Relecturas del cuento hispanoamericano. Roberto González Echevarría

Relecturas del cuento hispanoamericano - Roberto González Echevarría


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de que el llamado Boom de la novela latinoamericana en los años sesenta y siguientes también constituyó un Boom del cuento latinoamericano. La figura de Borges, cuya fama internacional data de esos años, aunque su decisiva colección Ficciones es de 1944, es por sí sola todo un movimiento, pero desde luego durante el Boom aparecieron libros de cuentos notables de Cortázar y García Márquez. ¿Habrá una eclosión semejante en el futuro? Esperemos que sí.

      Anna Maria Island, Florida, marzo 2017

      Tradición cuentística

      en América Latina

      En América Latina, el cuento es un género importante, que goza de popularidad en todos los niveles y de un reconocimiento genuino en los círculos literarios más exigentes. Varios sobresalientes autores latinoamericanos han sido exclusivamente autores de cuentos –por ejemplo, Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Juan José Arreola–. Y, algunos de los novelistas que gozan del mayor respeto, son considerados grandes a causa de sus cuentos: quienes me vienen de inmediato a la cabeza son Machado de Assis, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo. Se cree que el desempeño más notable de otros novelistas exitosos, como Julio Cortázar y Reinaldo Arenas, se observa en sus cuentos. Abundan las antologías nacionales de cuentos y varios de los prestigiosos premios de cuentos les han sido otorgados a escritores de la región. El caudal de la tradición cuentística en América Latina, que forma parte de la fabulosa riqueza de la literatura y el arte latinoamericanos en general, desmiente a quienes, de modo ingenuo, consideran que el subdesarrollo económico y la inestabilidad política son idénticos a la pobreza artística. Algunos de los escritores mencionados se encuentran entre los mejores del mundo moderno y han ejercido influencia en las literaturas de las áreas más desarrolladas del orbe.

      Varios errores presentes en el extranjero, relativos a la literatura latinoamericana, deberían disiparse desde el inicio. Uno de ellos, originado por la rutilante irrupción del conjunto de escritores de ficción en la década de los 60 del siglo XX (un fenómeno conocido como “el Boom de la novela latinoamericana”), consiste en creer que la literatura latinoamericana es un acontecimiento reciente, sin antecedentes. El hecho es que, dada la naturaleza de los imperios ibéricos de los que emergió, América Latina ha gozado de actividad literaria afín a la de Occidente desde el siglo XVI en adelante, en especial en el área española. Otra idea errónea, consecuencia natural del primer error, radica en pensar que la literatura es rural, tanto respecto de su naturaleza, como de sus temáticas, como consecuencia de su historia y de su entorno geográfico. No obstante, en contraposición a la vida colonial en América del Norte, el Imperio Español, en particular, estuvo organizado alrededor de opulentas ciudades, que eran las sedes de sofisticadas cortes virreinales, que competían con y en ocasiones aventajaban a los centros urbanos ubicados en la metrópolis. En varias regiones, como por ejemplo en México central, los españoles no tuvieron como contendoras a tribus nómades, sino a poderosas y avanzadas culturas originarias, que tenían grandes y complejas ciudades propias. Las urbes virreinales, los virreinatos, eran una simbiosis de las ciudades europeas y las ciudades indígenas. La literatura latinoamericana ha sido una actividad urbana desde el principio, aun cuando sus temáticas hayan sido rurales, en los casos en los que los escritores han desarrollado interés político en la selva, las llanuras o las tierras del interior.

