Por fin me comprendo. Alfredo Sanfeliz Mezquita
y mecanismos que verdaderamente nos mueven. Podrán con ello hacerse más dueños de ellos mismos y, desde ese mejor autoconocimiento, mejorar la autogestión al servicio de «una vida bien vivida».
El libro se divide en seis capítulos para estructurar y exponer adecuadamente los pilares básicos de lo que es el ser humano, de cómo opera en la vida y en la sociedad para su supervivencia.
El primer capítulo se refiere a lo que es la vida y el ser humano como ser en evolución en un entorno con otros seres vivos de los que se diferencia.
El segundo trata de las motivaciones últimas que marcan la dirección del actuar humano.
Tras ello el tercer capítulo hace una breve exposición de lo que son los principales mecanismos de los que dispone el hombre para cumplir su mandato de supervivencia y conservación de la especie.
La justicia, la legitimidad y nuestra inclinación o empeño en «tener razón» ocupan un cuarto capítulo para explicar la confusión que, en una sociedad tan racionalista como la occidental, existe entre dichos términos, y cómo ello puede nublar nuestro buen criterio o juicio de las cosas.
En el quinto capítulo me permitiré hacer unas reflexiones, valoraciones y sugerencias personales sobre algunos factores clave para administrar de forma adecuada (si es que existe una forma adecuada) esos mecanismos con los que todos contamos. ¿Existe una forma mejor que otra para auto-gestionarnos? ¿Cuáles son las pautas que podemos tener en consideración para administrarnos y gestionarnos bien a nosotros mismos?
Por último, el capítulo sexto se refiere al camino de crecimiento y desarrollo de la sabiduría del ser humano, exponiendo las funciones de los que denomino «cuarto y quinto cerebros», abordando la cuestión del sentido común por una parte y los aspectos relacionados con la trascendencia y la espiritualidad por otra.
Abordemos pues el reto de conocernos, comprendernos y gestionarnos para así algún día poder decir «por fin me comprendo».
CAPÍTULO 1. ¿QUÉ SOMOS?
La vida es como una leyenda:
no importa que sea larga,
sino que esté bien narrada.
Séneca
La misteriosa chispa de la vida
Como todos los seres vivos de la Tierra, somos la suma de conjuntos de partículas cohesionadas que forman unidades animadas con eso que llamamos «vida». Esas unidades menores creadas con vida propia, en su mínima dimensión se unen creando otras unidades igualmente integradas (tejidos, órganos, sistemas…) que a su vez se integran formando parte de un organismo vivo superior, llegando a dar a luz a lo que es un ser humano.
La vida, como dice su nombre, es común a todos los seres vivos, y me atrevo a definirla como aquello que da a unas determinadas partículas, en primera instancia, y a células, órganos etc., en un nivel superior de vida, la energía, la fuerza y la orientación unificadora para integrar y constituir precisamente el sujeto de esa vida, ya sea en forma animal o de planta. La vida supone sin duda una cierta programación al servicio precisamente del mantenimiento de su propia existencia encarnada o alojada en un sujeto, ya sea animal o planta. Podría decirse que esa vida es por tanto la suma de una programación, como la de los programas de ordenador, aplicada a una realidad física que son las partículas, células, órganos, tejidos y cuerpos (hardware) mediante el uso de una energía que produce el movimiento o actividad físico-química que es la condición esencial de la vida. Una energía que se aplica tanto «hacia dentro», para sostener su propio funcionamiento y la cohesión e integración de sus partes, como «hacia fuera», como unidad o conjunto de partes, para relacionarse con el entorno.
Pero no bastan esos elementos para definir lo que es la vida, pues de ser así podría aplicarse la condición de ser vivo a un robot adecuadamente programado. Resulta necesario sumar a esos componentes otra condición intrínseca a la vida. Me refiero al hecho de estar siempre alojada en un cuerpo físico, que es sujeto, de una u otra forma, de experiencias. Estas experiencias pueden ser auténticas y sofisticadas, como las de los humanos, o fenómenos muy simples en base a los cuales un ser vivo inferior padece o goza de condiciones favorables o desfavorables, como es el caso de las plantas o de los animales inferiores.
