Dime una adivinanza. Tillie Olsen

Dime una adivinanza - Tillie Olsen


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naval y educador, y con él crio a cuatro hijas y compartió su vida hasta la muerte de este. Sin embargo, su primera obra no apareció publicada hasta que todas sus hijas ya estuvieron escolarizadas. Para entonces, ella seguía trabajando a jornada completa, por lo que la primera línea de su primera obra publicada, «Aquí estoy, planchando», no se debe ni a un ejercicio abstracto de imaginación ni a una inspiración casual.

      *

      A mediados de los años setenta hice un viaje a Santa Cruz, California, con el fin de entrevistar a Tillie Olsen para una revista femenina que, durante una breve temporada, contó con un equipo editorial progresista y feminista. La entrevista, finalmente, no se publicó, pero ella y yo nos pasamos un día entero conversando. Su gracia y su accesible intimidad vencieron mi vergüenza inicial a medida que me enseñaba las numerosas fotografías de artistas y escritores que poblaban sus estanterías atestadas de libros, hablaba del amor que sentía por sus hijas, de su historia personal, del dolor y las injusticias en el mundo. En ese momento nos encontrábamos en plena guerra de Vietnam mientras seguía la lucha por los derechos civiles, una época dominada por el horror y la esperanza. Hoy, cuando pienso en aquel día que pasamos en el comedor de su casa, y en cómo luego nos sentamos en el césped con sendas tazas de té en la mano, aún soy capaz de recordar cómo me impresionó la pasión que demostraba, cómo escuché y respondí desde la parte más profunda de mi ser —esa distancia y esa individualidad de su obra— conforme ella hablaba de la «enorme importancia» (según sus propias palabras) que el reconocimiento y el aliento suponen para un escritor. Es preciso derribar esos dos términos para quedarse con su sentido más literal, para poder calibrar la fuerza de la comprensión y la empatía que Tillie me brindó en aquel momento. A ella le había faltado valor, de ahí su necesidad de aliento, especialmente por parte de otros escritores, y también había emprendido la enorme tarea de re-considerar —es decir, re-conocer— una vida centrada en proveer y cuidar a los demás en pos de una vida dedicada a la escritura, lo cual supone a menudo ponernos a nosotras mismas y nuestras necesidades en primer lugar. Dicho proceso conlleva una serie de contradicciones que van experimentándose y explorándose, sin llegar nunca a desaparecer.

      Asimismo, Tillie se mostró muy interesada por nuestros hijos —ella tenía hijas—, por el modo en que los educábamos. Cuando estábamos hablando de un niño sobre el que ella había leído algo, me dijo: «La evolución de este niño pequeño, dotado de una gran imaginación, lo empuja hacia el deber de convertirse en una persona dura y rencorosa. Sucede que se ve obligado a rechazar a su madre e identificarse con su padre y, para ello, permanece sometido a una presión continua, bochornosa y a veces, ciertamente, brutal. ¿Cómo crías a un niño contra eso? ¿Cuál es el fundamento de la imaginación humana?», me preguntó para responder, acto seguido: «Viene del amor más temprano que uno recibe».

      Al tratar el asunto de los cambios respecto a la concepción de la paternidad en los que muchos hombres se hallaban sumergidos por entonces, ella insistió en que «lo que permite que algunos hallen un nuevo tipo de paternidad ha sido el cambio de trabajar seis días a la semana a cinco, y de ocho horas diarias a siete. Cualquiera que trabaje siete horas en vez de ocho sabe que marca una diferencia, hay más disponibilidad».

      Entonces pensé en mi marido, un hombre afroamericano del sur, un lugar rendido a la segregación racial, criado por unos padres pobres, y pensé en cómo estaba aprendiendo a ser un padre maternal. Y pensé en mis hijos, que aún eran pequeños, y en los esfuerzos familiares que hacíamos para permitirles que cuidaran su niñez, alejados de los aspectos más violentos y destructivos de la masculinidad histórica, sin por ello comprometer o dañar su percepción de sí mismos en cuanto que hombres. En este sentido, me sentía una privilegiada, puesto que mis hijos tenían un padre que, en muchos aspectos, podían tomar como ejemplo. Pero Tillie Olsen se encargó de recordarme que también vivían en el mundo de las escuelas, la cultura popular y el cine; un vasto mundo de presunciones muy generalizadas sobre lo que significa ser un hombre, una mujer o un ser humano que no se ajuste claramente a una de las dos categorías.

      En «¿Qué barco, marinero?» —cuyo título alude a un elegíaco estribillo en cursiva que se repite a lo largo de la historia, quizá en la mente o la memoria de un marino envejecido, alcohólico, arruinado y hecho polvo, o quizá en la de su viejo amigo, o incluso en la de la autora—, se oye la siguiente voz: «Comprender. La fraternidad ha pasado a mejor vida. Antes, ofender a uno era ofender a todos. Antes se daba la vida por los demás. Y si alguien se rajaba se quedaban todos colgados, esperando el permiso de embarque». Al final del relato encontramos la siguiente dedicatoria: «Para Jack Eggan (1915-1938), marino muerto en España, en la retirada de la batalla del Ebro».

      Los sindicatos, la guerra civil española, el legado del activismo judío más radical… Todo eso componía el tejido de las palabras de Tillie Olsen.

      Si el término febriles remite a la pasión, borrosas sugiere, a mi modo de ver, las sombras superpuestas de color o aquellas que aún no pueden distinguirse del todo. Tillie Olsen escribe toda su obra desde ese campo de batalla, peleando contra la injusticia con historias de brillante y aguda perspicacia, excavando en las capas más profundas del lenguaje. Las pausas e interrupciones, tan características de su obra, sugieren hondas brechas y escarpados descensos hacia pensamientos y sentimientos vislumbrados e intuidos, aún por nombrar. Si se dan las «condiciones» necesarias para el trabajo creativo, a veces es posible escucharlos en la mente o decirlos en voz alta y entonces, ponerlos por escrito en la página.

      Jane Lazarre

      Nueva York, 2019

      1. Tillie Olsen, «A Vision of Fear and Hope», en Tell Me A Riddle, Requa I, And Other Works, Lincoln, University of Nebraska Press, 2013, p. 132.

      2. Toni Morrison, Jugando en la oscuridad: el punto de vista blanco en la imaginación literaria, traducción de Pilar Vázquez, Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, 2019, p. 12.

      3. La presente traducción intenta mantener la extrañeza que caracteriza el uso del inglés por parte de los hablantes de yidis, adecuando, en la medida de lo posible, esas características al español (N. de la T.).

      4. Rebekah Edwards, «Introduction» en Tillie Olsen, op. cit., p. xiii.

      5. Jane Lazarre, El nudo materno, Las afueras, 2018.

      6. Tillie Olsen, Yonnondio, From the Thirties, Nueva York, Laurel Edition, Dell Publishing, 1974, pp. 119-120.

      7. Laurie Olsen, «Bibliographical Sketch» en Tillie Olsen, Tell Me A Riddle, Requa I, And Other Works, Lincoln, University of Nebraska Press, 2013, p. 155.

      8. Todas las citas de Silences están extraídas de la edición de Delacorte Press/Seymore Lawrence, Nueva York, 1978, pp. 10-12.

      9. Herman Melville, Cartas a Hawthorne, traducción de Carlos Bueno Vera, La uÑa RoTa, 2016, p. 47.

      10. Joseph Conrad, Crónica personal, traducción de Miguel Martínez-Lage, Alba Editorial, 2016, p. 129.

      11. «La huelga» se publicó originalmente en la revista Partisan Review i, septiembre-octubre de 1934, p. 3-9.


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