Patagonia a sangre fría. Gerardo Bartolomé

Patagonia a sangre fría - Gerardo Bartolomé


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desagradecido y un sinvergüenza! ¡Si tu padre estuviera vivo te reventaría a rebencazos!

      Carlos le iba a decir que no metiera a su difunto padre en el asunto pero pensó que lo mejor era no enfrentar al viejo porque se iba a poner todavía más violento. Sin decir una palabra agarró su abrigo y se fue.

      Francisco se sentó. Se agarró la cabeza, estaba abrumado.

      En el fondo un ruido le llamó la atención. Apareció Moria, se sentó al lado de él. Le tomó las manos, le dio un beso y le ofreció un vaso de ginebra. Se amigaron.

      * * *

      Por la noche Carlos no durmió nada. La cabeza le daba vueltas y vueltas. La plata que tenía no le alcanzaba para armar su propio Almacén de Ramos Generales en Piedrabuena. Tenía que pensar fríamente. Su tío en caliente no era una persona razonable. Tenía que pensar. Si su tío quería lo podía dejar en la calle porque estaba todo a su nombre. Tenía que usar la cabeza. Se le ocurrió algo pero… —no… eso es ser demasiado hijo de puta. La idea le daba vueltas y vueltas. Su tío no iba a ser razonable. Había que enfrentarlo. No era tan mala idea, pero había que ser muy hijo de puta para sacarle esa ventaja a la situación de su tío. Pero era tan simple… Había que ir y simplemente decirle: —Tío, ponga la mitad a mi nombre o lo delato. No con esas palabras pero el mensaje era ese. El tío se iba a poner loco, pero la verdad era que la mitad era suya, era justo. No se iba a aprovechar y pedirle todo, no era tan hijo de puta. Simplemente iba a exigir lo que era suyo por derecho… con un poquito de chantaje, es cierto, pero bueno… Entonces lo que tenía que hacer estaba claro. Se durmió.

      Cuando se despertó el sol ya había salido. Se vistió rapidísimo y salió casi corriendo a lo de su tío. Había decidido ser amable, medir bien sus palabras pero bien firme; el tío tenía que entender que él era el que tenía la sartén por el mango. Llegó a la casa de su tío. Golpeó la puerta y esperó. Silencio. Volvió a golpear. —¡Tío soy yo! Tenemos que hablar. Silencio. Dio la vuelta para ver el cuarto por la rendija de la ventana. Miró. No estaba. —Qué raro —pensó—, raro que Francisco saliera tan temprano. Entonces se acordó que su tío iba todos los días a la playa cuando había marea baja y ahora había marea baja. Fue corriendo a buscar su caballo, lo ensilló y salió al galope hacia Punta Quilla.

      En el camino no había huellas del caballo de su tío. Llegando a la playa siguió al paso y buscó la cima de los acantilados. Seguro que su tío estaría ahí arriba para ver todo el largo de la playa. Pero arriba no había nadie, ni señal de su tío. La marea seguía bajando.

      Decidió esperar, seguro que su tío iba a aparecer.

      Carlos miraba para un lado y para el otro. Al este parecía que un lobo estaba saliendo del agua. Pero de su tío nada. —Ese lobo sigue sin salir, qué raro. —De su tío ni noticia—. Ese lobo debe estar muerto. El viento frío le daba de costado, había que aguantar. —El lobo ese debe estar muerto. Lo miró mejor. —Qué posición rara para un lobo. Pero inmediatamente se imaginó que quizás no era un lobo. Quizás…

      Bajó la barranca lo más rápido que pudo y corrió por la playa hacia el cuerpo. A medida que se acercaba veía mejor de qué se trataba. ¿Era su impresión o era un hombre en cruz? Se detuvo en seco, ahí entendió. —¡Es el Chino! Justo hoy viene a aparecer. Mucho mejor, ya sabía que la policía no lo encontraría. Teniendo el cuerpo del Chino tenía la llave de todo. Sería más fácil negociar con su tío. Lo principal sería esconderlo. Corrió hacia el cuerpo. El mar al retirarse le había levantado la camisa escondiéndole la cara. De tanto correr llegó al cuerpo casi sin aliento. Todavía estaba estaqueado, tal cual lo había dejado su tío hacía dos meses. Que raro que nadie lo hubiera visto antes. Le sacó la camisa de la cara.

