Memoria de la escritura. Álvaro Pineda Botero
de guerra: algo grave iba a pasar.
Seguías tocando la guitarra y ya interpretabas arreglos del profesor Polanek y piezas de Tárraga, Bach y Albéniz. Había días que madrugabas para tocar una hora en el rincón más apartado de la casa antes de salir para la Escuela. En la tarde estudiabas en casa o en las casas de compañeros, y a las siete estabas listo para visitar a la novia de turno. Luego te dabas una pasadita por el Metropol y el Miami hasta las once para tomarte unas cervezas, jugar una partida de billar o conversar con los nadaístas.
Oscar vivía en la esquina de El Palo con Argentina, a una cuadra de tu casa. Era de tu edad y estudiaba medicina. El padre le facilitó una habitación en el primer piso, con salida independiente, y allí lo visitabas cuando venías del Metropol, a la media noche. Te maravillabas de su disciplina y constancia. Mientras tú perdías el tiempo en los cafetines, él se empeñaba a fondo en sus estudios. Ese año cursaba el segundo de carrera y le dedicaba grandes esfuerzos al Compendio de anatomía, de Testut. Uno de sus hermanos estudiaba ingeniería en la Universidad de Antioquia y se vinculó con un grupo subversivo. Su militancia era secreta. Un día recibió el encargo de asesinar a una persona. Dada su posición social y contactos familiares tenía acceso a la víctima. La orden fue simple: “mata a fulano. Aquí está el revólver. Tienes dos semanas para hacerlo. Si no lo logras, tú serás el muerto”. No fue capaz de ejecutar la orden y prefirió dispararse un tiro en la sien que no lo mató, lo dejó ciego.
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