Billete de ida. Jonathan Vaughters
sentir culpable, pero lo justificaba repitiéndome que podía ganar aquella carrera para el equipo. Además, Dewey y yo ni tan siquiera nos conocíamos antes de llegar a Venezuela. No era un auténtico compañero de equipo, tan solo un compañero temporal, así que ¿qué demonios le debía?
Crucé la línea de meta esperando a que me condujeran al podio para la ceremonia, pero, ¡qué extraño! no vinieron a por mí. En lugar de eso vi cómo le hacían entrega del maillot de líder a Pumar mientras yo les pedía a los comisarios, ansioso, una explicación. Al principio nadie quiso contestarme y parecía que habían decidido, de manera arbitraria, que el pequeño hueco entre Pumar y yo corría a su favor.
Al final acabaron diciéndome que me habían penalizado con veinte segundos por no firmar a tiempo en el control de firmas de aquella mañana, tiempo que, como acabó viéndose, era justo el que Pumar necesitaba para ponerse líder. No podía creérmelo. Jamás había escuchado hablar de ese tipo de penalización y desde luego que nadie me dijo, en aquel momento, que había llegado tarde.
Nuestro autobús escolar no siempre era el más rápido a la hora de llevarnos a los sitios, así que en ocasiones nos presentábamos un poco tarde en la salida. Aquella penalización era ridícula y ni tan siquiera aparecía en el reglamento, pero ¿qué podía hacer para cambiar aquello en la remota jungla de Venezuela? No había nadie a quien reclamar.
Y ahora mi pequeño acto de egoísmo en la cima de la montaña se había convertido en todo un desastre, un movimiento de picha floja contra el propio Dickey. Al no querer ayudarlo y después recibir aquella pequeña «penalización» había hecho perder la carrera al equipo.
Colby y yo decidimos quedarnos en Venezuela para hacer el vago en la playa e ir a pescar. Habíamos logrado el dinero suficiente como para disfrutar de él unos días, y yo necesitaba aclarar mi cabeza.
Acabaron siendo algo más que unos pocos días y nos gastamos hasta el último centavo del premio en varios actos de desenfreno. Fuimos a pescar marlines, a hacer submarinismo, a beber piñas coladas y le dimos propinas descomunales a las camareras guapas.
Mientras estaba sentado en la playa, evitando regresar a la realidad, hice lo que pude por olvidarme del drama de los últimos días de carrera. Pero todo aquello me hizo pensar. En el Saturn había sido el ciclista menos egoísta, y en Venezuela había sido el ciclista más egoísta, todo en un mismo año.
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