Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
se efectuaría esa diligencia, de acuerdo a las preguntas que adjuntaba. El mismo día, el juez dictó un auto autorizando el examen de testigos, los que debían presentarse los días de trabajo en las mañanas de ocho a once y en tarde de dos a cinco, en las casas del arzobispado90. El cuestionario estaba formado por 23 preguntas que, como se infiere de la solicitud presentada, fueron elaboradas por miembros de la orden entre los que sin duda estuvo Fr. Francisco Messía, el gran impulsor de la causa y el mejor conocedor de la vida del Siervo de Dios. Los cuestionarios en los procesos de beatificación respondían a ciertos parámetros, por lo que había bastante similitud en las preguntas a los testigos de las diferentes causas. Sin embargo, desde el punto de vista formal, podía haber diferencias más o menos importantes, ya sea en cuanto al número de ellas o a su configuración. Por ejemplo, en el caso del proceso de Santa Rosa, las preguntas fueron 32 y el enunciado de la mayoría era bastante extenso, con mucha información. Esto no ocurre con el cuestionario de Urraca, en el cual las preguntas son más bien escuetas y no entran en mayores detalles aclaratorios. En este había cuatro preguntas de corte biográfico, referidas a su origen, padres e ingreso en religión. Varias se referían a los ejercicios devocionales, al cumplimiento de los votos religiosos y a la práctica de las virtudes, distinguiendo algunas, en preguntas separadas, sobre la caridad, la humildad y la fortaleza. Otras tantas aludían al don de profecía que se le atribuía, a la relación con las personas, sobre todo principales, y a lo relacionado con su muerte y con los fenómenos extraordinarios que ocurrieron en ese momento y con posterioridad. Por último había tres que se referían a la devoción que se manifestaba junto a su tumba y a los milagros que por su intercesión se habían producido91.
Desde la Edad Media se consideraba que el número de testigos tenía una gran significación de cara a la beatificación de un sujeto. Mientras más numerosos fueran, mayores eran las posibilidades de que el postulante llegara a ser santo. La cantidad contribuía a darle fuerza y carácter de veracidad a las palabras y hechos que se declaraban. De ese modo, se expresaba que el santo debía serlo primero en su comunidad y sólo después llegaba el reconocimiento oficial por el Papa92. Al parecer no existía un número considerado mínimo de testigos y, por lo mismo, nos encontramos con que había bastante variación al respecto. En el proceso ordinario de Santa Rosa declararon 75 testigos93, en el de Martín de Porres fueron 63 94 y en el del Siervo de Dios hispano-chileno, Fr. Pedro de Bardeci, fallecido en 1700, sólo lo hicieron 39, pero la causa no ha tenido un resultado favorable95. En el proceso ordinario de Urraca declararon 159 testigos, de los cuales 66, es decir, el 41,5 por ciento, pertenecían al clero. La mitad de ellos (33) correspondía a monjas; los religiosos sumaban 27 y seis los seculares. La distribución de los regulares estaba muy desproporcionada a favor de los mercedarios, que aportaron 23 testigos96. Las otras órdenes en cambio, tenían una representación mínima, figurando dos dominicos y uno sólo por los franciscanos y agustinos, respectivamente. En cuanto a las monjas, su distribución tampoco era equilibrada, predominando las del convento de Santa Catalina, con 18 testigos, seguidas por las de Santa Clara con nueve y de la Concepción con seis. En cuanto a los laicos, que constituían la mayoría de los testigos, el predominio se inclinaba ampliamente hacia las mujeres, que sumaban nada menos que 76; en cambio la participación de los hombres, con 17, era muy escuálida97.
