Reinventa las reglas. Meg-John Barker
amistades y criticar a un colega que me irrita. De camino a casa me doy cuenta de que me he pasado la última hora repasando qué podría decirle a una amistad para que se arrastre pidiendo perdón, después de no haber aparecido el fin de semana.
Esta actitud tan crítica resulta muy tentadora pues nos calma a corto plazo. Cuando nos fijamos en las carencias de otras personas, no tenemos que pensar en los defectos que tememos tener. Reforzamos nuestra confianza pensando en lo mal que lo está haciendo todo el mundo. Podemos incluso llegar a encontrar maneras de convertir nuestros problemas en algo que es su culpa. Eso entraña el peligro de que tratemos mal a otras personas cuando nos ponemos como una furia y de que adoptemos aires de superioridad. Todo lo positivo que obtengamos de eso durará poco ya que, en lugar de sentirnos mejor, a menudo terminamos con más estrés y enmarañándonos más que cuando empezamos. También perdemos la sensación de tener el apoyo y la conexión con otras personas al habernos hecho tan conscientes de lo defectuosas que son.
En ese momento podríamos oscilar nuestro péndulo al otro extremo y volver a la fragilidad con otras personas: deseando su aprobación con semejante desesperación —para mostrarnos que no tenemos defectos— que nos abrimos a todo el mundo, independientemente de lo bien o mal que conectemos con esas personas o de si es una relación positiva o no. En ese momento no tenemos protección frente los comentarios crueles o desconsiderados, y podemos sentir que nos superan tanto las demandas de todas esas personas que son parte de nuestra vida como la posibilidad de que nos vean de forma negativa. Aunque nos abrimos a otras personas cuando somos así, en realidad no las estamos viendo en absoluto, porque nos preocupa más cómo nos están viendo ellas.
Valorar a las personas de formas diferentes
Esto pone el foco en un tema al que volveremos muchas veces a lo largo de este libro: la forma en que tendemos a valorar a la gente, incluyendo nuestro propio yo, de distintas maneras. Cuando tratamos con dureza a otras personas, actuamos como si fuéramos más importantes que ellas. Cuando las tratamos con fragilidad, actuamos como si ellas fueran más importantes. Parece que nos cuesta vernos como alguien con el mismo valor que el resto de las personas de nuestras vidas.
Vemos esta tensión a un nivel más amplio en la sociedad cuando nos damos cuenta de lo fácil que resulta que tratemos unas vidas como más valiosas que otras: alguien que encaja en nuestro limitado ideal de belleza vale más que alguien que no; las víctimas de una tragedia local merecen más empatía que las víctimas de una tragedia en el extranjero; a la persona que nos vende el café se le paga más por su trabajo que a la persona que recoge los granos de café, y quizá en nuestro trabajo nos pagan más que a cualquiera de esas dos. Es ese tipo de valoración desigual lo que destaca la indispensable campaña #BlackLivesMatter para poner el foco en cómo se trata a las personas racializadas como personas de usar y tirar en el sistema de justicia penal y en otros ámbitos.11
Todo el mundo participa de ese tipo de valoración desigual. Esa es una de las grandes razones por la que tendemos a individualizarlo todo. Si podemos creer que todo el mundo —y eso nos incluye— puede ser mejor si se esfuerza lo suficiente, y que cualquier problema que tengamos es culpa nuestra, no nos fijaremos demasiado en las inmensas injusticias sociales que se dan en el mundo.12
Esa hipocresía es otro tipo de fragilidad con la que tratamos nuestro propio yo, pero también usamos esas injusticias como munición para tratarnos con dureza. Despreciamos nuestras luchas como «problemas del primer mundo»13 o comparamos nuestro sufrimiento con el de otros grupos para ignorar nuestra propia tristeza o sufrimiento. Esa dureza rara vez nos motiva para hacer nada contra la injusticia, sino que nos devuelve a la fragilidad de hundir la cabeza en la arena, quizá haciendo que nos sintamos tan mal que no seamos capaces de hacer mucho para cuidarnos o ayudar a otras personas.
