El límite de las mentiras. Gerardo Bartolomé

El límite de las mentiras - Gerardo Bartolomé


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el capitanejo no sabía leer no sabía qué decía la carta, entonces, por temor a contrariar las órdenes de su cacique, los desató de mala gana. De cualquier manera todos fueron obligados a marchar hacia los toldos de Sayhueque en el valle de Caleufú.

      En el camino, a Moreno se le ocurrió que la carta, si bien supuestamente estaba firmada por “El gobernador Balentín Sayhueque5”, debía de haber sido escrita por el indio que le habían dicho que se llamaba Loncochino. Su influencia negativa sobre Sayhueque era lo único que explicaba este cambio de actitud tan grande de su amigo. Intentó hacer memoria sobre lo que Utrac le había dicho acerca de Loncochino: que había nacido del otro lado de los Andes, que su madre había sido una huinca cautiva chilena, y que hablaba muy bien el castellano. Bueno… Ahora estaba claro que también lo escribía aceptablemente; seguramente su madre se había esmerado en darle una educación cristiana aún en los toldos indios. “Cabeza de huinca y corazón de indio”, le había definido Utrac, lo que se traducía como alguien muy peligroso. Su influencia sobre el pueblo mapuche iba mucho más allá de la pequeña tribu que él controlaba, porque los guerreros lo veían como el único con habilidades para sacar al pueblo mapuche del terrible peligro que enfrentaba: la exterminación por la guerra permanente contra los huincas. Hasta hace poco Loncochino aconsejaba a Namuncurá y a Sayhueque, los dos principales caciques de este lado de los Andes, pero con el tiempo había adquirido tal ascendente sobre las tribus que ahora los dos grandes caciques debían negociar con él si no querían perder a su indiada.

      * * *

      Después de tres días llegaron a la toldería. El espectáculo fue aterrador. Luego del famoso llanto de las chinas, en el que éstas supuestamente se lamentaban por los sufrimientos de los viajeros, los indios festejaron por tener a Moreno prisionero. Los guerreros degollaban caballos para beber su sangre caliente y luego comían sus entrañas crudas. Corrió el aguardiente de boca en boca y los indios enardecidos por la borrachera amenazaban con matar a Moreno y su gente. Después de un par de horas fueron tantos los que cayeron por el efecto del alcohol que todo se tranquilizó bastante.

      Moreno y sus hombres fueron llevados a uno de los costados de la toldería y les dejaron armar sus carpas huincas. Por la mañana fueron a buscar a Moreno. y Loncochino lo esperaban en el toldo más importante. El ambiente era muy tenso. Moreno se apuró a hablar antes que ellos

      —¿Por qué me trata Sayhueque de esta manera? ¿No soy más su Peñi Huinca Moreno6? Yo sólo vine porque usted me invitó, sino no venía —dijo Moreno altanero—. Además, ¿dónde está la hospitalidad mapuche? A todos se les ofrece comida antes de parlamentar y a mí no me dieron nada desde que llegué.

      La estrategia de mostrarse altanero le resultó. Sayhueque, visiblemente avergonzado, pidió que le dieran algo para comer. Los indios valoraban mucho la valentía y no demostrarles miedo era muy efectivo si los indios estaban sobrios. En su primer viaje por estas tierras Moreno había impactado a Sayhueque por tener el coraje de ser un huinca solitario que se adentra en tierra de indios.

      Enseguida una china le trajo carne de yegua cruda, todo un desafío para cualquiera que no fuera indio, pero Moreno ya lo había hecho antes; se tomó su tiempo y comió todo lo que le habían llevado. Cuando hubo terminado retomó la palabra:

      —Me alegra que me haya invitado a su toldería, hermano cacique. Yo estaba viniendo para saludar a mi hermano y hacerle algunos regalos.

      —¿Regalos? Gracias Peñi Huinca, pero yo lo invité para que le haga gran favor a su Peñi Mapuche —dijo Sayhueque en su mal castellano mientras Loncochino observaba.

      —Dígame qué puedo hacer por usted y su pueblo.

      —Hace días soldados de Villegas tomaron prisioneros a seis indios de Sayhueque. Los acusan de robar cuatro carretas del Ejército y matar a todos. Pero es mentira, los indios ladrones son de otro cacique, no de Sayhueque.

