Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
Santo, comenzando con el poder de leer los corazones o don de clarividencia y el de predecir el futuro o don de profecía210. En suma, considerando todos los cambios que se experimentan en la Baja Edad Media, lo cierto es que en la definición de la santidad la Iglesia pone el acento sobre lo extraordinario, lo antinatural, los comportamientos muy alejados del actuar esperable de un ser humano. Y la hagiografía, si bien deja de ser el relato de una vida como milagro permanente, siempre permanece en el ámbito de lo milagroso 211. Los encargados de llevar adelante los procesos aplican esos puntos de vista y los hagiógrafos recogen tales criterios; sus obras realzan el compromiso de vida del protagonista con esas prácticas y el goce de esos dones, con lo que se va trasmitiendo a los fieles una determinada imagen acerca de cómo debe ser un santo.
Pero si incluso en Europa los Siervos de Dios eran caracterizados en términos muy similares, ¿dónde estuvo el problema que hizo fracasar la postulación de Urraca? Como vimos, la Sagrada Congregación señaló que no se había probado el ejercicio heroico de las virtudes. Estimamos que se llegó a esa conclusión debido a un desencuentro entre las políticas de la Santa Sede sobre la santidad y la manera como los testigos y postuladores representaron al candidato. Si bien desde el siglo XIII la santidad era percibida como una conjunción de virtudes ascéticas y dones gratuitos o milagros, el Pontificado iniciará una política para valorizar el ejercicio de las primeras en detrimento de los carismas 212. En la Época Moderna se comenzará a usar de manera frecuente el concepto de ejercicio heroico de las virtudes y se aplicará jurídicamente en las causas de canonización con Benedicto XIV, en el siglo XVIII, asimilando heroicidad a excelencia de los actos 213. También, cada vez más, al hablarse de virtudes se está pensando en plural. Para algunos teólogos el santo debía ejercitar todas las virtudes y aunque esto no siempre era visto como condición suficiente para la santidad, sí se requería el uso frecuente de algunas que en el siglo XVII fueron muy valoradas, como la pobreza, la obediencia, la humildad y la mansedumbre. Desde el Papado se fue tratando de desarrollar un concepto de santidad cada vez más orientado a destacar su dimensión humana, poniendo énfasis en el esfuerzo de la persona, auxiliada del Espíritu Santo, y quitando valor a los milagros. Se trataba de que los santos fueran menos extraordinarios y más humanos. En palabras de André Vauchez, debían no sólo ser admirables sino también imitables. A fines de la Edad Media, “las concepciones que unían la santidad a la efusión de sangre, a la abundancia de milagros y al buen ejercicio de una alta función en la Iglesia o en la sociedad, no tendrán más derecho a ser citados”214. Con todo, en el campo hagiográfico215 y en la opinión común, continuó predominando la concepción tradicional de santidad. Pero a nivel de la Santa Sede y de algunos teólogos se busca generar el cambio ya indicado, que en el siglo XVII se ve estimulado por las desconfianzas hacia el misticismo y la condenación del quietismo, que estaban asociados a manifestaciones extraordinarias como los éxtasis, levitaciones y visiones216. Ya en el siglo siguiente, en parte como consecuencia de la reacción anti jansenista, el ascetismo extremo es puesto en tela de juicio, con lo que en materia de santidad la tendencia es cada vez más fuerte a cuestionar los excesos penitenciales y a delimitar de manera más precisa el campo de lo milagroso. Culmina esta orientación con la obra de Próspero Lambertini, De Servorum Dei beatificatione, et Beatorum canonizatione, publicada entre 1734 y 1738 y cuyos principios se aplicarán durante su pontificado como Benedicto XIV.
La cruz penitencial de Urraca. IGLESIA DE LA MERCED DE LIMA. Fotografía gentileza del padre Mario Grignani.
Adaptación a los tiempos
Según la Sagrada Congregación, los postuladores de la causa de Urraca no habían probado el ejercicio heroico de sus virtudes. Como expusimos, es muy probable que la elaboración por anónimo autor de la Vita haya sido una respuesta al rechazo que hizo la Congregación en 1807 para tratar de revertirlo en la siguiente de 1816. Como el resultado también fue negativo la causa se paralizó de manera indefinida. Posiblemente una conjunción de factores influyó en el letargo que experimentó el proceso por más de de 130 años. Los trastornos que se generaron como consecuencia del proceso de Emancipación de los pueblos americanos sin duda desempeñaron un papel, pero no para explicar la larga parálisis. Las órdenes religiosas en general experimentaron trastornos internos a raíz de la intervención napoleónica en Europa. Tal vez las autoridades generales de la Orden de la Merced durante el siglo XIX, con poca comunicación con la provincia peruana, consideraron que el rechazo de la Congregación por partida doble tenía un carácter definitivo, aunque en una nota manuscrita de la Congregación Preparatoria de 1816 se dejaba abierta la posibilidad a una posterior postulación217.
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