Billete de ida. Jonathan Vaughters

Billete de ida - Jonathan Vaughters


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engrosar las filas de la categoría senior; y entre ellos estaba Lance.

      Aquello volvía a parecer un instituto, con los más veteranos, como Lance y Bobby, haciéndose los guais y rechazando confraternizar con esos que seguíamos formando parte de los júnior. Por supuesto que hubo ocasiones en las que nuestros grupos coincidían en carreras locales en Colorado, lo que nos daba la oportunidad de demostrarle a esos tíos unos años mayores que nosotros no éramos inferiores.

      Durante una de esas concentraciones la mayor parte de los ciclistas acudieron a disputar la escalada al Monte Evans. Competirían tanto la versión júnior como la senior del Team USA, y Lance sería uno de ellos. Apenas eran 46 kilómetros, pero el aire se hacía cada vez más liviano cuanta más altura remontabas.

      Puede que los ciclistas senior del Team USA fueran incluso más competitivos entre ellos de lo que lo éramos los del equipo júnior, ya que también se estaban jugando por entonces una plaza en el equipo olímpico de 1992. Para ellos cada carrera tenía una importancia capital, por lo menos todas las carreras en las que se dejaban caer los seleccionadores.

      Los tres grandes capos del Team USA eran: Lance, Bobby y Darren Baker. Para nosotros, los júnior, era una oportunidad sin igual de patear algún trasero que otro y evitar que nos metieran en un cubo de basura o nos encerraran en alguna taquilla cuando regresáramos al centro de entrenamiento.

      Terminé quinto, siguiendo muy de cerca a los ciclistas profesionales del Coors Light y del Subaru-Montgomery, más mayores y establecidos. Lance, que ese mismo año se había impuesto en la Settimana Bergamasca, una carrera por etapas del norte de Italia, entró el sexto. Aquello supuso una pequeña victoria que llevar al Vertedero.

      Chad Gerlach, otro ciclista que también era una especie de marginado, fue otro de los presentes en aquella concentración. Chad siempre tuvo los huevos suficientes como para desafiar a Lance. Era el lobo solitario que siempre intenta acabar con el macho alfa. Esta era la mejor oportunidad para sacar a Lance de sus casillas. Mientras estábamos pasando el rato en el dormitorio de hormigón en el que dormíamos, Chad comenzó a provocar a Lance.

      «Bueno, Lance, entonces, la cosa esa que ganaste en Italia, Settimana Bergdorf, Goodman o lo que sea, no debía de ser muy complicada, ¿no?», reflexionaba Chad. «Me refiero a que te acaba de ganar un júnior de 55 kilos. Tiene que joder, ¿no?».

      Y así siguió durante días. Podías notar que el cabreo de Lance aumentaba cada vez más. Eso sí, de haber sido las cosas al revés Lance le habría hecho tragar a este chaval la misma mierda. Entonces, un buen día, Chad desapareció de la concentración. Se rumoreaba que Lance había abierto un agujero en un tabique con la cabeza de Chad.

      Todos sabíamos que los entrenadores tendrían que hacer algo y asumimos que, de acuerdo a las políticas del Centro Olímpico de Entrenamiento, mandarían a casa a Lance. Una cosa eran las palabras, pero la violencia era algo más serio.

      A todos nos confundió enterarnos de que al que habían expulsado era a Gerlach, no a Lance. Pero el mensaje de los entrenadores nos llegó alto y claro. Nada de líos con el hijo prodigioso de Texas. Las reglas no van con él.

      Quedaban apenas unas semanas antes de los mundiales júnior, y las cosas estaban muy tensas por el Vertedero. Se iba a hacer la selección final, tanto la del equipo de carretera como la del combo para la contrarreloj por equipos, y la gente andaba con el alma en vilo. La lucha por entrar en el corte final estaba en su apogeo y todos íbamos a degüello. El equipo para los mundiales estaba dividido en dos partes: el equipo seleccionado para la contrarreloj por equipos y el seleccionado para la prueba en ruta. Me imaginaba que era un fijo en la prueba en ruta, pero también pensaba que tenía bastantes posibilidades de entrar en el equipo para la contrarreloj.

      Colby también estaba entusiasmado con poder entrar en las filas de la contrarreloj por equipos. Así que formamos pareja para disputar la contrarreloj por parejas que USA Cycling había organizado como criterio extra para elegir a los que irían a los mundiales.

