Una tesis. El derecho a no obedecer. Fernando González
sus arcas, y Saúl llamaba a David para que le tocara arpa después de sus comidas.
En un estudio titulado “La vida colombiana a través de los mensajes presidenciales”, llega el autor a esta conclusión: sólo los tres presidentes que no ciñeron su estilo a moldes clásicos, sirvieron verdaderamente. Y no se diga que soy exagerado y unilateral: predico la armonía de la vida, y la ya mentada ley de la proporcionalidad de las actividades.
En Colombia se ha creído que las escuelas y universidades son la base del progreso: establecer una fábrica de doctores en cada ciudad y escuelas en todas partes, ha sido y es un ideal y una realidad en Colombia; todos los partidos han estado de acuerdo con esto. ¿Qué se ha conseguido? La empleomanía y un semillero de poetas, doctores y políticos; la intriga desmañada para alcanzar los puestos públicos, y la ineficacia en el gobierno. Hoy en día, dar el título de bachiller es inutilizar un ciudadano: ya no sirve para la recia faena del surco; irá a sufrir en la lucha por la representación del pueblo en congresos y asambleas, o a engrosar el número de abogados sin pleitos y de médicos sin enfermos. En Colombia no se siente la necesidad de aprender a leer: por eso es inútil tanta escuela. Cuando haya muchos ferrocarriles y mucha vida comercial, entonces sí se aprenderá, aunque no sea sino para conocer los reglamentos de los trenes. La escuela de los economistas tiene razón: las leyes naturales dirigen la vida y nadie puede reemplazarlas.
No quiero hacer reproches, sino decir lo que ha venido sucediendo en nuestra vida nacional. Las leyes de la naturaleza se cumplen irremediablemente y el hombre mismo está encerrado en la irremediabilidad universal, pese a su orgullosa pretensión de creer dirigir la vida.
Puede decirse que esta exaltación de ideas metafísicas que ha dominado a Colombia, es resultante de su aislamiento: Colombia nació y vivió hasta hoy en la Revolución Francesa y en el Romanticismo español, mientras que el resto del mundo mira ya esas ideas como algo revaluado y arcaico. Hoy está Colombia en el auge de la metafísica y de la exaltación romántica, pero sólo aparentemente: las raíces de la conciencia nacional ahondan en la vida real, racional y positiva: la llama antes de extinguirse da su gran resplandor…
Para verificar este despertar de la vida, basta el hecho de que los jóvenes adopten como temas de estudio, asuntos prácticos, tales como el cambio, los seguros, la cuenta corriente, el régimen librecambista y el proteccionismo.
Termino este capítulo diciendo que debemos alegrarnos porque en Colombia se observan signos inequívocos de que pronto será una realidad la ley de la proporcionalidad de las actividades.
CAPÍTULO II
DE LA CAUSA PRINCIPAL DE LA CORRUPCIÓN DE LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA.
Que en Colombia no rija la ley de la proporcionalidad de las actividades es la causa principal de la corrupción de su democracia. Se ha aceptado entre nosotros como principio innegable que las universidades y escuelas deben multiplicarse, pues son la base del progreso.
Hay en Colombia poco o nada de vías de comunicación y una población escasa; de ahí la imposibilidad de intensificar el trabajo por medio de su división y de la aplicación de las máquinas. Tenemos pues, un pueblo pobre, aislado e ignorante por consiguiente, y un número exagerado de bachilleres y doctores. He aquí el cuadro que puede trazarse: la soberanía reside esencial y exclusivamente en aquel pueblo mísero y fanático; este número exagerado de intelectuales entra en competencia para ser los representantes del pueblo soberano. ¡Bonita lucha! ¡Cómo funciona la ley de la oferta y la demanda, para satisfacer los apetitos de este grupo de ambiciosos a quienes Garofalo y Tarde colocarían sin vacilación entre los matoides! ¡Cómo se halagan las pasiones y la credulidad del populacho! ¡Cómo se simulan esos mismos fanatismos y se cultivan en la masa anónima con tesón y con amor!
Medítese bien en esto y se verá la causa de la corrupción de nuestra joven democracia. El número de semi-intelectuales es exagerado; luchan para adquirir el pan cuotidiano por medio de representaciones en las asambleas del pueblo; allí, para conservar el favor, simulan fanatismos rabiosos; se establece un engranaje de pasiones repugnante: por eso la verdad tan vieja y que en fuerza de repetirse se ha vuelto banal, de que cada pueblo tiene el gobierno que merece, es irrefutable; la democracia es una forma buena o mala, según los tiempos y lugares.