      Lo que preocupó a Moreno sobre lo que escuchaba es que se hablara tanto de carretas del Ejército. Él mismo había visto varias en Guardia Mitre. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué tantos preparativos militares?

      —¿Qué puedo hacer yo?

      —Escriba una carta a Villegas diciendo que los indios de Sayhueque no robaron. Que suelte a los prisioneros. Peñi Huinca será nuestro invitado hasta que nuestros indios vuelvan.

      Villegas nunca soltaría a esos indios, de nada serviría la carta. Cuando los indios entendieran que los prisioneros no volverían jamás querrían matar a Moreno y a sus compañeros de viaje. Había que pensar en algo, pero al joven no se le ocurrían alternativas. Para hacer tiempo, la carta había que escribirla, pero además debía pensar en alguna estrategia para, por lo menos, salvar la vida de quienes lo acompañaban.

      —Villegas no soltará a los indios por mi carta, yo no soy importante para el Gobierno, no me creerán.

      —¡Mentira! —intervino Loncochino—. Usted es importante. Usted es espía. Viene a ver dónde están los toldos indios para que después venga su Ejército a matar a todos los mapuches.

      —¿Cómo voy a ser yo importante? Si yo fuera importante hubiera venido con cien o doscientos hombres con rifles.

      —El Ejército argentino está preparando una gran campaña, por eso llegan tantos soldados y tantas carretas con rifles.

      Si eso era cierto, Moreno estaba en grandes problemas ya que se encontraría en territorio indio cuando los soldados atacaran. Los mapuches matarían a todos los blancos que pudieran.

      —¿Qué dice? —respondió Moreno con una fingida seguridad—. ¿Le parece que yo vendría a visitar a mis amigos indios si el Ejército fuera a atacar? —y luego dirigiéndose directamente a Sayhueque—. Peñi Mapuche, tengo buena voluntad y quiero ayudar. Escribiré la carta a Villegas o al mismo Roca si quiere, pero no deje que Loncochino insulte a su hermano frente a usted. Es una falta de respeto de Loncochino frente a un cacique más importante que él.

      Eso funcionó. Sayhueque lo miró a Loncochino con una mirada que significó algo así como “aquí mando yo”, y ordenó:

      —Escriba la carta y será invitado hasta que los indios vuelvan.

      Su cara indicaba que la conversación había terminado pero Moreno siguió.

      —Le pido Peñi Mapuche que me deje mandar a mi amigo Utrac a su toldo para buscar las piedras y huesos que dejé allá. Así cuando vuelvan sus seis guerreros podré volver a Buenos Aires.

      El gesto de Sayhueque significó “que así sea”. Loncochino no quedó muy conforme. Moreno sí, porque de esa manera por lo menos lograba salvar a Utrac. ¿Pero qué sería de él?

      * * *

      Utrac se marchó hacia el Sur pensando que todo se solucionaría. Llevaba algunas pertenencias de Moreno entre las que se encontraba una carta para el ingeniero Bovio escrita en francés por si caía en manos de los mapuches. En ella le describía escuetamente su precaria condición de prisionero, que volviera cuanto antes a Buenos Aires y que le hiciera saber a Zorrilla el resultado del relevamiento de los ríos.

      Luego escribió la carta a Villegas pidiendo la libertad de los indios prisioneros en un estilo tan rocambolesco que el general se daría cuenta que algo andaba muy mal. Entre otras cosas se refería a Sayhueque como el gobernador de la Región de las Manzanas Don Balentín Sayhueque; Villegas entendería la situación.

      —Peñi Mapuche —le dijo a Sayhueque— aquí está la carta. Pero Villegas está en el fortín de Guardia Mitre, y para llegar allá sus chasquis deben pasar cerca de otros dos fortines de frontera. ¿Tienen sus indios algún permiso para que los soldados dejen pasar?

      —No —respondió Sayhueque, que se daba cuenta de que no había pensado en eso.

      —Entonces le propongo que los acompañe mi ayudante Van Tritter. Él les explicará a los soldados la importante misión que están cumpliendo, y así podrán llegar a ver al general Villegas.


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