Teoría del conocimiento. Juan Fernando Sellés Dauder
de entre los sentidos externos el tacto, el gusto y el olfato, siendo el oído y la vista superiores. En los sentidos internos se puede distinguir entre el inferior, el sensorio común o percepción sensible, y los superiores, la imaginación, la memoria y la cogitativa (se tratará de ellos más adelante).
Por su parte, en el nivel racional también cabe distinguir según superioridad e inferioridad las diversas vías operativas de esta potencia; por ejemplo, entre razón teórica, que es superior, y razón práctica, que es inferior.
2. La ampliación de los dos niveles noéticos clásicos
El ser humano, sin duda, conoce de un modo sensible y otro racional que es irreductible al primero. Pero el conocer humano no se reduce a los dos planos mencionados.
Ninguna persona humana se reduce a su razón y eso lo sabe de modo obvio. Pues bien, ese saber no es racional, sino superior, pues ¿cómo va a ser racional un conocer que se da cuenta de que él no es la razón, que es superior a la razón, y que además sabe cómo es la razón?
Los niveles superiores al conocimiento racional se pueden detectar en la propia vida de un modo experiencial. Es un conocimiento que se refiere al conocer personal e íntimo, que mira a la propia interioridad.
El planteamiento puede resultar novedoso en la medida en que se deja de lado el conocimiento de lo más alto del ser humano, a saber, la persona.
Expliquemos un poco más estos distintos niveles cognoscitivos humanos, y para ello, veamos dos argumentos para advertir los niveles cognoscitivos humanos superiores a la razón.
a) Primer argumento
Darse cuenta de que disponemos de razón, es decir, que tememos en nuestras manos o bajo nuestra disposición esa facultad (potencia, aptitud, capacidad, etc.) no es conocimiento racional alguno, pues es un conocer que está mirando a la razón entera –por así decir– desde arriba de su propio tejado o límite.
En efecto, saber que disponemos de razón, saber si está más o menos desarrollada en un área temática o en otra, saber que la podemos desarrollar en una vertiente u otra, o no desarrollarla, no es un conocer interno a la razón, sino un conocer que mira en directo y de modo global a la razón. A este conocer –siguiendo la advertencia de los pensadores medievales al respecto– se puede denominar intelectual, porque no es discursivo o argumentativo, sino inmediato, directo, experiencial, intuitivo y, como se puede apreciar, superior al conocer de la razón, porque la conoce globalmente y da cuenta de su estado y de cada una de sus vertientes sin dificultad.
b) Segundo argumento
La razón no es persona, no es ningún quien (como tampoco lo son la voluntad, la imaginación, la vista, o cualquier otra facultad). No es la persona, sino de la persona. Desde luego, ser persona es superior a no serlo.
Por tanto, darnos cuenta de que somos personas no puede ser un conocer racional, sino otro de índole superior, íntimo, al que se puede llamar ‘personal’. Con esto se quiere decir que la persona solo se puede conocer ‘personalmente’, es decir, a su nivel, no con un nivel cognoscitivo inferior.
A la pregunta ¿quién soy? no responde ninguna disciplina que se ejerce con la razón humana. Las disciplinas racionales son necesarias y tienen una validez universal, lo cual implica que sus verdades las puede descubrir todo hombre; por tanto, que –como la razón– tales saberes son comunes a la humanidad.
En cambio, no hay dos personas iguales, y el sentido de una en modo alguno es común al de otra. Si conociésemos a una persona por la razón perderíamos lo más valioso de ella, su novedad personal. Como una persona es superior a su razón y ella se puede conocer en buena medida a sí misma, tal conocer no es el racional, sino superior e irreductible a él.
Con los sentidos, por ejemplo, podemos conocer asuntos que pertenecen o que son de la persona (la corporeidad, sus componentes biológicos, sus movimientos, acciones, manifestaciones, etc.), y asimismo podemos notar que muchas de esas cualidades conocidas son comunes a las que realizan otros hombres, mientras que otras notas son matices peculiares de tal persona. Asimismo, mediante la razón podemos conocer que la persona tiene tales o cuales opiniones que son comunes a otros hombres, y que posee alguna otra que es muy propia suya, o también, que dispone de un conocer en tal ciencia u oficio común a sus colegas, con distinciones peculiares que son suyas propias.
