Buscando a Jake y otros relatos. China Miéville
armazón de la casita de juegos.
»Así que ¿en qué es lo primero que nos fijamos cuando una tienda empieza a ir mal? En los servicios, como el de guardería. Vale, hecho. Pero, en estos últimos tiempos, en este centro los resultados no se ajustan para nada a lo esperado. En todas las tiendas se ha notado una disminución en las ventas, por supuesto, pero en esta… no sé si te habrás dado cuenta, no es solo que los ingresos hayan mermado, sino que la afluencia de público se ha reducido hasta unos niveles que no cuadran para nada. Por lo general es sorprendente lo bien que aguantan las cifras de visitantes durante los períodos de crisis. La gente compra menos, pero sigue viniendo. Y a veces, John, incluso vemos incrementarse esas cifras.
»Pero aquí… la afluencia de público en general ha bajado; pero, en proporción, las cifras referidas a parejas con hijos han bajado todavía más. Y las de las parejas con hijos que repiten están por los suelos. Algo que no era habitual en este centro.
»Y bien, ¿cómo es que ya no vuelven a venir con tanta frecuencia como antes? ¿Qué tiene de diferente este establecimiento? ¿Qué ha cambiado? —Esbozó una leve sonrisa, miró ostentosamente en derredor y luego me volvió a mirar a mí—. ¿Sí? Los padres continúan pudiendo dejar a sus hijos en el servicio de guardería, pero los niños ya no les piden volver de nuevo como acostumbraban a hacer. Falta algo. Ergo, por lo tanto, tenemos que recuperarlo.
Colocó el maletín sobre la mesa y me dirigió una sonrisa irónica.
—Ya sabes cómo funcionan las cosas. Les dices una y otra vez que hay que solucionar los problemas cuando se presentan, pero ¿tú te crees que hacen caso? Claro, como no es a ellos a quienes les toca arreglarlos… Así que terminas no con un problema sino con dos. El doble de embrollos para arreglar.
Negó con la cabeza con tristeza. Recorrió el recinto con la mirada, hasta el último rincón, con los ojos entrecerrados. Respiró hondo un par de veces.
—A ver, John, escucha, gracias por toda tu ayuda. Voy a tener que quedarme aquí unos minutillos. ¿Por qué no te vas a ver la tele o te tomas un café o algo? Ya iré yo a buscarte dentro de un rato.
Le dije que estaría en la sala de personal. Me giré y le oí abrir el maletín. Cuando me alejaba escudriñé a través de la pared de cristal y traté de ver qué estaba colocando sobre la mesa. Una vela, un frasco, un libro siniestro. Una campanilla.1
Las cifras de visitantes han vuelto a subir y estamos capeando la recesión sorprendentemente bien. Hemos retirado algunos de los productos de la gama alta y vuelto a los orígenes presentando una colección de pino sin tratar. En estos últimos tiempos, la tienda incluso ha contratado más personal del que ha despedido.
Los críos vuelven a estar contentos. Su obsesión con el parque de bolas se niega a morir. En el exterior hay una pequeña flecha, a poco más de noventa centímetros del suelo, la altura máxima que se puede tener para entrar. He visto niños que tras correr escaleras arriba camino del parque se han encontrado con que durante los meses transcurridos desde su última visita han crecido, que son demasiado altos para entrar a jugar. Los he visto rabiar porque nunca se les va a permitir acceder de nuevo, porque para ellos ya se ha acabado, para siempre. Se ve que en ese momento darían cualquier cosa, lo que fuese, por volver atrás. Y los otros niños que los contemplan, los que son solo un pelín más bajos, harían lo que fuese por dejar de crecer y quedarse como están.
En su manera de jugar hay algo me hace pensar que la intervención del señor Gainsburg podría no haber tenido exactamente el efecto que todo el mundo esperaba. Al ver sus ansias por reunirse con sus amigos en el parque de bolas, a veces me pregunto si no fue algo deliberado.
