El límite de las mentiras. Gerardo Bartolomé
Pero ésta era una ocasión especial, el motivo por el que lo convocaban debía ser muy importante, pero no sabía cuál era.
Luego de una importante espera se abrió una puerta y un edecán le dijo:
—El Señor presidente lo espera.
El muchacho lo siguió por un sinfín de pasillos hasta que finalmente le abrió una puerta y lo invitó a entrar.
—Francisco Moreno. Adelante.
Era el presidente Nicolás Avellaneda que lo saludaba con su voz profunda. Al estrecharle la mano el muchacho sintió que su satisfacción era sincera pero él ya sabía que los políticos tienen ese don, el de parecer sinceros, aun cuando no lo son. Había dos personas más en el despacho.
—No sé si conoce al Señor Roca pero seguro que conoce a mi ministro del interior, al Doctor Benjamín Zorrilla.
—Claro —dijo Moreno saludando a los dos.
—¿Qué tal Francisco? Ayer estuve con su padre y me dijo que creció mucho su colección de fósiles. Hasta el mismo Burmeister está asombrado de su progreso —le dijo, muy amistosamente, Zorrilla. Moreno le agradeció.
Los cuatro hombres se sentaron. Moreno había oído hablar de Roca pero no lo conocía. Sabía que era el nuevo hombre fuerte del Gobierno. Su campaña militar por el desierto le había hecho escalar posiciones. El gobierno de Avellaneda era débil y Roca, como su nombre lo decía, era fuerte. El presidente lo precisaba a él y a su Ejército para frenar al cada vez más belicoso gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
—Bueno Señor Moreno, ya ha servido al país varias veces —empezó el presidente— y estamos muy contentos de que así sea. Desde hace mucho sabemos que usted es una persona muy valiosa para nuestra Patria.
—Pero no fue siempre así —aclaró el joven—. Cuando vine corriendo del Nahuel Huapi con el aviso de un malón indio nadie me creyó.
—Es cierto amigo. No lo conocíamos en esa época y pensamos que se trataba de un muchacho asustado.
—Tampoco éramos nosotros los ministros —dijo Roca.
—Pero dejemos eso atrás. Así lo conocimos y aprendimos a confiar en usted. Por eso luego le encomendamos un viaje de crucial importancia para las ambiciones argentinas sobre la Patagonia —expresó Avellaneda.
—Usted se refiere al viaje en el que subí el río Santa Cruz y fui el primero en navegar el, hasta entonces desconocido, lago Argentino, ¿no es así?
—Exactamente. El Doctor Zorrilla no me deja mentir, ese viaje fue fundamental para nosotros.
—Así es —Zorrilla tomó la palabra—. Déjenme hacer un brevísimo resumen del tema de la disputa con Chile sobre la Patagonia.
Moreno había escuchado la problemática varias veces1, pero asintió.
—Cuando nuestros países se independizaron de España heredamos, por llamarlo de alguna manera, los mismos territorios. Argentina quedaba con lo que era el Virreinato del Río de la Plata mientras que Chile con el territorio de la Capitanía General de Chile. Pero resulta que España nunca había delimitado los terrenos dominados por los indígenas, por lo cual nunca se tomaron el trabajo de delimitar la frontera patagónica entre el Virreinato y la Capitanía General. Así es que los chilenos argumentan que, como ese territorio no estaba taxativamente asignado al Virreinato, debería pertenecer a Chile. Eso implicaría que absolutamente toda la Patagonia sea chilena.
—Y por eso fundaron Fuerte Bulnes primero y Punta Arenas después, en el medio del estratégico Estrecho de Magallanes —dijo Moreno para apurar al ministro.
—Exactamente. La exploración y ocupación de la Patagonia desde el Atlántico fue fundamental para fortalecer la posición argentina. Su expedición, la que llegó hasta el pie de los Andes en el Sur de la Patagonia fue clave para efectuar actos de efectiva soberanía.
