo (…) En seguida se racionó a la División de vicios y también se hizo con los indios amigos. A las 6 se avisó al señor general que estaban formadas las tropas y los indios para rezar el rosario (…) A la Oración vinieron los convidados al Cuartel General, los jefes y oficiales para acompañar al señor General que había mandado preparar una buena comida al efecto según permitieron las circunstancias. Asistieron también los caciques amigos Catriel, Cachul, Llanquelén, Antuán y Mayor Nicasio (Rosas 1965: 102, 103).
A esa altura, los ideales de Mayo estaban desdibujados. Esos ideales de igualdad y fraternidad, de abolición de la esclavitud y “equiparación racial”, que tantas veces defendió Juan José Castelli. Cuando el Ejército Auxiliar que comanda en 1811 ya está en el Alto Perú, en numerosas oportunidades le salen al encuentro delegaciones indígenas que, siguiendo la usanza colonial, se arrodillan e intentan besar la mano del Vocal rioplatense. En todas las ocasiones, Castelli los insta y ayuda a ponerse de pie. La Revolución de Mayo no había nacido para que ninguno de sus hijos rindiera pleitesía a nadie y menos de rodillas. Casi setenta años después, cuando el ideario de Mayo debería estar consolidado, todo será muy diferente. En oportunidad del avance hacia la Patagonia, tal como lo consigna el corresponsal Remigio Lupo, un hijo del cacique amigo Manuel Grande se arrodilló para besar la mano del general Roca (Lupo 1938: 51). A diferencia de Castelli, don Julio Argentino extendió su diestra con displicencia al indio arrodillado que la besó sumiso sin alzar la vista.
Como vemos, los hechiceros se encargaron de olvidar, cuestionar y tergiversar hasta la más sutil huella de americanismo. Y así los magos construyeron un país con dos mitades, con los unos y los Otros, los civilizados y los bárbaros; por lo tanto, era natural que ocupasen espacios enfrentados.
5
Los antecesores del señor general
Hoy, para ahorrar balas,
hemos degollado 27 ranqueles.
Coronel Friederich Rauch
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