      Lo que vio lo sorprendió, lo golpeó, lo descompuso. Era su tío, muerto, estaqueado. Alguien lo dejó ahí para que muriera ahogado. Murió igual que el Chino.

      La cabeza de Carlos le daba vueltas. ¡Su tío estaba muerto! Lo primero que se le pasó por la cabeza es que ahora el almacén sería de él. Lo siguiente que le pasó por la cabeza es que alguien lo había matado. Había un asesino dando vueltas. Había que avisarle a la policía. Salió corriendo a buscar su caballo que había quedado lejos. Corrió un tramo largo hasta que un pensamiento lo clavó en seco. —¡El principal sospechoso soy yo!

      Se sentó. Había que pensar. El primer sospechoso es el que sale beneficiado con la muerte, él heredaría el almacén. El mismísimo comisario había notado la tensión entre ellos. Carlos tenía el motivo para matarlo y la ocasión. Todo cerraba para que el acusado fuera él. ¡Pero no había sido él! ¿Qué hacer?

      —Pensá, pensá, pensá rápido. El sol estaba subiendo y podría aparecer alguien en la playa. No había muchas alternativas. Lo único que podía hacer ahora era esconder el cuerpo. Si después se le ocurría algo mejor veía que haría pero ahora tenía que enterrarlo. —Qué cagada, la pala está en el almacén. Lo único que podía hacer ahora era arrastrarlo hasta unos arbustos y cubrirlo con arena y piedras. A la noche vendría con una pala para enterrarlo mejor. Volvió al cuerpo de su tío para hacer lo que tenía que hacer.

      * * *

      —¿Y el patrón dónde está? —le preguntó Moria esa tarde.

      —Se fue a Río Gallegos —le lanzó Carlos la mentira que había pensado—. Fue a hacer unas compras para el almacén.

      —Ah, qué bueno. Nos estaba faltando mercadería. —A Moria no le pareció raro porque cada tanto Carlos o Francisco iban a hacer pedidos a la capital del Territorio—. Qué raro que no me dijo nada, tenía cosas para agregarle a la lista.

      —Lo decidimos de golpe —Carlos se daba cuenta que no sonaba convincente—. En realidad iba a ir yo pero lo convencí de que fuera él.

      —¿Cuándo vuelve?

      —No sé… capaz que después iba a Buenos Aires —arriesgó Carlos.

      —¿Cómo? —preguntó la chica sorprendida y decepcionada.

      —Sí, no se… Tenía unos pesos y quería conocer el hipódromo de allá así que si había barco se iba.

      A Moria se le llenaron los ojos de lágrimas. —Me dejó —dijo ella muy bajito. A Carlos le dio mucha pena verla así.

      —Mi tío está grande para todo esto —dijo tratando de explicar, sin aclarar a qué se refería con “esto”. La chica se secó las lágrimas con el delantal y siguió su trabajo.

      * * *

      Anochecía y Carlos se preparaba para ir a la playa y enterrar bien el cuerpo de su tío. Tenía la pala, tenía las botas y vestía ropa oscura para no ser visto. Cuando menos lo esperaba tocaron la puerta. —¿Quién es? —gritó desde su cuarto pero como respuesta sólo tuvo que volvieron a golpear. Abrió la puerta y se encontró que en la negrura de la noche estaba Moria.

      —¿Moria, que hacés? ¿Algún problema? —La chica no contestó solo se acercó.

      —¿Querés entrar?

      Ella dio un paso como para entrar pero cuando estuvo muy cerca se abalanzó sobre él, lo abrazó y lo besó en la boca con pasión. Carlos no se negó, todo lo contrario. Mientras apretaba contra sí el cuerpo de la muchacha dos cosas le vinieron a la mente; una que no sólo había heredado de su tío al almacén y lo otro era que lo de ir a la playa quedaría para otra noche; ahora tenía algo más interesante para hacer.

      * * *

      Lo despertaron golpes en la puerta. Abrió un ojo. Ya era de día. Moria no estaba en la cama pero escuchaba ruidos en la cocina, estaría haciendo el desayuno. —¡Ya voy! —gritó y rápidamente se puso la ropa que tenía a mano. Pasó por la cocina y le tocó la cola a la muchacha que se dio vuelta y le sonrió, estaba contenta. Abrió la puerta y toda su alegría se vino abajo. Era el Comisario.

      —Buen día don Carlos. Disculpe que lo moleste pero estoy buscando a su tío.

      El muchacho se quedó duro. De


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