La Luz de la Esperanza. Janice Wicka

La Luz de la Esperanza - Janice Wicka


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al vacío.

      La fe no pide dinero.

      La fe no obliga.

      La fe no persigue.

      La fe es una intuición positiva que todos llevamos dentro y que nos guía a lo largo y ancho de esta vida.

      La fe no es un prejuicio, es una sensación.

      La fe no juzga ni emite juicios, no compara, no ofende ni trata de tener la razón.

      La fe no es religiosa.

      La fe no compite con nadie ni contra nada.

      La fe es siempre creativa y positiva.

      La fe no es ego ni pasto de ovejas, por lo que puede compartirse, pero no imponerse, ya que la fe lo inunda todo en el mar del universo.

      No hay fe buena ni fe mala, aunque a menudo muchas personas tienen “mala fe”, es decir, ganas de molestar o herir a los demás, de mentir y de engañar, porque el marasmo de la vida se los come por dentro, pero la fe, la verdadera fe, no tiene nada qué ver con las sombras que se ciernen sobre las personas que se esconden de la luz.

      La falta de fe es duda y desconfianza, pero no real ausencia, sino apetencia de ella; es decir, que aquellos que temen le ponen un escudo a su alma y a su corazón para no escuchar lo que la fe les dice a gritos.

      La fe no es confiarse del todo a algo o a alguien, sino escuchar lo que el alma y el corazón nos dicen de manera libre e independiente.

      El miedo, por tanto, es lo que nos hace “perder la fe” en lo que sentimos en el interior de nuestro ser, y nos aboca a refugiarnos en la negatividad, la negación, la falta de responsabilidad propia y en la responsabilidad de otro.

      Los maestros y los guías están para enseñarnos y para que aprendamos de ellos, no para que dependamos de ellos; podemos tener confianza en ellos, pero la fe debe ser propia e interna, porque al final, y en realidad siempre, somos responsables de nosotros mismos.

      Nadie puede experimentar la vida por nosotros, nadie puede ir al baño por nosotros y, por supuesto, nadie puede tener fe por nosotros.

      Despertar o seguir durmiendo

      Mucho se habla del despertar de la humanidad.

      También de despertar al que está dormido.

      Incluso de despertar uno mismo.

      Pero, ¿quién está dormido y quién está despierto?

      ¿Quién tiene la razón y quién está equivocado?

      ¿Qué es lo falso y qué es lo verdadero?

      ¿Quién miente y quién dice la verdad?

      ¿Cuál es la realidad de todo y de todos?

      ¿Por qué la mentira tiene tantos adeptos y la verdad muy pocos?

      ¿Soy yo quien está despierto mientras los demás duermen, o los demás están despiertos mientras yo, torpe y negligentemente, duermo?

      Se nos pide que despertemos de una vida que es, como dijo Calderón de la Barca, un largo sueño.

      En la cultura hindú se nos dice que vivimos en Maya, la ilusión, que todo es un sueño de Visnú, un sueño que desaparecerá cuando Visnú despierte, por lo que se nos pide que, con el yoga y la meditación despertemos a la verdadera realidad para que al despertar Visnú no nos destruya y nos desaparezca como si no hubiéramos existido nunca.

      En el Tao nos hablan del Todo y la Nada, donde, si somos conscientes y estamos despiertos, podemos experimentarlos sin miedo, reconociendo que la vida y la muerte son procesos de un mismo fenómeno: la existencia, que en sí es eterna y no teme ni al Todo ni a la Nada porque se encuentra inmersa en ellos, siendo Todo y Nada siempre y eternamente.

      Despertar cada mañana es un milagro, nos dicen, pero a menudo la vida misma no es un premio, pues tiene problemas, violencia, guerras, asesinatos, enfermedades, malestares, vejez y muerte, además de rutina, obligaciones, responsabilidades, necesidades y un tiempo que se nos escurre entre las manos a pesar de hacerse demasiado largo.