      Estábamos convencidos de que nos merecíamos formar parte del equipo para la contrarreloj por equipos y, al terminar segundos en esa contrarreloj por parejas, pensábamos que habíamos hecho un buen trabajo para demostrarlo. Sin embargo, esa prueba era un simple aperitivo para la contrarreloj por equipos de cuatro integrantes, en la que los entrenadores decidirían quién correría con quién.

      Parecía cantado: Colby y yo estábamos seguros de que nos emparejarían con los otros chicos más fuertes y con eso quedaría conformado el equipo para la crono de los mundiales. Sin embargo, cuando se anunciaron los equipos A, B y C para la prueba final, nos vimos en el equipo B.

      Me llevaban los demonios. Todo el mundo sabía que los entrenadores usaban aquella contrarreloj de cuatro como una forma de dar por cerrada una decisión que ya estaba tomada. A Colby y a mí nos habían emparejado con otros dos chicos que no iban a ser de gran ayuda, con lo que nos condenaban a la derrota. Aquello era una mierda como un piano, y típico de los entrenadores de EE. UU. por entonces. Tenían sus favoritos y nosotros no estábamos en esa lista.

      Así que tuve una charla con Colby. Le dije que debíamos boicotear esa parodia de selección y boicotear la propia carrera. Colby se mostraba un poco más renuente a tocarle las narices a los principales entrenadores de USA Cycling, pensando que aquello no le beneficiaría a largo plazo; y estaba en lo cierto. Pero después de un discurso farisaico por mi parte por fin pude ver en los ojos de Colby ese fuego que le despertaba su odio-a-Dios-y-a-la-autoridad. Accedió a llevar a cabo el boicot.

      Sabía que un boicot dañaría mi posición para el equipo en ruta y que los entrenadores lo verían como una traición. Pero estaba plenamente convencido de que aquello podía ayudar a mostrarles a otros chavales que no tenían por qué tragar con un sistema de selección tan parcializado.

      «¡Da ejemplo, maldita sea! ¡Levántate para luchar por lo correcto, demonios! ¡Esto es América!».

      Además, molaba eso de ir de rebelde. Me sentía como mi mayor héroe de aquellos tiempos: El campeón olímpico en los Juegos de 1984, Alexi Grewal.

      Me encantaba Alexi. Escupía a las cámaras y destrozaba su maillot al ganar carreras para evitar darle publicidad a sus patrocinadores cuando sentía que en su equipo lo habían tratado mal. Se mantenía fiel al papel de «El Hombre». Hacía las cosas a su manera, sin importarle las consecuencias. No tenía nada de niño bonito. Todos los entrenadores y directores le odiaban, y él odiaba toda clase de autoridad. Yo quería ser como él, justo lo contrario a Lance.

      Sin embargo, resultó que aquellos entrenadores salidos del régimen soviético no se dejaban impresionar por adolescentes americanos tendenciosos e idealistas. Fue divertido ver el caos que montamos, pero los cierto es que tuvo sus consecuencias. Me arrastraron a las oficinas de los principales entrenadores del Vertedero y me dijeron, sin dejar ningún lugar a las dudas, que sabían que aquel alboroto había sido idea mía y que si se me ocurría llegar dos segundos tarde a cualquier salida de entrenamiento o reunión del equipo, me echarían del equipo en ruta para los mundiales.

      Mi acto de rebeldía a lo James Dean murió durante aquella reunión. Me disculpé y me fui enfurruñado hasta mi habitación, con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha. Durante el resto de la concentración previa a los mundiales cumplí con las reglas, no moví ni un pelo y siempre dije «sí» y «gracias».

      El equipo para la contrarreloj por equipos formado por George Hincapie, Fred Rodríguez, Chris Wherry y Matt Johnson lo hizo bastante bien sin mí, terminando en segunda posición y logrando la primera medalla en unos mundiales júnior para los EE. UU. en unos cuantos años. Los entrenadores se aseguraron de que me enterara de lo bien que lo habían hecho sin mí. Por una vez, cerré el pico y me limité a esperar hasta el día de la prueba en ruta.

      Cumplí las reglas, esperando mi oportunidad de proclamarme campeón del mundo. Durante los días previos me había encontrado un poco apagado, tal vez luchando contra los síntomas de un catarro, aunque me encontraba demasiado nervioso como para pensar en ello. En la salida temblaba de nerviosismo.

      Al mirar a mi alrededor vi lo mismo, chicos de todo el mundo


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