Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar

Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile - René Millar


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Le decía que no se preocupara, que su pariente estaba con vida y pronto volvería. La documentación es poco explícita en relación a los requerimientos económicos, salvo cuando se trataba de jóvenes que pretendían ingresar a un convento y carecían de dinero para la dote. En esas situaciones Urraca actuaba con diligencia, por lo general pedía a personas adineradas los fondos necesarios, en algunos casos con presiones y amenazas, que según los testigos, por lo menos en una oportunidad se cumplieron con un avaro comerciante que se había negado a contribuir 169. Los pobres de solemnidad al parecer también se acercaban a Fr. Pedro, quien, cuando tenía dinero les repartía limosnas (con autorización de sus prelados, según hacen presente los testigos) y pan que obtenía de sus devotas. En el otro extremo, tampoco faltaban personas importantes que recurrían a él para que intercediera y rogara a Dios por la obtención de un cargo o por el resultado de unas oposiciones a cátedra170. Se menciona el caso de otra persona que postula a una cátedra y que, no obstante el haberse encomendado a Fr. Pedro, no obtuvo la plaza; pues bien, volvió a ir donde él, quien lo consoló y le dijo que más adelante la sacaría, como efectivamente habría ocurrido171. Un oidor de la Audiencia, desplazado de su empleo por no respetar las disposiciones reales sobre matrimonio, fue uno de los que recurrió al poder intercesor de Fr. Pedro, obteniendo buenos resultados, pues fue reincorporado con una mejor plaza en otra Audiencia172. Asuntos menores de la cotidianeidad, como era la pérdida o robo de dinero y joyas, igualmente llegaban a Urraca, quien merced a sus dones sobrenaturales encontraba los objetos perdidos, a pesar de que estuvieran cubiertos por la tierra. Esta cualidad también se encuentra en los santos europeos de la época.

      La otra gran materia que convocaba a los fieles ante Urraca, fue la relacionada con sus dones taumatúrgicos, que por lo demás estaban asociados de manera preferente, aunque no exclusiva, a la santidad masculina173. Fueron numerosos los testigos que declararon haber sido sanados por el Siervo de Dios. Recorriendo las testificaciones queda la impresión que Urraca curaba sólo cierto tipo de males, lo cual era un fenómeno común en la santidad barroca; se daba una suerte de especialización. Los testimonios de los procesos indican que Fr. Pedro sanaba dolores de cabeza, fiebres variadas, tumores o abscesos en diferentes partes del cuerpo, inflamaciones y dolores de garganta y estomacales y, ocasionalmente, traumatismos producto de accidentes. Esto último ocurrió con dos personas de la familia de Ana de Zárate, una de ellas su hija de cuatro años, que, como ya indicamos, cayó del carruaje y fue atropellada. Creyéndola en estado agónico recurrieron a Urraca, quien con sus oraciones habría logrado su recuperación. Aquí vemos una de las formas como el Siervo de Dios contribuía a la sanación: de manera indirecta, a través de la oración, intercedía por el enfermo ante Dios y la Virgen; pero también lo hacía en forma más directa, con imposición de manos en la zona afectada o con saliva, o en otros casos, colocando una cruz o una imagen de la Virgen sobre el enfermo. Después de muerto Urraca, se generalizó la utilización de las pequeñas cruces que había repartido y de reliquias varias, incluidas estampas con su imagen que circulaban entre sus devotos. Sallmann ha sostenido para el caso europeo de la Época Moderna, que, con posterioridad a la muerte de un santo, las sanaciones eran del mismo tipo de las que este hacía en vida y que nunca se iba a producir una curación de un mal no sanado antes174. Este fenómeno parece comprobarse también en Urraca, pues las declaraciones de los testigos mencionan para la etapa posterior a su muerte el mismo tipo de enfermedades sanadas en vida175.

