Los novios. Alessandro Manzoni
perdonará, señor abogado, porque nosotros los pobres no sabemos hablar bien. Quisiera, pues, saber...
—¡Qué gente ésta!, todos sois lo mismo: en vez de exponer el negocio sencillamente, queréis preguntar, porque tenéis allá en la cabeza vuestras manías.
—Quisiera saber, señor abogado, si hay alguna pena para el cura que se negase hacer un casamiento.
—Comprendo —dijo el abogado, que nada había comprendido.
Y revistiéndose de cierta gravedad, añadió, después de haber apretado los labios:
—¡Caso grave, hijo, caso previsto! Has hecho bien en venir aquí: es un caso claro: previsto en muchos bandos, y... mira aquí un edicto del año pasado, mandado publicar por el señor gobernador, capitán general actual... ahora, ahora te lo haré ver y tocar con la mano.
Diciendo esto empezó a revolver de arriba abajo todos aquellos papelotes, como quien hace una ensalada.
—¿Dónde estará?... vamos a ver... ¡Hay precisión de tener tantas cosas entre manos!, pero debe estar aquí, porque es un bando de mucha importancia... ¡Ah, aquí está!
Le sacó, le abrió, miró la fecha, y exclamó:
—«En 15 de octubre de 1627»: cierto, es del año pasado; bando fresco, que son los que meten más miedo. Hijo, ¿sabes leer?
—Alguna cosa, señor abogado.
—Ea, pues, sígueme con la vista, y verás.
Y teniendo el bando abierto en el aire, empezó a leer entre dientes varios trozos, y expresando otros muy detenidamente, según le parecía oportuno.
—«Aunque por el bando publicado de orden del Excelentísimo señor Duque de Feria el 14 de diciembre de 1620, y confirmado por el Ilmo. y Excmo. señor don Gonzalo Fernández de Córdoba, etc., se trató de atajar con remedios extraordinarios y rigurosos las opresiones, concusiones y actos tiránicos que algunos se atreven a cometer contra estos fieles vasallos de S.M.; sin embargo, la frecuencia de los excesos, y la malicia, etcétera, etcétera, se ha aumentado en términos que su S. E. se ha visto en la precisión, etc.; por lo que, con el dictamen del Senado y de una junta, etc., manda que se publique el presente.
»Y empezando por los actos tiránicos, como la experiencia ha manifestado que muchos, tanto en las ciudades como en los demás pueblos (¿oyes?) de este Estado ejercen con tiranía concusiones, oprimen a los más débiles, obligándoles a hacer contratos violentos de compras, arrendamientos, etcétera. (¿Adónde estás? Aquí, aquí, oye), que se verifiquen casamientos o no se verifiquen... » (¿Ves?)
—Ése es mi caso —dijo Lorenzo.
—Oye, oye —prosiguió el abogado—. ¡Qué! hay mucho más, y luego siguen las penas: «Que se atestigüe, o no se atestigüe; que uno pague una deuda, que el otro vaya a su molino...» Esto nada nos importa; pero aquí está. «El cura que no hiciere lo que debe por su ministerio, o hiciese cosa a que no estuviere obligado.» (¿Ves?)
—Parece que el bando está hecho expresamente para mí —dijo Lorenzo.
—¿No es verdad? —prosiguió el abogado; escucha: «y otras violencias semejantes, que cometen los feudatarios, los nobles, la gente mediana, los hombres viles y los plebeyos... » (cuidado que nadie se escapa, es como el valle de Josafat; oye ahora las penas): «Aunque todas estas y otras acciones malas de esta clase están ya prohibidas; no obstante, conviniendo emplear más rigor, S. E. por la presente, no derogando, etc., ordena y manda que contra los infractores en orden a cualquiera de los indicados casos y otros semejantes, procedan todos los jueces ordinarios de este Estado, imponiendo penas pecuniarias y corporales, destierro o galeras, y hasta la muerte (¡ahí es una friolera!) al arbitrio de S. E. o del Senado, según la calidad de los casos, personas y circunstancias, y esto irre... mi... si... ble... mente, y con... todo... el... rigor.» (¿Qué?, ¿hay poco aquí? Mira, ésta es la firma) «Gonzalo Fernández de Córdoba» (más abajo) «Platonus» (y luego) «vidit Ferren». (Nada le falta.)
