El silencio de las flores. Mamen Gómez
MARÍA MATUTE
3
Mi abuela
—¿Cómo está tu amor? —Siempre que me pregunta por él sonríe con la mirada y, por momentos, nos convertimos en dos adolescentes a la salida del instituto. La diferencia es que ella nunca lo llegó a pisar, que yo hace mucho tiempo que lo pisé y, lo peor de todo: que mi amor ya no está.
—Bien, abuela, está genial. Ya sabes, trabajando. Vendrá pronto. —Me cuesta continuar hablando sin que se me quiebre la voz. ¿Cuántas veces le habré contado que ya no tengo novio? ¿Tres? ¿Cuatro? Qué poco oportuno puede llegar a ser el alzhéimer. Por eso, cada vez que me pregunta por él, prefiero seguir con la mentira. Tragar saliva. Llorar hacia adentro. Vivir en una farsa.
—¿Sabes dónde está la escalera? —Me da la impresión de que ya no recuerda de qué estamos hablando. O puede que... Oh, no... ¿Lo va a hacer de nuevo? Sí, seguro que sí. Opto por adelantarme, puesto que ya sé lo que viene a continuación.
—Abuela, no te preocupes por la escalera ahora. Te prometo que cuando me case, serás la primera en saberlo. Me subiré al altillo, cogeré tu vestido de novia y me lo probaré, ¿vale? Pero, en serio, para eso todavía queda mucho —y tanto que queda—. Seguro que, llegado el momento, me queda genial.
—Vale, como quieras. —Sin quedarse tranquila, da por zanjado el tema nupcial. Una vez más.
Me da cierta rabia que, habiéndole visto solo una vez, le tenga en tan alta estima. Abuela, si tú supieras lo que he llorado por él, no querrías que nos casáramos. Te caería fatal, de hecho. Pero le adoras. Y me rompes el corazón cada vez que me lo nombras. ¿Y sabes lo peor? Que en el fondo me encanta que lo hagas, porque es como si no se hubiera marchado jamás. En este mundo, nosotros ya solo existimos en tu memoria y en mis ganas. En otro mundo, tal vez, seguimos andando por la calle ajenos a nuestro destino, haciéndonos cosquillas, metiéndonos el uno con el otro como dos niños pequeños, besándonos, dejando los días pasar entre canciones nuevas y escapadas por planear. Ojalá tuviera la llave de ese mundo, abuela. Si supieras la de veces que he deseado viajar al pasado para hacer las cosas de otro modo, estoy convencida de que rezarías a todos los santos de tus estampitas para que me lo concedieran. Te confieso que hasta yo he rezado. Desde que se marchó, he ido varias veces a poner velas y a rezar un padrenuestro por el alma de nuestra historia. Qué tendrá el amor que convierte en creyente hasta al más ateo. Sinceramente, creo que más que en Dios, creía en él. Ahora sé que nunca se le pueden entregar poderes divinos a simples mortales.
—Cariño, ¿va todo bien? —Mi tía entra en escena al ver mi mirada perdida. No, claro que no. No va nada bien, tía. No hay nada que esté bien. No sé qué voy a hacer para gestionar todo esto. No sé dónde meter todo lo que siento. No sé cómo eliminar tanto dolor y la angustia de despertarme mañana por la mañana sabiendo que esto sigue siendo real, que no es una pesadilla.
—Sí..., no te preocupes. La abuela, ya sabes, me ha vuelto a preguntar...
Sin darme cuenta, mi visión se nubla. Me dejo caer suavemente hasta sentarme en el suelo y, hecha un ovillo, me rompo. No puedo más. Todo tiembla alrededor y comienzan a caer los muebles, los cuadros, las cortinas. Un terremoto acecha, y yo indefensa, sin habitación del pánico, sin latas de conservas para sobrevivir. Mientras tanto, entre tanta hambre y tanto caos, escucho frases inconexas susurradas al oído; las que más me dolieron, las que se me clavaron en medio del alma. Oigo su voz entre cada lágrima gritando que me quiere, pero que no, que no y que no. Que ya no puede ser. Que se ha terminado. Una punzada en el estómago. Otra frase más. Una patada en el pecho. «Lo siento, soy un capullo, lo siento». Me rindo. Me dejo hacer. Algún día pasará, pero ahora necesito rendirme a la pena. No puedo luchar. Hoy no.