      Por último ha habido quienes han considerado que la literatura latinoamericana es provinciana en cuanto a su orientación y primitiva en lo relativo a temáticas y técnicas, lo cual reflejaría una presunta proximidad a la naturaleza. Pero lo contrario es lo cierto. La literatura latinoamericana es predominantemente cosmopolita y sofisticada. En la época colonial, la vida intelectual se regía por filosofía neo-escolástica, que ponía gran énfasis en las fuentes clásicas y patrísticas, la retórica y la lógica. La erudición, el conocimiento recibido y la elegancia argumentativa prevalecían por sobre la observación de la realidad, hábitos mentales que dejaron un calamitoso legado en la política y la cultura en general, se podría agregar. Había una universidad, la Santo Tomás de Aquino, en la isla Española, ya en el siglo XVI y en Tlatelolco, un colegio, donde se les enseñaba latín a los hijos de la aristocracia nativa. El Imperio Español se regía por la letra de la ley, como también ocurría con el Imperio Portugués, aunque con menor severidad en este último caso. Esta costumbre perduró hasta después de la independencia. Desde el siglo XIX en adelante, cuando la literatura latinoamericana se convirtió en una actividad deliberada y premeditadamente social y textual, la supracapital artística e intelectual de América Latina ha sido París, el lugar en el cual hasta hoy los escritores de diversos países siguen encontrándose para intercambiar ideas. Desde entonces, la literatura latinoamericana ha sido cosmopolita hasta el exceso. Escritores latinoamericanos como Borges, Alejo Carpentier y João Guimarães Rosa fueron individuos de una erudición inmensa, que dominaban varias lenguas. La pose de ser escritor naif o alguien de talento innato, que parece prevalecer entre los escritores norteamericanos, no es frecuente entre los latinoamericanos, que rara vez se sienten incómodos por su erudición. Ni siquiera el compromiso político ha ido en contra de aprender un oficio artístico refinado. José Martí, el revolucionario y poeta cubano del siglo XIX, sabía al menos tres lenguas y escribía un verso delicadísimo y una prosa de enorme poder retórico.

      Una importante faceta de esta larga tradición literaria latinoamericana es la cantidad de cuentos que ella ha producido y la calidad de los mismos. Esto se puede explicar en parte por la convergencia de ciclos narrativos provenientes de fuentes culturales vigorosas y diversas: las variadas culturas originarias (azteca, maya, inca, guaraní), las numerosas culturas africanas (con la cultura yoruba prevaleciendo entre ellas) y la cultura ibérica, que incluye la portuguesa, la gallega y la catalana, entre otras, como también el legado europeo completo, que se remonta a la época clásica y bíblica, pasando por la Edad Media, y las fuentes indo-europeas del repertorio narrativo occidental. A pesar de ello, hay razones más fortuitas para la abundancia de cuentos que existe en América Latina. Por ejemplo, en una región fragmentada en muchos países que comparten una lengua y una literatura, el cuento, que viaja con facilidad, es un género que les permite a los escritores latinoamericanos conocerse con mucha mayor rapidez.

      Cualquiera sea la otra razón que pueda explicar el caudal de los cuentos latinoamericanos, ellos no solo comparten con los del resto del mundo una historia, sino también rasgos básicos en común. Entre todos los géneros modernos en prosa, el cuento es tanto el más como el menos literario a la vez: el más literario, pues el cuento artístico es notoriamente exigente en cuanto a forma y originalidad; el menos literario, pues el cuento es el único género moderno en prosa que ostenta una tradición oral paralela, que pervive incluso en la conversación cotidiana y es indiferente a los detalles formales o a la innovación. Contar cuentos consiste abiertamente en transmitir versiones recibidas de un relato contado y vuelto a contar infinidad de veces. Uno oye muchos cuentos en el transcurso de la vida diaria. Los chismes son una forma de cuento, como también lo son las anécdotas que se cuentan alrededor de una mesa, mientras se come, las cuales pueden tener el colorido de sus contrapartes literarias. Lo mismo se puede afirmar de los chistes, que dependen en igual medida de la actuación o la performance de quien los cuente, como de la novedad u originalidad de su contenido. También las mentiras tienden a ser cuentos cuidadosamente construidos, como lo son las confesiones a las autoridades, abogados o psiquiatras. Los cuenteros rurales en la Venezuela actual combinan la tradición con la tecnología moderna, vendiendo cintas grabadas de sus espectáculos en las paradas de autobús y las estaciones de servicio.

      Contraviniendo las expectativas, el género ha adquirido nueva vida en las ciencias sociales. Las historias de casos en el psicoanálisis, la antropología y la sociología suelen ser similares a los cuentos, un hecho que la etnografía moderna hoy en día reconoce. Dos de las compilaciones de cuentos que más influencia han tenido en los últimos cien años han sido The Golden Bough (1890), de Sir James G. Frazer y La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud (1900). El trabajo de Carl Jung trazó un mapa de las relaciones entre las historias míticas y el subconsciente y Claude Lévi-Strauss comparó las estructuras profundas de los relatos con las del lenguaje en sí mismo. El cuento parece ser inmune al tiempo, a las modas literarias, al progreso y a la diversidad cultural. Todo el mundo, en cualquier lado, alguna vez ha contado cuentos, a pesar de haberlo hecho por razones que pueden


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