El sol que nunca vimos. Jaime Restrepo Cuartas
Restrepo Cuartas, Jaime
El sol que nunca vimos/ Jaime Restrepo Cuartas. -- Medellín: Editorial EAFIT, 2018
296 p.; 24 cm. -- (Letra x letra)
ISBN 978-958-720-530-5
1. Novela colombiana.I. Tít. II. Serie
C863 cd 23 ed.
R436
Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
El sol que nunca vimos
Primera edición: agosto de 2018
© Jaime Restrepo Cuartas
© Editorial EAFIT
Carrera 49 No.7 Sur - 50
Tel. 261 95 23, Medellín
Correo electrónico: [email protected]
ISBN: 978-958-720-530-5
Edición: Claudia Ivonne Giraldo G. y Juan Felipe Restrepo David
Corrección: Juana Manuela Montoya y Carmiña Cadavid
Diseño: Alina Giraldo Yepes
Diagramación: Editorial Artes y Letras S.A.S.
Imágenes de carátula y guardas: Bienaventurados los ojos iluminados
Isabel Guerra: Madrid, 1947. Desde los 23 años ingresó en el convento cisterciense del Monasterio de Santa Lucía de Zaragoza. Ha sido nombrada miembro de dos Reales Academias de Bellas Artes: Académica de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis y Académica Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Comenzó a pintar a los 12 años
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial
Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad. Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018
Editado en Medellín, Colombia
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Novela producto del testimonio de un guerrillero, Jónatan, quien logró escapar de la organización armada y cuya entrevista obtuve en el año 2013. Los nombres usados y las apreciaciones sobre ellos son ficticios y los hechos ocurrieron en los lugares descritos.
1.
Sulay lava la ropa en el río y piensa en dejarse llevar por la corriente. Sería como esa hoja de bijao que baja, oronda, balanceándose encima de las aguas. La ve deslizarse, rotar sobre sí misma como mostrando su haz y su envés, subir y bajar con el oleaje, pasar por su lado y luego perderse en los remolinos de las orillas. Le da tristeza verla sucumbir en esos agujeros que se lo van tragando todo; es como si fuera una nefasta premonición. De hecho, la hoja no vuelve a aparecer, se ha perdido en la profundidad de las aguas. Mira varias veces, cada vez más abajo y no la reconoce entre las ramas y los troncos que bajan con la creciente. Les tiene miedo a las aguas, aunque el nombre de su madre, Uma, en el lenguaje indio, es precisamente el símbolo de las aguas mansas. Sin embargo eso a su madre para nada le sirve; también le huye a la corriente. Prefiere quedarse en casa y no ir al pueblo a comprar sal o aceite, esas cosas que siempre venden los colonos desde que son dueños de los negocios del caserío.
Sulay tiene la esperanza de que las corrientes la lleven hacia ese lugar en donde existe la felicidad. Si sus hermanos, Koya y Necul, desean huir del lugar, de esta vida, ¿por qué no ella? Ellos le dijeron, en secreto, que pensaban irse de la casa esa noche con las guerrillas de Jerónimo; no querían más hambre, ni humillaciones; con las armas iban a tener el poder y el poder les daría la fortuna y la fortuna les traería la felicidad. ¿Quién no busca la felicidad? Una palabra que han oído mencionar desde siempre, cuyo significado desconocen o para ellos no significa lo mismo.
—¡Sulay! –grita su madre desde el bohío. Ella se hace la desentendida o no escucha; quizás el ruido impetuoso de las aguas explica su momentánea sordera. Mas a veces piensa que es mejor no escuchar.
La joven mujer no se irá con ellos aunque un guerrillero se lo propuso. Él la abordó cuando los compañeros atravesaban la vega por el sendero y se metían a la choza que apenas se insinuaba en medio de la arboleda. El techo de palma se veía desde el otro lado del río y al acercarse apareció la playa y los guerrilleros vieron a la joven lavando ropa en la orilla. En el bohío, los hombres esperarán al padre de la muchacha, Tayel, que se fue desde el amanecer aguas arriba, en su canoa, a pescar en los afluentes. En ellos suben los peces a desovar y él aprovecha para agarrarlos cuando están de regreso. Los muchachos le pedirán una contribución para la revolución; todos deben poner su cuota. Y el indio está advertido por Jerónimo, el mandamás de aquella Columna.
Uno de los hombres, Jónatan, se quedó cuidando la lancha y mira a Sulay todo el tiempo, alternativamente a ella y a los compañeros que se alejan. Antes de acercarse a la mujer, espera que ellos se pierdan de su vista. No quiere que se den cuenta de sus intenciones. Demora en llegar cerca de la muchacha y cuando lo hace, no sabe cómo dirigirle la palabra. Está cerca y tendrá el tiempo suficiente para hablarle. Esta sería la primera vez que sale de conquista. Es hora de pensar en tener su propia mujer y ella le gusta. No la va a encontrar entre sus compañeras de la guerrilla, de ellas dispone es Jerónimo y él tiene primero en cuenta a los que le son afectos. De nada le han valido las protestas por los celos y los deseos de tener mujer y de paso lo que se ha ganado es la enemistad de Jerónimo, lo que no parece conveniente en épocas en las que las contradicciones se agudizan y en la tropa se cocinan sentimientos peligrosos.
—Buenos días –le dice con algo de inseguridad en la voz y al caminar chapotea con sus botas en el pantano de las orillas mientras asegura la lancha. Para hacerlo, el recién llegado entierra la proa en el lodo de la orilla, hasta que, encallada, se sostiene sola. Sin embargo la ve temblar por el golpeteo de las aguas.
La india no pronuncia palabra, simplemente baja los ojos y sus manos se aferran al pantalón que aprisiona entre los dedos. Parece concentrada en la tarea de lavar la ropa arrumada en la ribera, muy cerca de su cuerpo, la que suena con estrépito al ser golpeada contra la piedra. Una mezcla de mugre y espuma brota por los bordes y se disuelve en el río. La golpea una y otra vez, le echa ceniza, la estriega y la zambulle en las aguas. El tiempo se queda dormido mientras los hilos de las prendas se deshacen con los golpes. Empieza a preocuparse porque la tela ha sufrido demasiado. “Todo se acaba”, piensa rememorando historias. Mira como sin querer al hombre que se le acerca; quiere y no quiere su cercanía; lo ve fuerte y le gusta su sonrisa. Sulay tiene un sudor frío que le recorre el dorso de los brazos, el cuello, la espalda, y hay unas cosquillas imprecisas en medio del estómago. Cuando ella levanta los ojos se encuentra con los de él; ve sus destellos y se queda mirándolos.
—Usted es muy bonita –le dice Jónatan y se refriega las manos húmedas en el pantalón camuflado, salpicado con las gotas de los oleajes, los que siguen pegando contra las orillas y suenan en el casco de la lancha. Ella apenas si lo mira de reojo.
Sulay alborota el aire con su juventud, con su piel cobriza, con su lozanía. Parece una pintura dibujada contra el bosque, las piernas metidas en el río, el cuerpo inclinado,