—Sé cómo te sientes y sé que no hay nada que pueda decir para curarte. Solo quiero que sepas que estoy aquí para todo, para siempre, que nunca te voy a faltar. Lo superarás, aunque ahora notes que te han arrancado algo de muy adentro. Y, aunque ahora lo creas imposible, la vida da muchas vueltas. Y quién sabe. Estoy segura de que volveréis.
—No, tía. No. Él no va a volver. No me quiere. —Me repito mentalmente una y otra vez hasta la saciedad esas tres palabras: «No me quiere».
—No creo que sea ese el problema, cariño. No digas eso, sabes que te quiere, sabes lo bonito que ha sido todo. Lo sabes, ¿verdad? No permitas que este momento de mierda te haga dudar de todo. Las parejas pasan por muchos momentos. ¿Quién ha escrito que esto sea el final definitivo?
No me atrevo a decirle que así no me ayuda. No me atrevo a pedirle que se calle, que no es buena idea meterle pájaros en la cabeza a una chica abandonada con el corazón hecho polvo. Y no me atrevo, no por nada, sino porque me cura un poquito escucharlo, aunque no sea cierto. Me gusta fantasear con la sensación que me generan sus palabras. Y, encima, deseo poder pedirle que me lo repita cada día desde ese instante. Que me cree falsas esperanzas. Que me mienta. Miénteme, tía. Dime otra vez que me quiere, dime que volveremos algún día.
Que necesito tu engaño para dormir esta noche.
Rompes a llorar o a reír. Creo que vale la pena
hacerse añicos por esos sentimientos.
ALBERT ESPINOSA
4
Ruinas
Las casas que están construyendo delante de mi casa van por la segunda planta. Cada día, desde entonces, me asomo al balcón y las veo avanzar. Observo las grúas amarillas, el polvo en suspensión, la ilusión de quien, dentro de varios meses, vivirá en ellas. Desde hace tres meses y doce días, todos los días hago dos cosas. Primero, con el café todavía ardiendo entre las manos, miro a la calle por la que entran los coches, para ver si los milagros todavía existen en este lado de la ciudad. Segundo, miro las casas de reojo y siento que, cuando estén terminadas, bonitas y listas para entrar a vivir, yo también lo estaré. Tal vez lo logre antes que ellas. Siempre he sido competitiva.
Hace poco vi, por fin, Come, Reza, Ama. Resulta curioso cómo algunas películas llegan en el momento indicado: ni antes, ni después. Justo a tiempo. Todo llega cuando tiene que llegar. Las lecciones, las frases que te marcan para siempre, el equilibrio, el olvido, la inspiración divina, la comprensión. Incluso, entender esta cita: «Las ruinas son un regalo, son un camino a la transformación». Si no palpáramos el sufrimiento en algún momento dado, jamás podríamos llegar a entender cuánta belleza encierra un corazón roto, ni existiría el arte, ni escribíamos desde dentro sin importar quién lee ni cómo lo lee. Sin convertirnos en ruinas, jamás creceríamos.
Así que gracias a la vida por dejar que construya un hogar mejor para mí, con mejores cimientos, ladrillo a ladrillo. Gracias por permitir que pueda volver a decorar este interior con tanto mimo. Gracias por dejarme entender que yo soy y seré siempre mi mejor amiga, y que he de tratarme siempre como tal. Gracias por ayudarme a quitar la venda que me cubría los ojos y cederla al corazón para apretar bien fuerte cada una de las grietas que me dejó quien se marchó dando un portazo. Cuando entiendes que la salvación está en tu interior, te curras mucho más eso de protegerlo. Por ello, no me arrepiento de ninguno de los muros que he levantado, porque no están aquí por casualidad ni para aislarme del mundo, ni para alejarme de todo cuanto he amado. Existen porque me quiero tanto que deseo lo mejor para mí.
Si algún día, cuando acaben de construir las casas y yo sea capaz de volver a abrir todas mis puertas, quieres saber qué fue de mí, no desordenes nada. Sé cuidadoso. Llama despacio si te atreves a hacerlo a través de tantas paredes. Recuerda cuánto costó cortar el hilo y soltarnos las manos. Si algún día te preguntas qué pasó con cada dieciséis de marzo sin que halles respuestas, en algún momento de soledad y reflexión, no las busques en mí, porque yo sigo sin tenerlas. Busca la salida. Sigue la luz. No me culpes si das vueltas sobre ti mismo sin saber qué ha pasado ni dónde se han ido tantas risas. Guarda cada pensamiento, cada baile, cada carretera infinita. Guárdalo todo y envíamelo.
Envíame amor cada vez que pienses en mí, cada vez que me eches de menos, y déjalo así.
—¿Quieres