Cazador de narcos. Derzu Kazak
isla de Cuba y la península de Yucatán; pasaría por el centro del canal de Yucatán al golfo de México y luego giraría al este, hasta La Florida. Si hiciésemos una prolongación rectilínea hacia su origen, la línea llegaría directamente a Barranquilla o Santa María. Creo que ese avión venía de Colombia. Realmente la posición de la isla de Cuba complica mucho a los narcos para llegar a La Florida. Es lo único bueno que hace Fidel Castro por los Estados Unidos... Lo dijo extendiendo los brazos, mientras sonreía por su ocurrencia, que suavizó la rigidez de la reunión.
— ¿Alguno tiene algo más que decir? –preguntó el comandante.
—Yo, señor –contestó un guardia marina de casi dos metros y cara redonda llena de pecas del mismo color que su corto pelo–. Si alguna vez agarran al que se dedica a colocar explosivos en las espaldas de la gente, me gustaría que lo dejaran un rato en mis manos. Matar a sangre fría me revuelve el estómago. Soy capaz de liquidar a un batallón sin ningún miramiento. Pero luchando de frente. Cuando ayudé a levantar los restos del piloto y sacamos del agua sólo una cabeza con los brazos colgando, casi vomito. Y eso que teníamos guantes y era de noche. Los sádicos me vuelven sádico.
—Tranquilos –dijo Parker–. Entiendo sus ganas de hacer justicia por sus propias manos, pero recuerden que estamos en un país que si se precia de algo, es precisamente de cumplir con las leyes. Nosotros somos parte de ese sistema, pero no jueces. Cuando algo sucede, siempre hay un motivo. Trataremos de encontrar las causas de este accidente o como ustedes creen, esta ejecución. Todos consideran que el piloto trabajaba para narcotraficantes, si es verdad, debería saber que lo que menos valor tiene para esa gente es su vida. Desde el punto de vista positivo, piensen para tranquilizarse, que nos queda un traficante de tóxicos menos. Los he reunido a todos antes de que se pongan en contacto con sus familias y otros compañeros, para pedirles, con la fuerza de una orden, que no divulguen este hecho a nadie. Reitero. Es top secret. Si alguno suelta su lengua, se verá sometido a juicio por poner en peligro de muerte a sus compañeros. Confío en todos. Nuevamente mis felicitaciones y… ¡a seguir trabajando de esta manera!
Todos se retiraron en silencio y con la cabeza llena de explosiones, rescates, olor acre a trilita y colgajos de un piloto muy especial que ni siquiera se enteró que moría...
El comandante John Parker miraba su pipa sin verla. Su mente estaba en otro lado, en la lujuriosa vegetación tropical colombiana... Allí, donde germinan las fábricas de clorhidrato de cocaína ocultas entre gigantes del bosque cubiertos de lianas y epífitas, en la espesa selva sudamericana. Alguien del otro lado quiso que ocurriera lo que ocurrió. Venteaba una falla y se proponía aprovecharla.
Se quedó mirando al infinito. Su cerebro veía imágenes de niños de pocos años tirados en las veredas de las ciudades, rotosos y descalzos, escarbando en la basura para comer algún sucio desperdicio, durmiendo en cajas de cartón, acurrucados y temblando de frío y miedo, sometidos al peligro constante de los degenerados y soñando con brujas que los atormentaban en largas noches de oscura soledad… Abandonados por sus padres drogadictos. Veía en las escuelas niños que recibían sobrecitos de regalo de otros niños o de algunos jóvenes que trabajaban inocentemente para algún hijo de puta. Luego tenían los ojos turbios y perdidos, como ganado vacuno, sin vida...
Veía tugurios donde las desheredadas prostitutas, regenteadas por un hombre inhumano, sacaban de sus corpiños sobres para ellas y sus clientes. Se evadían de la realidad en fantasías de sexo, droga, SIDA y crímenes. Veía políticos, jueces, militares, artistas, banqueros y muchos otros de los que tienen el poder y el dinero en el mundo... desesperados por esos sobrecitos que usaban a escondidas, en sus mansiones, por temor a ser descubiertos. Encubrían su bajeza moral y material entre brocados y alfombras persas. Eran iguales a los otros. La diferencia es que estaban limpios. Los sepulcros blanqueados. Todos eran buena gente, intachables ciudadanos. Había tantos... como nadie lo creería. Los que mandan se drogan para poder seguir mandando. Así resultaban las órdenes... eran los esteroides anabólicos de muchos políticos...