Volveremos más adelante a las implicaciones de estas conductas de dureza y fragilidad en nuestras relaciones, especialmente cuando reflexionemos sobre la idea de bell hooks de que son la injusticia y el hecho de darle diferente valor a según qué personas lo que hace el amor tan complicado hoy día a todos los niveles, tanto en las relaciones personales como a escala global.14
Por ahora, pensemos si existen reglas alternativas para relacionarnos con nuestro propio yo que sean menos dolorosas que las que he comentado.
reglas alternativas
Si echamos una ojeada a la lista de reglas con las que comenzamos, podemos ver que esa forma de tratarnos con dureza y fragilidad se basa en la idea de que somos un yo inmutable, un único yo. Para que pueda aplicarse el péndulo, tiene que existir un yo que pueda supervisarlo, juzgar comparando con el resto, perfeccionar (dureza) o rendirse y descuidarse (fragilidad). Como dije al principio, la idea de que eres un único yo que no cambia con el tiempo puede parecer tan obvia que cuestionarla suene raro.
De todos modos, la creencia en un yo único y permanente ha sido cuestionada de dos formas importantes que nos muestran una manera alternativa —más bondadosa— de relacionarnos con nuestro yo y con otras personas. Es la idea de que somos:
• Plurales, más que singulares.
• Personas en construcción permanente, más que estáticas.
Vamos a analizarlas una a una con un par de ejercicios.
Somos plurales, no singulares
Antes de adentrarnos más en este asunto, vamos a explorar nuestro sentido del yo en las relaciones.
Haz la pruebaYoes plurales |
Escribe el nombre de cinco personas importantes en tu vida en las casillas de la hilera superior. Por ejemplo: un miembro de tu familia, una antigua amistad, colegas de trabajo, alguien que conoces de internet, alguien con quien convives. Bajo cada persona anota una x si sueles comportarte con esa persona de la manera descrita a la izquierda de la tabla. Anota una o si sueles comportarte de la forma descrita a la derecha de la tabla. Déjala en blanco si no encaja ninguna de las dos opciones.
Así, en la fila de ejemplo que he completado, me comportaría de forma extrovertida con la persona 1 y 2, con timidez con la persona 3 y 5, y ninguno de los términos encajaría con cómo soy con la persona 4. Si lo prefieres, no dudes en tachar esos ejemplos y escribir otros.
Me comporto de forma... | Persona 1 | Persona 2 | Persona 3 | Persona 4 | Persona 5 | |
...extrovertida | X | X | O | O | ...tímida | |
...divertida | ...seria | |||||
...protectora | ...que me protejan | |||||
...que dejo que tomen el control | ...que tomo el control | |||||
...paciente | ...impaciente | |||||
...emocional | ...impasible | |||||
...responsable | ...libre | |||||
...auténtica, puedo ser yo | No puedo ser realmente yo |
Fig. 2.3. Yoes Plurales.
Cuando hayas completado la tabla, reflexiona sobre los patrones de las x y las o. ¿Eres el mismo yo en cada relación?
El psicólogo Trevor Butt utilizó esta tabla en su investigación,15 pero hizo que la gente creara sus propios opuestos a derecha e izquierda de la tabla, basándose en qué tenía relevancia para cada cual. Por ejemplo, para algunas personas el opuesto de «serio» es «divertido», mientras que para otras podría ser «tonto», «juguetón», «infantil» o «inmaduro». Para algunas personas el opuesto de «emocional» es «racional», «calmado» o «frío», en lugar de «impasible». Para otras la seriedad y la emotividad no son asuntos tan importantes en su propia autopercepción, pero podrían serlo otras cosas, como cuánto cuidaron a otras personas en su relación, lo honestas que fueron o cuánto hablaban. Si te ha parecido sencillo este ejercicio, quizá quieras repetirlo creando tu propia tabla con opuestos a derecha e izquierda que sean más relevantes para ti.
Trevor y sus colegas tenían un particular interés en comparar cómo vivía la gente sus relaciones cuando podía ser «realmente ella misma»: quienes pusieron una x en la última fila. Y descubrió que esta