      La juventud es tan breve como intensa, pero da muy poco lugar para la experiencia, el conocimiento y la sabiduría.

      La madurez dura un poco más, pero suele colmarnos de obligaciones y a menudo no nos deja tiempo para reflexionar.

      La vejez dura mucho, pero reduce el tiempo y carece de energía.

      La lucidez, sin embargo, puede llegar a cualquier edad, y aunque para muchos pensadores es una carga, en realidad puede permitirnos darnos cuenta de nuestro propio despertar, el cual, para estar completo, requiere que no intentemos despertar a nadie más.

      Si despertamos y pretendemos despertar a los demás, lo único que haremos será molestar a los demás y ponerlos de mal humor.

      No nos engañemos, dormir y soñar, siempre y cuando no haya insomnio ni pesadillas, es una verdadera delicia, y que venga alguien a despertarnos para que vivamos en una verdad o realidad que no nos agrada o que desconocemos, no es nada agradable.

      La verdadera lucidez nos dice que cada quien despierta cuando quiere o cuando puede, y que de nada sirve “despertarlo” para salvarlo, redimirlo, hacerlo mejor, o, simplemente para alimentar nuestro ego por haberlo “despertado”.

      La lucidez nos lleva a despertar como

      parte real del Universo

      Pensar que la humanidad entera va a despertar de un momento a otro, puede ser una hermosa idea, otro sueño más, pero parece que no se corresponde con la realidad que vive actualmente el mundo, con la noticia de que tal vez no esté preparada, ni física, ni anímica ni espiritualmente, para hacerlo, porque su propio cuerpo animal sigue siendo ansioso, violento, carnívoro, fisiológico, reactivo; su mente está llena de falsos conocimientos, construcciones sociales y culturales, apegos y necesidades económicas, programaciones mediáticas y enseñanzas académicas que lo abocan a la dependencia mental y a la esclavitud laboral; y el espíritu ni siquiera se conoce ni se reconoce a sí mismo, porque se confunde con las falsas creencias, las religiones, y la dependencia de dioses, demonios, santos, héroes, guías, expertos, sabios, monjes, santos, con el alma atada a toda clase de prejuicios, guerras, odios, descalificaciones, donde el miedo y la comodidad se venden al mejor, o a cualquier, postor, y el verdadero espíritu brilla por su ausencia.

      Los númenes y las musas existen, son y están, pero no son seres superiores responsables de la humanidad.

      Claro que es más cómodo pensar que hay seres superiores que lo pueden todo, y que están ahí para destruirnos o para salvarnos, pero esta idea primitiva, dependiente y conveniente para las jerarquías terrestres, no tiene nada en común con el despertar, sino todo lo contrario, es decir, que el creer en seres superiores no es más que un sueño inducido dentro de otro sueño que no ayuda en nada a la humanidad ni a sus componentes individuales, a menos que se dediquen al negocio de las creencias y las religiones, que cobran por mantener al ser completa y perfectamente dormido, a sabiendas de la falsa placidez del sueño.

      Pero no todos los sueños son iguales, y tener sueños e ilusiones no es equivalente a estar “dormido” física, mental y espiritualmente, porque hay sueños lúcidos y creativos, dilucidadores y constructivos, con los cuales se puede nutrir a la mente, descubrir los insondables secretos de la ciencia y de la naturaleza, y crear nuevas realidades sólidas y positivas.

      Sueños lúcidos

      No hay que confundir el estar dormido y tener sueños vanos, e incluso pesadillas, con el soñar de forma despierta y lúcidamente.

      Soñar también es vivir

      Reflexión

      No hace falta ser iluso e irresponsable para soñar, para desear, para buscar, para investigar, para observar el mundo desde otra perspectiva. Lo que hacen los otros, aunque sean una inmensa mayoría, no tiene por qué ser lo único, lo normal,


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