Patagonia a sangre fría. Gerardo Bartolomé
no está. No lo entiendo Comisario.
—Es que se me ocurrió que quizás se había ido unos días y usted lo sabría.
Cuando escuchó esto Carlos se aflojó. No habían encontrado el cuerpo.
—Disculpe que le haya contestado así Comisario. Es que no dormí bien —dijo en tono conciliador—. Mi tío se fue a Río Gallegos por unos días y capaz que de ahí se va a Buenos Aires. La verdad es que no sé cuándo va a volver. Pero le pido perdón por haberle contestado mal.
—No tiene nada que disculparse don Carlos. Si ya me imagino por qué no durmió bien en la noche —dijo con una sonrisa haciendo un gesto que aludía a los ruidos que venían de la cocina.
—No es lo que usted piensa, sólo vino a hacer el desayuno —trató de explicar Carlos pero para cambiar de tema preguntó—, ¿para qué lo buscaba a mi tío?
—Para pedirle disculpas de lo de antes de ayer.
—No entiendo.
—El otro día, cuando fui al almacén, le hablé a don Francisco como si fuera sospechoso de un crimen.
—Sí, fue muy duro para mi tío, quedó muy decepcionado.
—Sí lo sé —siguió el Comisario—. Por eso quería disculparme personalmente. No hay nada de qué acusarlo.
—Claro que no. Pero, ¿hay algo nuevo? —preguntó Carlos con curiosidad.
—Sí, apareció el Chino.
—¡¿Cómo?! —exclamó Carlos sorprendido.
—Sí, era como ustedes decían. Ayer recibimos un telegrama de Corrientes. El Chino apareció ayer por lo de su hermana.
—Qué raro… —se le escapó a Carlos.
—¿Por qué raro? Es lo que ustedes decían.
—Sí, claro… lo raro es que haya tardado tanto en aparecer en Corrientes —trató de explicar Carlos.
—Debe ser como dijo don Francisco. Se habrá emborrachado, encontrado alguna mujer en un pueblo y se quedó hasta que lo echaron.
—Sí, debe de haber sido eso —contestó Carlos aceptando la explicación que le resultaba tan conveniente—. Despreocúpese Comisario, que yo le voy a hacer saber a mi tío que usted vino a disculparse.
—Bueno, me voy entonces don Carlos. Y lo felicito por lo que tiene adentro —dijo en tono pícaro.
Carlos cerró la puerta y se quedó parado, pensando con preocupación. ¿Sería cierto? ¿Estaría vivo el Chino? ¿Quién había matado a su tío? No podía ser el Chino porque venir desde Corrientes llevaba por lo menos dos semanas y decían que él apareció hacía dos días. Algo raro estaba pasando y estaba suelto el que mató a su tío y capaz que ahora venía por él. Había que estar atento.
—¿Qué quería el Comisario? —preguntó la chica con inocencia.
—Saludarlo a mi tío —dijo Carlos escondiendo la información del Chino.
—No lo va a poder saludar nunca más —dijo ella con total seguridad.
—¿Por qué decís eso? ¿Qué sabés vos? —dijo él poniéndose muy serio.
—No creo que venga. Se va a quedar en Buenos Aires y ahora el patroncito es usted —dijo ella desarmándolo con una sonrisa seguida de un beso apasionado.
* * *
Ni el día siguiente ni el otro pudo Carlos aprovechar la noche para enterrar a su tío, casi no dormía, Moria era muy demandante. Con el fin de seguir adelante con la mentira, le dijo a la chica que empacara la ropa de su tío para mandarla a Buenos Aires; ya vería que haría con su casa, si venderla o mudarse a ella porque era más grande. Cuando Moria le dijo que ya estaba todo listo Carlos pasó por la casa de Francisco para, antes de despacharla, ver si algo de su ropa le servía y fue entonces que descubrió algo perturbador. Hasta el momento todo había cambiado para mejor. Tan sólo la sombra del Chino lo preocupaba, ¿y si aparecía? Por alguna razón pensó que lo que acababa de descubrir era obra del Chino.
