La bordadora de sueños. Lía Villava
ese tu mundo, se es preso de uno mismo. Hay tantos límites que cuando se traspasan se desemboca en el poder, y todo se vale, se atropellan unos a otros y no siempre se tiene conciencia del daño causado.
Allí donde hay prisa por el reconocimiento de los demás, se llega también al final y quizá en esa carrera, un minuto antes de arribar, te des cuenta de que no seguiste al centinela interior, no escuchaste al amor, ni tuviste tiempo de ver esa luz que te iluminó siempre y que allí está, al final del camino.
Quizá la próxima vez tengas la maravillosa oportunidad de descubrir ese mundo y si decides dártela, ahí estaré para acompañarte a disfrutar la celebración de la vida.
Trueque
La primera vez que fui al mercado del pueblo acababa de llover, los toldos estaban a la altura de los lugareños y tuve que doblar la espalda para pasar a través de ellos. Las frutas con sus aromas y colores seducían mis sentidos, pero lo que más me cautivó fue la melodía de las voces que no podía comprender.
El guía me explicó que al final de la calle, pasando el puesto de doña Xel, nos encontraríamos con el famoso intercambio de mercancías. Las costumbres seguían vivas y los habitantes continuaban con el trueque.
Miré a lo lejos a un viejo con dos cabras, hablando en dialecto con el anciano que vendía herramientas para cultivar el campo. Aunque sus voces eran incomprensibles para mí, lo que sus ademanes comunicaban era fácil de adivinar. A un lado, una sabia mujer extendía una hermosa tela bordada y sobre ella había cientos de listones coloridos para vender. Me acerqué con una sonrisa como idioma y ella respondió algo. Me extendió un morral finamente bordado en tonos de la tierra, lo tomé, le dije: «¿Cuánto cuesta?». Y con sus dedos dijo que no, al querer pagar con moneda hizo un gesto de enojo, y yo seguía sin comprender. Señaló mi cuello, llevaba un collar que había sido de mi abuela y sus ojos se clavaron en él.
Le dije que no, busqué con la mirada al guía y éste había desaparecido. Volvió a insistir la marchanta en mi gargantilla y yo dudando se la extendí, más por pena, reconozco, que por voluntad.
Al despedirme, me tomó del brazo y algo como un conjuro salió de sus labios.
Me dirigí a los toldos que reconocí y me topé con el conductor que estaba enfrascado en una conversación, hizo una seña y nos fuimos a la salida del pueblo.
En el camino me comentó:
—¿Pos dónde andaba que se me perdió?
Le conté de la señora con la que había hecho el trueque y con los ojos pelados me respondió:
—¿Y desde cuándo usted ve a los fantasmas? La señora que me dice hace mucho falleció. A lo mejor tanto calor la hizo tener visiones.
Llegué al hotel a merendar, al entrar al cuarto con las bolsas de las diferentes compras que había hecho, recordé el morral. Me senté sobre la cama y tomándolo en las manos lo abrí con cuidado.
Estaba muy cansada y al otro día tendría que madrugar.
Durante el ensueño me pareció mirar a una mujer de gruesas trenzas con moños verdes, que desgranando su sonrisa me llevó de la mano a la que fuera su comunidad. Al ver mis pies, supe que andaba descalza, que el color de mi piel había cambiado y que era una más de ellas. Una sensación de felicidad me invadió y recordé claramente que ésa era y había sido desde siempre yo. Tan sólo lo había olvidado.
Santa Tierra
Con el bordado en las manos, lleno de colores, Itzel le cuenta a su sobrina:
—Verás, Toñita, así como la tierra es buena y de sus entrañas sale lo necesario para la vida, hay que cuidarla para que no se enoje y se devore todo. Ella puede causar el susto y apoderarse de una parte del alma de las personas que caen al suelo. Si tropiezas, tendrás que decir esta oración: Santa Tierra y Mundo Santo, no te enojes con esta alma.
También hay que alimentarla, por eso llevamos carne a las cuevas, que son sus bocas, y si un animal o persona cae allí, se la lleva la Santa Tierra.
Cuando tus padres construyeron la casa le pidieron perdón a la tierra porque la iban a maltratar, sacrificaron cuatro gallinas con la intención de apaciguarla y para que la choza fuera sólida y no recibieran daño sus futuros habitantes.
Y la plegaria dice así:
«Señor de los Montes y de los Valles, espíritu de la selva, trátame bien. Te hago esta ofrenda para que sepas que voy a molestar tu corazón. Permítelo. Voy a mancillarte, a labrarte para poder vivir. No permitas que ningún animal me persiga, ni dejes que me caiga encima un árbol, o que me corte hacha o machete. Con todo mi corazón voy a labrarte».
Y como la tierra es muy trabajadora, tiene que descansar, por eso la noche se hizo, para que al no ver la luz del sol, su alma repose y se alimente de las estrellas.
Si te fijas bien, los animales que pasean en la oscuridad, casi no hacen ruido, por temor a despertarla. Ella nos arrulla desde su vientre y espera que sus hijos descansen también.
Así, al amanecer, los pájaros le cantan alegres, deseándole un buen día y los hombres salen de sus casas, sin hacerle ruido.
Por eso, a la noche hay que quererla mucho y hablarle bajito a su corazón, para vivir juntos en armonía.
Ritual
En la fiesta del Nuevo Sol hubo diferentes actos, uno de ellos fue «Sembrar el cargo» entre los hermanos tseltales, que justamente se habían ganado el reconocimiento a través del trabajo y el valor de su palabra.
Ana María nos convidó a la celebración que llaman «Engrandecer el corazón», ésta consiste en conocer la pena que embarga al hermano o hermana y con mucho cuidado y respeto se le dicen palabras muy sentidas al oído, ellos imponen sus manos sobre el compañero o compañera abatidos y pasan uno a uno.
Porque las penas pesan y se hace más difícil cargarlas uno solo, la espalda se encorva y el corazón se apachurra.
Las lágrimas no paran de brotar, la emoción es enorme y el poder curativo es palpable.
Allí no conocen los antidepresivos, tampoco es motivo de vergüenza responder con la verdad al saludo tradicional de «¿Cómo amaneció tu corazón?» Si éste se encuentra desmayado, distraído, caído, enfadado, triste, preocupado o desconsolado, basta decirlo para que los hermanos participen en el yip o’tan que significa brindar consuelo.
Fui testigo de las propiedades sanadoras, ahora trato de practicar esta catarsis con mis seres queridos y la recomiendo de la siguiente manera:
Dosis: la que el corazón señale.
Vía de administración: oral.
Déjese al alcance de los niños.
Se puede usar durante la lactancia y el embarazo.
Consérvese cerca del corazón y en ambientes cálidos.
Su práctica no requiere receta médica.
Los efectos secundarios podrían ser: alegría, gozo, confianza, armonía, sinceridad, ánimo y paz.
El extranjero
El alemán salía cada tarde a pasear a sus cinco perros. Los vecinos lo saludaban con el clásico «¿Qué pasa, gringo?».
Y él decía para sus adentros «¿Cuándo entenderán que no soy americano?, bola de ignorantes».
Terminó por aceptar el apodo y las costumbres del poblado.
Carmen, una tica de voz cantarina, le hacía de ama de llaves al «gringo». Cuando entraba en su estudio y veía tantos libros y ninguna imagen religiosa, le daba