Once veladas en un club de jazz para hablar del coronavirus. José Luis Salinas Rodríguez
ir y venir por senderos espinosos, que no estaba hecho para ella. Se me hizo largo el tiempo de espera hasta el momento de acercarme a los almacenes Sarao… ¡Y sí!, ¡bingo!, Sally era una de las cajeras que atendía a los clientes. El día cumplió demasiadas horas ante la ansiedad que me embargaba por la necesidad de reencontrarme con mi amiga. Por fin los almacenes echaron el cierre. El presentimiento había sido certero, y allí, a pocos metros estaba Sally, con su andar resuelto a no pasar desapercibido. Era, ante todo, una sensación de alivio, como del que se quita un peso de encima, lo que sentía. Naturalmente, fui al encuentro de la muchacha. Pero otro hombre se adelantó y la acogió en sus brazos antes de que ella se percatara de mi presencia. En fin, me dije, fuera lo que fuese que hubiera sucedido, ya no tendría que ocupar mi mente con Sally. Esa mujer tenía la ventaja de acomodar su presente sentimental a la oportunidad del momento. Me sentí un tanto estúpido, ingenuo si se prefiere. Pensé que lo correcto hubiera sido que ella sospechase que yo me sentía intranquilo y me hubiese hecho llegar una explicación. Digo lo que pienso: creo que a veces soy demasiado ingenuo en estas cosas del amor y el desamor.
SMITH
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