Por los sentidos y por la razón no alcanzamos a conocer la novedad irrepetible e irreductible que es cada persona, esto es, el sentido personal de cada quién. En suma, por tales niveles noéticos no podemos saber quién es una persona, o por mejor decir, quién es cada persona.
3. Los niveles noéticos intelectual y personal
A los dos niveles usualmente considerados en teoría del conocimiento –sensible y racional– es pertinente añadir otros dos niveles superiores: el intelectual y el personal. Como se verá, ambos tipos de conocimiento –como también los sentidos y la razón– admiten muchos grados, que tendremos oportunidad de describir sencilla y brevemente.
Se puede objetar que tanto el conocer que alcanza a la persona como el sentido de la persona humana no son filosofía, y que tampoco lo son los otros conoceres que aquí se llaman ‘intelectuales’, porque lo propio de la filosofía es el conocimiento ‘objetivo’, riguroso, necesario, mientras que estos conoceres parecen más ‘subjetivos’, dependientes de la libertad personal humana.
¿Entonces, qué tipo de conocimientos son esos?, ¿son conocer o no son conocer?, ¿son inferiores por el ‘método’ y el ‘tema’ conocidos a los conocimientos racionales o son superiores a ellos?, ¿son superiores a los otros conocimientos o no, por ejemplo, a los que estudian la realidad física, a los que estudian la lógica?, ¿son superiores a los demás saberes humanísticos o no?
Si se examina la cuestión atentamente, hay que responder que tales conoceres son, obviamente, conocer y, además, que tales saberes están en manos de cualquier hombre; por tanto, que son naturales. Y si se es riguroso en tales conoceres, estos se podrán encuadrar dentro de la filosofía, más aún, dentro de las disciplinas superiores de esta.
De no admitir tales niveles cognoscitivos, las aporías filosóficas se multiplican, se tornan insolubles y se incurre en la perplejidad.
• Primera dificultad
Puede que alguien no acepte que el conocimiento intelectual y el personal sean distintos y superiores al racional. Quien defienda esa hipótesis se verá forzado a incluirlos dentro de la razón, como vertientes o dimensiones suyas. Esto origina algunas dificultades. Una de ellas ya la vislumbró Aristóteles, a saber, si la inteligencia o razón es nativamente pura potencia (‘tabula rasa’), o se admite un conocer en acto que sea previo y superior a ella (noción aristotélica de intelecto agente) y que sea susceptible de activar a la inteligencia, o no hay modo alguno de activar mediante lo sensible una potencia que de suyo es inmaterial.
• Segunda dificultad
Tras caer en la cuenta de la precedente aporía, tal vez se responda con una solución materialista, a saber, que la inteligencia no es inmaterial, sino que su soporte orgánico es el cerebro, y que se activa por la experiencia sensible, por el contacto con el mundo. Pero este remedio es todavía peor que la enfermedad, porque choca con demasiadas verdades manifiestas en teoría del conocimiento.
Por ejemplo, ¿cómo identificar las ideas, que son universales, con asuntos biológicos, neuronales, que son particulares?, ¿cómo explicar que, teniendo límite todo conocer biológico, la inteligencia carezca de él?, ¿cómo aclarar que nada de lo biológico niega, mientras que la inteligencia sí lo hace?, ¿cómo dar cuenta de que lo biológico no es autorreferente, mientras que la inteligencia conoce algo de sí misma, por ejemplo, sabe que piensa, es decir, conoce sus actos?, ¿por qué lo inerte (un computador) y lo biológico (los animales) carecen de conciencia superior?
Las dificultades tienen solución en teoría del conocimiento. Su solución es precisamente el conocer humano. El conocer humano nunca se equivoca. Quien se equivoca es el sujeto que dice o quiere que el conocer sea de otra manera a como es. Por eso, desde el conocer hay que dar cuenta –también someramente–