Otros, en “fiestas” donde todo estaba permitido. Sexo libre en orgías inconcebibles para seres inteligentes. Alcohol sobreabundante de alto precio, pornografía demencial y drogas de todo tipo, que anulaban la razón y hundían en los infiernos de la desesperanza y la locura.
Ningún animal haría lo que allí era cosa corriente, La degradación moral y física completa... aunque no la última. Siempre había suficiente imaginación para bajar otro escalón. El foso de la miseria humana no tiene fondo, pero ese esforzado grupo se proponía alcanzarlo, seguí cavando y cavando... Sodoma y Gomorra hiperbólicas del siglo veinte.
Veía otros hombres con cara de buitres. Cargaban grandes fardos de billetes. Caminaban encorvados por el peso del dinero. Sus dedos como garfios sujetaban compulsivamente las bolsas... recogían más y más billetes sucios de sangre que tapizaban el suelo. Había muchos. Todos “de los grandes”. Al levantar uno surgía otro de la nada... nunca se terminaban. Los metían en sus bolsillos repletos. Muy gordos, lujosamente vestidos con trajes negros de etiqueta, resplandecientes. Cubiertos de joyas, hundiendo sus lustrosos zapatos en una larga alfombra de cadáveres putrefactos. No parecía importarles el hedor ni las verdes moscas carniceras que levantaban vuelo con un zumbido de muerte cuando pisaban su alimento. También ellos se alimentaban de carroña.
Todos los sobrecitos contenían un inocente polvo blanco, capaz de transformar a un ser humano en un animal sin voluntad ni conciencia.
Veía en su cerebro a sus amigos muertos por librar a otros hombres de esa esclavitud mortal. A ellos los veía cerrando los ojos, en un ondulado campo de césped verde que se perdía en el infinito. Estaban felices... deseaba llegar algún día para abrazarlos.
Todo lo que veía se transformaba en una fuerza interna, una especie de orden sobrenatural que le pedía a gritos: “¡Sálvalos! ¡Sálvalos! ¡Para eso has nacido!”
Una especie de intuición le hacía obrar como obraba. No tenía razón para mandar secreto absoluto sobre un hecho intrascendente, como era la muerte de un piloto narco. Algo más allá de su razón le pedía hacerlo. Si su olfato de sabueso no le fallaba, allí había algo inusitado. Algo que debía desentrañar. Algo que quizás salvaría a muchos de ser los cadáveres pisoteados...
Seguía solo. En absoluto silencio. La pipa giraba en sus dedos dejando caer el tabaco en cada vuelta. Parker ni siquiera sabía qué tenía su pipa. Buscaba en su interior lo que no veía en la realidad, y empezó a percibir algunas luces lejanas...
Todo su equipo había estado de acuerdo en que no era un accidente... Estaba confirmado. Nadie pidió auxilio por un avión perdido hacía más de dos días. ¿Por qué? Simplemente porque no esperaban su regreso, ni siquiera su llegada a destino. Era una ejecución. Pero... ¿por qué de ese modo?
Otra luz aparecía en el fondo de su cerebro. Trabajaba sin datos concretos. Sólo por síntesis lógica. Una especie de teorema cuya hipótesis permite obtener, por elucubraciones secuenciales, la tesis. El teorema sería: ¿quién, por qué y para qué ejecutó a un piloto de élite de esa manera?
Parker detuvo su cerebro un instante y volvió a lo anterior; allí estaba parte de la respuesta, en las palabras “de esa manera”.
Los narcos, a pesar de todo el dinero que tienen, no desperdiciarían ni un centavo, y menos un avión, en una ejecución sofisticada, pensaba Parker tratando de penetrar cada vez más profundo en los pensamientos de sus enemigos. Esta ejecución tiene algo diferente y es la manera en que fue realizada. No le dieron un tiro en la cabeza como es lo usual. Barato, eficiente y seguro. Existe el control del resultado. En este caso, en cambio, la ejecución había sido muy costosa: había costado un avión de alto precio; y el resultado no era verificable. Aunque por la carga explosiva usada, era evidente que querían estar seguros. Además... algo muy sutil, que sólo una mente como la del comandante podía descubrir. Casi con seguridad, el ejecutado no se dio cuenta de que era un condenado a muerte...
¡Allí estaba la clave!
¡El que lo mandó ejecutar no odiaba a su víctima...!
La ejecución podría haber ocurrido por dos causas. La primera, por