Camino al colapso. Julián Zícari
del proyecto duhaldista. Para ello, Menem no solo continuó con buena parte del control oficial del peronismo, sino que trazó distintos tipos de incentivos hacia los gobernadores del PJ (económicos, políticos, de obra pública, etc.) para que estos separaran las fechas de los comicios de sus provincias de los nacionales, buscando así, de esta forma, que las maquinarias partidarias del interior del país no estuvieran activas al 100% en la elección presidencial, sino con una menor disposición de acompañar a Duhalde. Muchos de los gobernadores peronistas, del mismo modo, parecieron estar dispuestos a tomar medidas de este tipo, puesto que no confiaban además en que el PJ pudiera imponerse a la Alianza en la elección presidencial de octubre de 1999. Por lo tanto, resguardar sus distritos y desvincular lo que allí sucediera de los resultados nacionales era la mejor actitud que pudieran tener como estrategia de supervivencia política individual. Fueron así 16 provincias las que adelantaron las fechas de su elección a gobernador, casi escalonadamente, antes de la presidencial. Además, muchos gobernadores no deseaban que un bonaerense se hiciera de la presidencia puesto que ello implicaría un desequilibrio regional en la transferencia de los recursos a favor del centro y en perjuicio de los distritos del interior26. Con esta estrategia Menem podría asegurarse que el peronismo pudiera continuar gobernando en el interior del país, pero no que triunfara su candidato presidencial, y con ello el riojano podría seguir con el control partidario luego de 1999 y presentarse por el PJ en 2003. A su vez, con la bicefalia peronista que debilitaba la verticalidad del partido les permitió a los gobernadores ganar mayor peso, tener más autonomía, capacidad de hacer demandas y desconcentrar el poder en pos de un renovado federalismo y horizontalidad.
En este contexto, el calendario electoral comenzó en diciembre de 1998 en Córdoba. Curiosamente fue una provincia gobernada por el radicalismo la primera en competir y la que más adelantó su elección (casi un año con respecto a la presidencial). Esto se debió a que, como vimos, el gobernador Mestre no estaba dispuesto a unir el destino de su provincia a la Alianza, como además pensaba que el radicalismo era lo suficientemente fuerte allí como para ser derrotado. Sin embargo, los cálculos fallaron: el peronismo detrás de Juan Manual de la Sota se impuso en Córdoba por primera vez desde el retorno de la democracia. Un mes después de la elección, al comenzar 1999, la devaluación brasilera golpeó la economía argentina, sembrando dudas sobre la continuidad de la convertibilidad en un año electoral. Las dos sorpresas, tanto la victoria del PJ en Córdoba como el shock externo, generaron cierta intranquilidad, la cual fue aprovechada por Menem para volver al centro de la escena. En este caso porque con la victoria peronista de Córdoba, volvió a reflotar su proyecto reeleccionista, ya que confiaba en que los números electorales –después de todo– mostraban que todavía tenía apoyo, al tiempo que lograba que el juez Bustos Fierro habilitara su candidatura. A su vez, frente a este panorama, decidió hacer hincapié una vez más en que solo su figura podría garantizar el modelo frente a los golpes externos y presentar su propuesta de dolarización total de la economía como la mejor alternativa para blindar la convertibilidad27. Así, Menem, detrás de su proyecto dolarizador, comenzaba a tejer un guiño hacia los Estados Unidos y a la ambición del país del norte de crear una plataforma continental de libre comercio, el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).