Repito que no obra en mí el deseo de inculpar, sino el de exponer las leyes naturales y necesarias que han hecho de la democracia colombiana un conjunto de perspectivas mentales, poco grato para la visión hipercrítica del esteta, pero sugestivo y atrayente para el observador: la causa principal es esta: en Colombia no ha regido la ley de la proporcionalidad de las actividades.
CAPÍTULO III
DE CÓMO NO TIENEN RAZÓN ALGUNOS CRÍTICOS.
He dicho que mi propósito no era inculpar sino exponer; he dicho que el hombre estaba encerrado en la irremediabilidad del desenvolvimiento universal. Este concepto es importantísimo y de vastas consecuencias prácticas; por eso quiero desarrollarlo en este capítulo.
En los expositores de la política y de asuntos económicos se observa que parten del principio del hombre-causa; en las disertaciones sobre lo que se debe hacer en Colombia, por ejemplo, se ve que tienen por base el concepto fundamental de que en los pueblos se puede hacer lo que se quiera. Eso es muy cierto, si por ello se entiende que los deseos de los pueblos son realizables porque una necesidad los hace nacer, pero es falso si se entiende que un gobernante puede modificar a su amaño una nación, aunque ésta no esté necesitada a ello por las leyes de la naturaleza.
Los pueblos pueden hacer lo que quieren, pero no pueden querer libremente.
Constantemente leemos que en Colombia son necesarios gobernantes prácticos; que urgen ferrocarriles; que precisa alejar la metafísica, que los pueblos deben ser gobernados aun contra su voluntad, según frase de Bonaparte. Estos escritos y prédicas deben alegrarnos grandemente porque de ellos se induce que en Colombia las necesidades han hecho nacer deseos de mejoramiento material, deseos que se cumplirán ya irremediablemente, no porque lo quiera un individuo, sino porque son una necesidad, porque la conciencia pública está necesitada. Desde que en un pueblo se diga: debe gobernarse a las naciones aun contra su voluntad, es señal de que la voluntad del pueblo ya está modificándose. Se dice en esa frase un absurdo, pero un absurdo consolador. Por eso dije yo al principio de este ensayo que era para alegrarse mucho el ver que para las últimas tesis han servido asuntos prácticos y de interés cercano.
De ese principio que puede llamarse de la negación del hombre-causa, se deducen consecuencias importantísimas cuya amplia disquisición no es de este lugar, pero de las cuales enumeraré algunas: la causa del fermentar de las democracias americanas, está en la adopción inconsulta de principios europeos; cuando la ley no es expresión de la necesidad, es absurda y entraba el progreso. Por último seré algo extenso en el capítulo siguiente, en el cual trato de un asunto bien importante.
CAPÍTULO IV
QUE TRATA DE LA INUTILIDAD DE LAS LEYES SOCIALES.
Las leyes que se fundan en el concepto del hombre-causa son inútiles y perjudiciales. Este gran principio es la base de la escuela llamada liberal en Economía Política. De allí su diferencia con el socialismo, que parte del principio del hombre-causa. Se ha pretendido que la escuela liberal es anticuada; por el contrario, los descubrimientos más modernos de la filosofía la protegen. Su principio fundamental es el de la doctrina evolucionista, es decir, el hombre como parte del todo, y el de las escuelas socialistas es el anticuado que considera al hombre como causa libre y modificadora de la vida. Los economistas dicen: no se pueden contradecir las leyes naturales que regulan los fenómenos económicos.
Se ha imbuido a nuestros estudiantes en la creencia que de la escuela liberal es una antigualla. En mis lecturas recientes encuentro que un autor católico dice: “¡Heriberto Spencer es una vox clamantis in solitudine…!”.1 Para desvirtuar ese error en que se ha imbuido a nuestros estudiantes, diré que la escuela de la necesidad y del evolucionismo domina en las altas esferas intelectuales: Cesare Lombroso, Mr. Fallarton, Cimbali, el profesor Storch, etc., etc.
En la última obra de Gina Lombroso, titulada I vantaggi della degenerazione2