Mientras el abogado leía, le seguía Lorenzo con la vista, procurando sacar en claro lo que podía serle útil. Causaba admiración al letrado el ver que su nuevo cliente se mostraba más atento que temeroso, y decía de botones adentro: «¿Si estará matriculado?»
—Ya, ya —le dijo luego—, veo que te has hecho cortar el tufo: has obrado con prudencia; sin embargo, puesto en mis manos, no era necesario; el caso es grave, pero tú no sabes lo que yo soy capaz de hacer.
Para comprender esta salida del abogado conviene saber, o recordar, que en aquel tiempo los bravos de profesión y los facinerosos de todas clases llevaban un tufo, o mechón de pelo muy largo y espeso, que dejaban caer a la cara a modo de visera al tiempo de acometer a alguno, cuando creían necesario que no se les conociese y la empresa era de aquellas que exigían vigor y reserva. Los bandos hablaban también de esta moda, como se ve por el siguiente trozo de uno mandado publicar por el marqués de Hinojosa: «Manda S. E. que todo el que se deje caer el pelo en término que llegue hasta las cejas, o cubra las orejas con las trenzas, pague una multa de trescientos escudos, conmutados en caso de posibilidad en tres años de galera por la primera vez; y por la segunda, además de la expresada pena, otra mayor pecuniaria y corporal al arbitrio de S. E. Permite sin embargo que el que sea calvo, o tenga motivo justo de señal, o heridas, pueda para mayor decoro y salud llevar el pelo largo lo bastante para encubrir semejantes faltas y nada más, con la advertencia de que no exceda de lo que pida la pura necesidad para no incurrir en la pena impuesta a los demás contraventores.
»Manda igualmente a los barberos, pena de cien escudos y tres tratos de cuerda, que se le darán en público, y otra pena mayor corporal al arbitrio como arriba, que no dejen a aquellos a quienes corten el pelo ninguna especie de dichos tufos, trenzas, o rizos ni los pelos más largos que el ordinario, tanto en la frente como en los lados, a excepción de los calvos, y otras personas defectuosas, como queda dicho.»
Era, pues, el tufo una especie de armadura y un distintivo de los bravos y matones, que por esta razón, luego se les llamaba comúnmente ciuffi, tufos. Este título ha quedado todavía, pero en acepción más modificada, y pocas serán las personas en el Milanesado que en su infancia no hayan oído decir, hablando de un calavera, es un tufo, es un tufillo (e un ciujfo, e un ciujfeto).
—En mi conciencia —respondió Lorenzo—, protesto que yo nunca he llevado tufo.
—Nada hacemos —dijo el abogado, meneando la cabeza con una sonrisa entre impaciente y maliciosa—; nada hacemos si no tienes confianza en mí: el que dice mentira al abogado es un necio que tendrá que decir la verdad delante del juez. Al abogado se le deben contar las cosas claras, y a nosotros es a quien toca embrolladas. Si quieres que yo te ayude, es indispensable que me digas todo desde la cruz a la fecha, y con el corazón en la mano como al confesor. Has de nombrarme la persona que te ha dado la comisión (supongo que será persona de circunstancias); en este caso iré yo a hacerle una visita; no le diré, por cierto, que tú me has declarado su nombre, sino que voy a implorar su protección en favor de un pobre joven calumniado, y concertaremos juntos el medio de salir con honra. ¿Entiendes? Por otra parte, si el atentado es únicamente obra tuya, también habrá remedio. ¡A cuántos he sacado yo de peores atolladeros! Y siempre que la persona ofendida no sea de alto carácter, la cosa se compondrá a costa de pocos cuartos. ¿Me entiendes? En este caso debes decirme quién es el ofendido y cómo se llama, porque según su condición, su estado y su rumor, veremos si conviene más tenerle a raya con protecciones, o amenazarle con una causa criminal. ¿Me entiendes? Sabiendo dar un tornillo a los bandos, ninguno es reo, ni ninguno es inocente; por lo que toca al cura, si es hombre prudente, no se meterá en danza y si quisiese tenérnoslas tiesas, hay también para ellos su freno. De todo se puede salir bien; pero se necesita un hombre: tu caso es grave, y muy grave; el bando está terminante, y si la cosa ha de decidirse entre ti y la justicia, estás fresco. Te hablo como amigo; las calaveradas es menester pagarlas. Si quieres zafarte, dinero y verdad; confiar en quien desea salvarte y hacer cuanto te manda.
Mientras el abogado charlaba de esta manera, Lorenzo le estaba mirando con la misma atención con que