Las reacciones que se generaron fueron de distinto tipo. Por el lado del peronismo, Ortega terminó por cerrar un acuerdo con Duhalde en febrero para ser su compañero de fórmula, ya que había perdido la confianza en que Menem finalmente lo apoyara o que aquel pudiera presentar su candidatura. A su vez, también sirvió para que la Alianza, junto a Duhalde, Rodríguez Saá y Cavallo se unieran para poner fin a las ambiciones de Menem, puesto que la amenaza a partir de la habilitación judicial de Bustos Fierro pareció más real que nunca y con visos de llevar a una fractura institucional al país (La Nación 22/03/1999). En paralelo a la unión publica de todo el arco político contra la habilitación, se dieron una serie de reveses contra Menem (nuevos fallos adversos de otros magistrados, la derrota del candidato menemista en Catamarca –Ramón Saadi–, amenazas de convocar a plebiscitos por parte de Duhalde y de la Alianza, así como la asociación de estos en Diputados contra el presidente), los cuales fueron un cóctel demasiado duro que terminó por cercar el sueño menemista de manera definitiva. Con ello, Duhalde pudo asegurar su candidatura junto con Ortega y quedar como única fórmula peronista –sobre todo cuando Rodríguez Saá se vio obligado a retirar la suya (Página 12 03/08/1999) – aunque no pudiera, igualmente, contar con todo el respaldo partidario detrás de sí, puesto que careció del importante apoyo de los caudillos de Córdoba (De la Sota) y de Santa Fe (Reutemann). Por otro lado, debemos decir que la incertidumbre que se pudiera haber presentado con la devaluación brasilera hizo que se fortaleciera en el país un más robusto consenso conservador de defensa de la convertibilidad, ya que una salida de ella pareció representar el temor cierto de la destrucción de la estructura de contratos (pactados en gran medida en dólares), de un default gubernamental, la suba del riesgo y de las tasas de interés, corridas bancarias y cambiarias, así como también el fantasma de un pronto retorno a las épocas de alta inflación. Es por ello que a medida que avanzó el año 1999 y el clima de campaña electoral comenzó a imponerse, desde la Alianza prometieron abiertamente que –de imponerse y casi como única promesa expresa de campaña– se continuaría con la convertibilidad, lo cual le permitió asegurar su primacía electoral a la coalición y su casi segura victoria según todos los sondeos28. De una manera mucho más endeble, Duhalde tuvo más problemas para asumir una posición clara, sin terminar de certificar su estrategia de diferenciación con la obra de Menem, ya que a veces la recuperaba mientras que en otras oportunidades anunciaba que la cambiaría. Así, al estar siempre por detrás de la Alianza en las encuestas, debió hacer propuestas más arriesgadas y animarse a plantear cambios concretos –como las críticas que llamaban a “romper con el modelo” –, aunque poco después se desdecía de ello porque el apoyo a la convertibilidad era muy alto en la población, con lo que finalmente terminaba sin definir un mensaje nítido y solo generaba inquietud sobre lo que haría en caso de triunfar29. Ante este horizonte, contempló hasta tres meses antes de la elección presentar una alianza o fórmula electoral junto a Cavallo30, se encargó de continuar con sus críticas al modelo, aunque señalando que para él “la consigna sigue siendo Convertibilidad o muerte” (Clarín 20/08/1999); asimismo, cuando el FMI pidió conocer los planes económicos de los tres candidatos con más chances de acceder a la presidencia, Duhalde envió allí a su principal referente económico, del mismo modo en que lo hicieron Cavallo y la Alianza, para afirmar los tres juntos que –cualquiera triunfase– se garantizaría la continuidad del tipo de cambio fijo y de los lineamientos económicos básicos en caso de ganar (fueron a Washington Jorge Remes Lenicov, Adolfo Sturzenegger y José Luis Machinea respectivamente) (Página 12 01/08/1999), sin embargo, poco más de un mes después de eso, Duhalde criticó con dureza las propuestas hechas por el Fondo para la Argentina y afirmó que, si él se imponía, tomaría un rumbo distinto31.
Finalmente, frente a las contradicciones y balbuceos duhaldistas, la Alianza una vez que asumió un compromiso expreso de sostener la convertibilidad, dedicó el último tramo de la campaña a los aspectos que parecían más débiles del peronismo, como eran su imagen de poca transparencia institucional y de prácticas políticas deshonestas. Para ello, el grueso de la estrategia electoral se concentró en resaltar la figura de su candidato, Fernando De la Rúa. En este caso, porque según los estudios privados realizados por los aliancistas era la persona de De la Rúa una de las mayores fortalezas electorales que podía ofrecer la Alianza: una persona serena, de perfil austero, moderado, que no era agresivo ni confrontativo y que tenía una larga carrera política respetando las instituciones. Es decir, un hombre que lucía ideal para alcanzar la presidencia y para representar los valores que buscaba gran parte del electorado por ese entonces, en pos de mayor institucionalidad y de respeto por las normas, a la par que para los aliancistas personalizar la campaña en su candidato contribuía a desideologizar sus propuestas (evitando así tocar temas espinosos y los compromisos tajantes) como también a reforzar el liderazgo y autoridad de aquel. Un caso donde se cristalizó claramente esta táctica fue en el spot publicitario que tuvo mayor circulación en la televisión y la radio, y que comenzaba con la frase “Dicen que soy aburrido”. Aquí se buscó trasmitir que la figura de De la Rúa era el contraste absoluto con la de Menem