Para los niños, el parque de bolas es el mejor lugar del mundo. Cuando no están allí se nota que están pensando en él, que están soñando con él. Es donde desean estar. Si alguna vez se pierden, es el lugar al que quisieran encontrar un camino de regreso. Para jugar en la casita y trepar por el laberinto; aterrizar sanos y salvos sobre las mullidas bolas de plástico; cogerlas a puñados y arrojárselas unos a otros, sin lastimarse; jugar en el parque de bolas para siempre, como en un cuento de hadas, a solas o en compañía.
1 N. de la T.: En inglés existe la expresión bell, book and candle (campana, libro y vela) utilizada para referirse a ceremonias o sucesos relacionado con exorcismos, brujería, magia… El origen de la misma se debe a que estos tres objetos eran utilizados en las ceremonias de excomunión de la iglesia católica.
Informes sobre diversos sucesos acaecidos en Londres
El 27 de noviembre de 2000, entregaron un paquete en mi casa. Esto es algo muy habitual: desde que me convertí en escritor profesional, la cantidad de correo que recibo se ha incrementado enormemente. Parte de la solapa del sobre había sido rasgada para permitir mirar dentro. Esto tampoco es inusual: creo que, debido a mi activismo político (soy miembro, con un grado variable de militancia, de un grupo político de izquierda, y en unas elecciones fui candidato por la Socialist Alliance), a menudo descubro, para mi continua indignación, que han echado una ojeada al interior de mi correspondencia.
Menciono esto para explicar por qué abrí algo que no iba dirigido a mí. Yo, China Miéville, vivo en —ley Road. Este paquete venía a nombre de un tal Charles Melville, en el mismo número de calle pero de —ford Road. No figuraba código postal y, pasito a pasito, el envío había terminado llegando hasta mis manos. Al ver un paquete voluminoso medio abierto por algún espía negligente, di por hecho sin más que era para mí y lo abrí.
Tardé bastantes minutos en percatarme de mi error: la nota adjunta no venía encabezada por un saludo con un nombre que me hubiese podido alertar. Leí la nota y los primeros documentos remitidos con desconcierto creciente, convencido (aunque suene absurdo) de que tenían que ver con algún proyecto en el que me había implicado y que luego había olvidado. Cuando por fin volví a mirar el nombre que figuraba en el sobre, mi perplejidad era ya total.
Ese es el momento en el que pasé del simple descuido a la culpabilidad moral. Para entonces estaba demasiado fascinado por lo que había leído como para poder parar.
A continuación he reproducido el contenido de los documentos, con notas explicativas. Salvo cuando se indica lo contrario, son fotocopias, algunas grapadas juntas, otras sujetas con clips, y en muchos casos con páginas faltantes. He tratado de mantenerlos en el orden en el que los recibí, que no siempre es cronológico. Hasta que no empecé a comprender lo que tenía ante mí no presté demasiada atención a cómo los volvía a dejar. No puedo asegurar que así es como estuvieran ordenados en su origen.
[Nota adjunta. Está escrita en una postal, con tinta azul oscuro y letra cursiva. La fotografía de la postal es de un gatito empapado saliendo de un lavabo lleno de agua jabonosa. La expresión del animal es de cómica ansiedad].
¿Dónde estás? Aquí tienes lo que has pedido. Ahora, ¿para qué lo quieres? He anotado comentarios en algunos documentos. La mitad no los he encontrado. No creo que me hayan visto rebuscando en los archivos, y para el resto me las apañé para colarme en tu antiguo hogar (menos mal que tenías tu fichero), pero ven a la próxima reunión. Puedes conseguir que alguien se ponga de tu lado, pero tienes que andar listo. Tengo prisa. ¿Vas a tomar partido? Ya hablamos. ¿Recibirás esto? Ven a la próxima reunión. Más a medida que vaya encontrando.
[Esta página fue escrita originalmente con una vieja máquina de escribir manual.]
Reunión de la FCVF, 6 de septiembre de 1976
Orden del día.
1. Temas pendientes última reunión.
2. Nomenclatura.
3. Fondos.
4. Notas de investigación.