—Gracias —agradeció Moreno.
—No se vanaglorie de eso —intervino Roca—. Usted sólo fue el ejecutor de la política de este Gobierno. Fue el Señor presidente, a través de su entonces ministro Rufino de Elizalde, quien le encomendó la tarea.
—Estimado Julio, no le quitemos méritos al muchacho. Él llevó adelante la difícil tarea de una manera impecable. Por eso estamos donde estamos —dijo Avellaneda.
—¿Y dónde estamos? ¿Algo ha cambiado desde entonces? —preguntó Moreno.
—Absolutamente. Por un lado la Campaña del Desierto, o la Conquista del Desierto, como prefiere decir el Señor Roca, nos llevó a ocupar en forma efectiva una buena porción de los territorios en litigio. Pero hay otro factor que usted no conoce y que nos puso en una posición francamente favorable.
—¿Qué otro factor? —preguntó ansioso Moreno.
—Lo que va a escuchar es un secreto absoluto —le dijo Roca.
—Chile se está embarcando en una larga guerra contra Bolivia y Perú —explicó Zorrilla.
—Eso no es ningún secreto. Los diarios vienen hablando sobre ese tema desde hace casi un año.
—El secreto —continuó el ministro— es que estamos negociando un tratado de límites en el cual Chile reconoce a la Cordillera como la frontera.
—¿Y por qué Chile abandona su reclamo sobre la Patagonia?
—Temen que entremos en la guerra del lado de Perú y Bolivia —dijo Roca orgulloso—. Tenemos todo el Ejército movilizado con la excusa de la Conquista del Desierto, así que podríamos entrar en acción en cualquier momento.
—Así que Chile renuncia a la Patagonia a cambio de que Argentina no apoye militarmente a sus enemigos. ¿Pero no estamos traicionando a Bolivia y Perú?
—Ellos no son nuestros aliados —aclaró Avellaneda—. No nos pidieron ni opinión ni ayuda por lo que no les debemos nada. Es una guerra en el Pacífico que no nos incumbe.
—Sólo nos incumbe para sacar ventaja… —dijo Moreno con tono de reproche.
—Mire Moreno —Roca se estaba enojando—, nuestro deber es con Argentina, no con Perú ni con Bolivia; y actuando de esta manera le traeremos grandes beneficios a nuestra Patria. Estaríamos asegurando nuestra soberanía sobre la tercera parte del territorio patrio. ¿Le parece que es como para dejar pasar la oportunidad?
—Bueno, bueno… —Avellaneda quería apaciguar los ánimos—. Estimado Moreno, creemos que usted también puede hacer algo bueno por la Patria. El Señor Zorrilla le explicará.
—Claro. Chile nos presentó un proyecto de tratado en el que nos propone que la frontera sea determinada por la divisoria de aguas. El Señor Roca quería que la frontera fuera dada por los picos más altos, pero nos explicaron que esos son puntos aislados. ¿Cómo se delimitaría entre los picos? En cambio la divisoria de aguas es una línea continua, más fácil de demarcar.
Hubo un silencio en el despacho hasta que Avellaneda dijo lo que Zorrilla no se animaba.
—El tema es que el Señor Roca piensa que hay una trampa en todo esto. La verdad es que no sabemos por dónde corre la divisoria de aguas, quizás no nos convenga… No lo sabemos.
—Ahí es donde entro yo, ¿no?
—Exacto. Lo que queremos es que usted viaje a la zona y verifique en el terreno por dónde corre la divisoria de aguas.
—Obviamente tiene que correr por lo más alto de la Cordillera —se apuró a decir Zorrilla.
—Es probable —aclaró Moreno—. Pero podría ser distinto. Vale la pena verificarlo antes de firmar un documento tan importante.
—Eso mismo dije yo —respondió Avellaneda—. ¿Está usted dispuesto a hacer ese viaje?
Moreno