—¿Qué hacen estas botas acá? —preguntó casi enojado.
—Son de su tío —respondió ella a esa obviedad.
—Eso ya lo sé. Pregunto por qué están acá.
—A don Francisco le gustan, las usa casi todo el tiempo. Me pareció raro que no se las hubiera llevado a Río Gallegos.
—Sí... es cierto —dijo él cambiando el tono para no parecer demasiado sospechoso. Si la memoria no le fallaba esas eran las botas que llevaba su tío cuando lo encontró muerto estaqueado.
—Pero sabe qué, patroncito. Las tuve que limpiar muchísimo porque estaban mojadas y llenas de arena. Será por eso que su tío no se las llevó.
Eso aumentaba sus sospechas ¿Eran las botas del cuerpo de su tío? Moria ¿tenían arena de la playa?
—¡Qué se yo! Tenían mucha arena.
—Pero ¿estaban muy mojadas, como si hubieran estado en el agua, en la playa?
—Patroncito, estaban sucias y mojadas. No sé si de la playa o no. A don Francisco no le gustaba la playa.
Pero ¿Qué importa eso? Quedaron bien, ¿no?
La cabeza de Carlos le daba vueltas a toda velocidad.
—Si Moria, quedaron bien —le dijo él tratando de sonar normal—. Quedaron muy bien.
—¡Pero me costó un trabajo, patroncito!
* * *
La cabeza de Carlos no podía pensar en otra cosa que no fueran esas botas. ¿Eran las del cuerpo de su tío? ¿Cómo habían llegado a su casa? Si era así estaba seguro que algo tenía que ver con la aparición del Chino. Tenía que sacarse la duda. Tenía que ir a ver el cuerpo de su tío. ¿Pero cuando? Si Moria no lo dejaba en paz. Por suerte se le ocurrió una idea, iba a resucitar su viejo proyecto de un almacén en el otro pueblo.
—¿Entonces sale muy temprano para Piedrabuena, patroncito?
—Sí. Tengo que encontrarme con el dueño de un local con el que podríamos abrir otro almacén y él sólo me lo puede mostrar por la mañana.
—Son más de tres horas de jineteada.
—Me voy antes de que salga el sol.
—¿Qué le preparo para llevarse?
—Nada Moria, gracias. Si me da hambre como algo allá.
Se despertó mucho antes de que saliera el sol y se vistió casi sin hacer ruido pero igualmente la muchacha abrió los ojos. Con una sonrisa le alcanzó una botellita.
—Tome patroncito. Le preparé ginebra con anís. Para el frío de la mañana.
—Gracias —contestó Carlos. No acostumbraba tomar temprano pero para este caso le parecía una buena idea.
Salió en la oscuridad. Era lo que quería, para que nadie del pueblo lo viera. Encaró para la playa. Tenía un rato hasta Punta Quilla. Le dio trote a su caballo, quería llegar justo con el alba. Precisaba luz pero que no hubiera gente en el camino. El viento frío le castigaba la espalda. —¿Serían las botas del cuerpo? ¿Cómo habían llegado a la casa del tío? Ese Chino hijo de puta.
De pronto tuvo la sensación de sentirse observado. Detuvo el caballo y escuchó. Nada. Era su cabeza que le estaba jugando una mala pasada. Siguió al trote. Siguió preocupado. De repente la pareció escuchar un relincho. Paró en seco, dio la vuelta. Estaba clareando, todavía no se veía mucho pero parecía que la playa estaba vacía. ¿Sería su cabeza? Hubiera jurado haber escuchado un relincho. Le dio un rebencazo a su bayo y galopó hacia el pueblo. Si alguien lo seguía por lo menos tenía que encontrar las huellas. Pero nada. Se detuvo