El límite de las mentiras. Gerardo Bartolomé

El límite de las mentiras - Gerardo Bartolomé


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mi futuro, mi formación…

      —Señor Moreno —Zorrilla se puso más formal—. Habría un nombramiento para usted a nivel de subsecretaría.

      —La verdad es que no me interesan mucho los nombramientos. No quiero estar preso de funciones burocráticas en una oficina. Además debo confesar que estoy un tanto decepcionado, ya que cuando hice el viaje al río Santa cruz, del que hablamos antes, se me había prometido que se me publicaría el libro con el relato de dicho viaje. Y aún no se ha publicado.

      —Señor Zorrilla, vea que se publique ese libro de una vez —interrumpió Avellaneda—. El Señor Moreno tiene razón en estar decepcionado.

      —Pero creo que tiene algo más en mente —dijo Roca mirando al joven con astucia.

      Todos miraron a Moreno.

      —¿Qué tiene en mente? —preguntó el presidente.

      —Bueno… —le daba algo de vergüenza hacer este pedido, pero su padre le había dicho que era perfectamente razonable—. Verán, mi anhelo es ser científico, naturalista como Darwin. Pero hasta ahora lo que aprendí lo hice por mi cuenta, no de manera formal. Y, como todo autodidacta, mi educación científica tiene grandes falencias —se tomó un segundo para mirar a sus interlocutores.

      —¿Entonces? —lo animó Avellaneda

      —Entonces, quería cursar estudios en Europa para completar mis conocimientos.

      —¿En dónde? —preguntó Zorrilla curioso.

      —En la Universidad de París, con el sabio francés Pablo Broca.

      —Lo tenía bastante pensadito —dijo jocoso Avellaneda y le preguntó a los otros—. ¿Qué les parece?

      —Me parece bien —dijo Zorrilla

      Todos miraron a Roca, que era el más “difícil” del grupo.

      —Yo creo —dijo el militar— que las disputas por el Tratado llevarán muchos años. Y creo que el Señor Moreno puede ser de gran utilidad en el futuro. Por lo tanto estoy a favor de que se capacite para poder servir mejor a la Patria —todos sonrieron—. Pero… siempre hay un pero. A cambio de que el Estado costee sus estudios en Francia, el Señor Moreno debería comprometerse a que a su vuelta seguirá trabajando para el país.

      Ahora todos miraron a Moreno.

      —Por supuesto será un honor. Pero Dr. Avellaneda, su Gobierno habrá terminado para cuando yo vuelva de Francia. ¿Por qué piensa que su sucesor estará interesado en mí?

      Avellaneda y Zorrilla sonrieron amistosamente mirando a Roca de reojo.

      —Créame Moreno —dijo el presidente—, de alguna manera sé que el próximo presidente estará interesado en sus servicios.

      Hubo unos segundos de silencio y Avellaneda retomó la palabra.

      —Bueno joven, es bueno que ponga manos a la obra. No podemos dejar pasar mucho tiempo antes de darle a Chile nuestra versión del documento. El Señor Zorrilla va a hacer que se contacten con usted para comenzar a definir las cosas que precisa para el viaje.

      —Recuerde que el verdadero motivo del viaje debe ser mantenido en el más absoluto secreto —aclaró Roca.

      Avellaneda acompañó a Moreno hasta la puerta. —Buena suerte — lo despidió.

      Cuando el joven se alejó por el pasillo cerró la puerta y se volvió hacia Roca.

      —¿Por qué no le dijo lo que está planeando?

      —Iba a retrasar su viaje y precisamos los resultados rápido.

      —Pero su vida correrá peligro.

      —Estoy de acuerdo —dijo Zorrilla—. Si le pasa algo, ¿cómo se lo explico a su padre?

      —Señores —dijo Roca con mayor autoridad que la que le corresponde a un ministro—, no correrá ningún peligro porque él estará de vuelta antes de que mi plan se ponga en marcha. Además el joven Moreno tiene siete vidas.

      Poco convencido, Avellaneda dio por terminada la reunión.

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      Julio Argentino Roca poco antes de su presidencia.

      * * *

      Camino entre Carmen de Patagones y Fortín Guardia Mitre, noviembre 1879. Un sucio gaucho cabalgaba al lado del oficial del Ejército Argentino Liborio Bernal. Más atrás venía un grupo de soldados y otros jinetes, tan desaliñados como el gaucho, que arreaban una tropilla de caballos. El oficial y el gaucho de anteojos hablaban animadamente; la conversación sólo se interrumpía cuando una ráfaga de viento les arrojaba una nube de polvo en la cara.

      —Así es Francisco, mi vida cambió mucho desde que me casé con la nieta de Crespo. La quintita que me compré en Carmen de Patagones se convirtió en un hogar que sólo visito de vez en cuando. Sin embargo mi mujer se dio maña con la casa y hasta prepara sidra para vender en Buenos Aires —decía Bernal.

      —Espero poder probarla a mi vuelta, seguramente tendré más tiempo que la última vez, cuando se venía el malón. ¿No hay más malones ahora, no?

      —No por esta zona. La zanja que había pensado Alsina era muy débil para detenerlos, los indios arrasaban a los fortines. En cambio Roca decidió que “su” zanja sería el río Negro y corrió la frontera al Sur. Los indios no pueden llevarse el ganado por el río, así que por este lado casi no andan. Más al Sur y cerca de la Cordillera es otra cosa. —Que es justo adonde voy yo…

      —De eso te quería hablar Francisco. Este viaje va a ser muy peligroso. Vos con tres o cuatro personas nomás. Los indios son muy bravos. Lo sé porque los he peleado por mucho tiempo. Pensalo, es muy peligroso…

      —No más peligroso que el que hice hace unos años. Los indios ya me conocen. ¿Te conté que el cacique Sayhueque me hizo su hermano de sangre?

      —Si, varias veces. Pero esta vez es distinto.

      —¿Por qué?

      Bernal no podía decir el motivo, así que se limitó a levantar los hombros diciendo: “No sé, digo yo.” Siguieron al paso sin decirse nada por un par de minutos hasta que Bernal retomó la palabra.

      —¿Así que te nombraron jefe de la Comisión Exploratoria? Sos todo un personaje ahora, Pancho.

      —Sí, fue idea de Zorrilla para que tuviera un presupuesto, que no alcanza para nada, y un cierto nivel de autoridad que tampoco me sirve porque tengo que acatar órdenes de un superior que es un inútil.

      —Vos sí que no podrías estar en el Ejército, eso de que te den órdenes no te gusta ni medio.

      —Lo que me molesta es que me den órdenes estúpidas. Fijate que Avellaneda quiere que yo explore la zona cercana a la Cordillera pero Pelayo, ese es el nombre de mi superior, me dio instrucciones por escrito de relevar la costa patagónica. Me dio una rabia terrible pero por suerte Zorrilla me dijo que no le hiciera caso y que siguiera adelante con lo planeado. De cualquier manera ese burócrata me hizo perder muchísimo tiempo, tendría que haber salido tres o cuatro meses antes.

      —¿Roca sabe que salís después de lo planeado? —preguntó Bernal con preocupación.

      —No sé. Yo no tengo mucha relación con Roca.

      —¿Y Pelayo te cambió las órdenes sobre la zona a explorar?

      —No.

      —¿Y entonces?

      —Entonces nada, voy a los Andes de cualquier manera. Fue el presidente quien me dio las instrucciones. Pelayo que se cague.

      Siguieron al paso hasta una aguada donde pararon para que los caballos descansaran y el grupo comió algo de la carne seca que llevaban. Luego siguieron camino pero apuraron el


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