En definitiva, en un mundo que no hace más que hablar de la inteligencia artificial y de robots con capacidades superiores, es ese factor de la experiencia, asociado al gozo o al sufrimiento del ser vivo, lo que da carta de naturaleza a la condición del ser vivo. No cabe duda de que todos los seres vivos cuentan con mecanismos por los cuales, a través del dolor o del gozo «experimentados», rechazan y se alejan de las cosas o entornos que no les convienen para sobrevivir y aceptan o buscan aquellos que contribuyen a preservar la vida.
Ninguna máquina o robot tiene capacidad para ser sujeto de sufrimiento o de gozo, por más que pueda simularlo y adoptar mecánicamente comportamientos que nos hagan creer lo contrario.
Son cuatro por tanto los elementos que definen una vida:
Un software o programación genética y en evolución, que llamamos instintos dirigidos a posponer precisamente la extinción de la vida.
Un cuerpo, en el que se encuentra instalada esa programación.
Una energía, que produce el movimiento integrador o cohesionador de las partículas y de los elementos físico-químicos para formar y sostener la unidad viva.
La capacidad de sufrir y gozar, asociada precisamente a la supervivencia de ese cuerpo vivo y al mandato biológico de nuestros instintos.
La vida necesita de esa chispa que todavía la ciencia no ha sido capaz de encontrar para producirla de forma artificial sin partir de unidades inferiores de vida o reductos de ella. Es una chispa que está hoy situada en el universo del misterio, mucho más allá de los límites de la ciencia. Y, desde mi condición romántica y trascendente, debo decir que ojalá permanezca mucho tiempo más en ese territorio del misterio, para evitar así que podamos un día asimilar la vida a la mecánica.
Pero, además de todo esto, hay algo que es más una cualidad de la vida que un elemento constituyente de la misma. Me refiero a la cualidad finita de la vida. Toda vida que conocemos está sujeta a un final que extingue la misma. Solo en el ámbito espiritual o trascendente cabe hablar de la vida eterna. Tan es así que muchas veces se dice que la muerte es la que da carta de naturaleza a la vida, pues esta no deja de ser la etapa previa a la muerte como fenómeno biológico. Es la muerte la que nos lleva a dejar de existir desde una concepción humano-biológica, sin perjuicio de la posible eternidad del alma, la reencarnación o la resurrección, conforme a unas u otras creencias religiosas y espirituales.
Partiendo de esta sencilla descripción de lo que es la vida en términos generales, expondré, también de forma simple, mi entender respecto a la relación de todo ello con el funcionamiento del ser humano, centrándome especialmente en lo que se refiere a la programación (software o aplicaciones diversas, haciendo un símil) con la que contamos para determinar nuestras actitudes y comportamientos y dar forma y vida a nuestras experiencias. Y en ello, nuestro sufrimiento y nuestro placer o gozo (físico o psicológico) son determinantes en la aplicación y ejecución de los programas (genéticos) que soportan nuestra vida y nuestra condición humana.
¿Vivimos o sobrevivimos?
El ser humano es un ser vivo superior. Con los criterios y significados generalmente aceptados en nuestro lenguaje, decimos que es un ser vivo superior a todos los demás. Personalmente prefiero decir que en muchos aspectos es un ser con facultades muy superiores a las de otros seres, y reservarme el calificativo de «superior» tan indeterminado a la espera de definir los elementos que determinan la puntuación para obtener la mejor nota en ese ranking de superioridad. Y lo digo pues yo personalmente asocio superior a mejor o de mejor calidad y me cuesta asociar este calificativo al ser humano por encima de cualquier otro ser de la naturaleza en sentido amplio, genérico y universal. Si introducimos para la puntuación elementos más allá de las competencias técnicas o de procesamiento que hacen superior al hombre, se me hace difícil atribuir al hombre la