Esta información estadística respecto a los testigos resulta significativa en varios aspectos. En primer lugar llama la atención la escasa participación en el proceso de las otras órdenes y congregaciones religiosas. No figura ningún jesuita como testigo y apenas un miembro de cada una de las otras órdenes mendicantes. Es curioso, pues al parecer, a las exequias y rituales efectuados con motivo de la muerte de Urraca asistieron en corporación representaciones de dichas órdenes, como era costumbre que lo hicieran cuando fallecía una persona que había gozado de fama de santidad. Francisco Messía, en su hagiografía y en sus declaraciones como testigo en el proceso, hace mención a ello, aunque a la pasada y sin detalle98. Otros testigos que entregan testimonios detallados de esos acontecimientos nada dicen al respecto, no obstante que sí mencionan la presencia del virrey, de la Real Audiencia y de los cabildos secular y eclesiástico99. ¿Cuál será la razón de la mínima presencia de religiosos de otras órdenes como testigos? ¿La competencia entre las órdenes por imponer sus propios candidatos? En las mismas fechas en que se iniciaba la causa de Urraca, los jesuitas estaban postulando a los padres Francisco Castillo y Juan de Alloza, los dominicos a Martín de Porres y Juan Macías, los franciscanos a Francisco Solano y los agustinos a Diego Ruiz Ortiz y Luis López de Solís; todo ello ocurría, como lo hemos indicado, justo cuando acababa de ser canonizada Rosa de Santa María, que los dominicos consideraban como propia. Con respecto a los testigos que pertenecían a la Órden de la Merced, la mayoría eran religiosos profesos, sin cargos; también había cuatro hermanos legos, cinco padres definidores, un vicario y cuatro padres maestros, uno de los cuales era además el provincial100.
El resto de las cifras de testigos, sin considerar a los compañeros de religión, constituye una buena muestra de la orientación que tuvo la labor apostólica de Urraca. Entre ellos están sus devotos, sus hijos e hijas de confesión y sus discípulos de espiritualidad. Casi todos eran individuos que lo habían conocido personalmente y habían mantenido con él algún vínculo de ese tipo, lo cual era bastante lógico por lo demás, pues sólo habían pasado 14 años desde la muerte del Siervo de Dios101. Figuran bastantes monjas como testigos en la medida que Urraca concentró buena parte de su labor sacerdotal en la confesión y guía espiritual de las religiosas de los tres conventos mencionados, aunque en Lima por ese tiempo ya existían otros102. Y entre aquellos son amplia mayoría las monjas de Santa Catalina porque Urraca tuvo especial predilección por dicho convento, como quedó reflejado en la donación en vida que le hizo de una reliquia de la cruz de Cristo, un lignum crucis. Además, en él se experimentaron unas milagrosas visiones de cruces en el cielo, poco después de la muerte de Urraca, de las que se sacó testimonio para ser presentado en el proceso de beatificación103. Pero fueron las mujeres laicas las que conformaron el grueso de sus hijas de confesión. A ellas era a las que atendía en el confesionario del convento grande y a las que visitaba en sus casas o, cuando ya estaba muy mayor, recibía en casa de una familia a donde le llevaban.
Con respecto a la condición social de los testigos laicos, parece claro que corresponden mayoritariamente a sectores medios y acomodados o incluso a la elite social limeña. Las mujeres modestas que hemos detectado no pasan de cinco y se caracterizan por desempeñarse como sirvientas en casas principales, con las que el Siervo de Dios tuvo estrecho contacto. Del total de testigos mujeres, la gran mayoría pertenecía a hogares de situación social y económica sobre la media. Muchas eran casadas con mercaderes, propietarios de predios rurales, jefes militares, caballeros de órdenes militares y con funcionarios de la administración real. En ciertos casos figuran como testigos varias mujeres de una misma familia; esto ocurre con doña Isabel de Cabello y sus cuatro hijas de apellido Salvatierra: Magdalena, María, Julia y Mayor; y la sirvienta Juana de Solís. Algo similar sucede con doña Andrea Jacoba de Garay, diversas parientes del mismo apellido y la prima política doña Isabel López de Zúñiga. Entre los hombres, varios casados con mujeres que también figuran como testigos, predominaban aquellos que se identificaban con grados militares, aunque además tenían en algunos casos condición nobiliaria y propiedades104. A ellos les siguen profesionales poseedores de grados académicos de licenciado y doctor y que ejercían la abogacía105.
Según los hagiógrafos y algunos testigos, Urraca desarrolló una activa labor social, preocupándose de manera especial por mujeres desamparadas, en peligro de caer en actividades moralmente reprobables para subsistir. Con todo, entre los testigos no aparecen mujeres que hubiesen recibido ese tipo de ayuda por parte de Fr. Pedro, pero sí figura por lo menos una monja que ingresó al convento gracias a él, pues, al morir su padre, la familia se había empobrecido106. En todo caso, como ya lo indicamos, es evidente que los testigos reflejan la relación que tuvo el Siervo de Dios con los sectores medios y acomodados de la sociedad limeña y que, si bien en materia apostólica estuvo abierto y acogió a personas de la más diversa condición, la nómina de testigos nos muestra que Urraca, condicionado por su espiritualidad mística, en parte se centró en la dirección espiritual de religiosas y de personas con un nivel cultural