      El reparto de pequeñas cruces entre sus devotos está vinculado al afán que mostró Urraca por fomentar la devoción a este símbolo de la pasión de Cristo. Inspirándose en San Pedro Nolasco tratará de difundir entre los fieles la veneración por la cruz, con el fin de que se comprendiera el significado del sacrificio que hizo Cristo por los hombres. El Siervo de Dios emprendió esta campaña luego de experimentar una visión al respecto, que asoció a la conveniencia de darle un mejor destino a un lignum crucis que poseía. Este tipo de reliquia, supuesto trozo de la verdadera cruz de Cristo, era muy común en la época y en el mundo católico circulaban numerosos fragmentos conocidos con esa denominación latina. Urraca decidió donar su reliquia al convento de monjas de Santa Catalina. A partir de este hecho y de la visión señalada decidió mandar a elaborar pequeñas cruces para repartir entre sus conocidos. Al entregarle una a Joaquina Bazán, el Siervo de Dios le habría sintetizado los beneficios que le reportaría y la forma como debía proceder para obtener los resultados esperados. Según dicha testigo le habría dicho: “Hija observa, que tienes una gran reliquia, estímala mucho, y cuando te encuentres ante cualquier necesidad, repetirás tres veces el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria Patri por quienes están navegando, por quienes están en pecado mortal y por las ánimas del Purgatorio y luego la pondrás en la parte del dolor” 176.

      Las personas iban donde Urraca al ver que la medicina no surtía efecto, aunque a veces recurrían en forma simultánea al médico y a él, para que rezara por el enfermo. Esto aconteció con el sacerdote Pedro de la Cruz, quien sintiéndose muy enfermo, con intensos dolores en el costado, llamó a dos cirujanos, quienes le diagnosticaron un apostema desarrollado junto al vaso, muy grave y difícil de abrir. Entre otras alternativas que al enfermo se le vinieron a la memoria, decidió encomendarse a Urraca y trató de obtener una estampa suya, la que finalmente consiguió, junto con un pequeño vaso en que le daban de beber. Invocando su intercesión bebió de él y pocas horas después expulsó toda la secreción del absceso, mejorando con rapidez hasta sanar del todo177. En ciertas ocasiones, a pesar de las peticiones para curar a algún enfermo, no intervenía con lo que la familia comprendía que la situación era irremediable178. Pero sí se preocupaba de tranquilizar espiritualmente al enfermo, comentando que era la salud del alma la que debía cuidarse y que había que conformarse con la voluntad de Dios179. A veces, al ser consultado sobre si la persona se salvaría, él respondía abiertamente que ya estaba en el cielo o que se iba a ir al cielo, pero al parecer lo decía de tal manera que terminaba reconfortando a los deudos. Así, a un padre que fue a pedirle que intercediera por la salud de su hijo, que estaba grave, le dijo que no se afligiera, que el niño ya estaba en el cielo y que Dios le daría muchos otros hijos180. En esta especialización sanadora de nuestro personaje, resalta su ayuda a las parturientas181. Aquí no actúa directamente, sino que lo hace a través de la oración y tranquilizando a la mujer y a la familia, a quienes dice que todo saldrá bien. Son numerosas las mujeres que cuando se acercaba el parto, especialmente si se suponía con complicaciones, iban a encomendarse a Urraca y pedirle que intercediera ante el Señor para un feliz alumbramiento. Su fama en esta materia llegó a tanto que una silla que usaba el religioso cuando estaba de visita en casa de doña Ana de Zárate, era solicitada por las parturientas para dar a luz en ella, pues el objeto les aseguraría que todo saldría bien182. En la medida que las actuaciones de Fr. Pedro en el campo terapéutico resultaban positivas para las personas afectadas, su fama de santidad se fortalecía. Por ejemplo, el sacerdote Dr. Francisco Ignacio de la Daga, visitador general del arzobispado, al declarar destaca que era un gran admirador de Urraca, de quien estaba muy agradecido porque gracias a su intercesión se curó de graves enfermedades183. Una manera de retribuirle era dando testimonio y aportando dinero para la tramitación de la causa en Roma.

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      La Virgen de la Merced con San Pedro Nolasco y Ramón Nonato. ANÓNIMO CUZQUEÑO. EN TERESA GISBERT, El Paraíso de los Pájaros Parlantes.

      Como vemos, Fr. Pedro era para la comunidad un factor estabilizador, al mitigar la angustia de las personas producto de las más variadas circunstancias de la vida. Por lo mismo no resulta extraño que los testigos también refirieran el encuentro con dos suicidas a los que logró hacer desistir de su intento. Con respecto a ellos actuó de “oficio”, es decir, sin que los involucrados solicitaran su intervención. Él, merced a sus dones sobrenaturales, supo lo que pretendían, los interpeló y los convenció de abandonar sus planes y de vivir en paz con Dios184. Tranquilidad y consuelo era lo que entregaba el Siervo de Dios a sus devotos y en este aspecto su intervención traspasaba la vida terrenal para incursionar en el Más Allá. A los afligidos que por voluntad divina habían perdido un ser querido, Urraca los consolaba diciendo que los había visto entrando al Cielo o junto a Dios185.


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