El violín de Sherlock Holmes. J. Leyva

El violín de Sherlock Holmes - J. Leyva


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odiosa. De ahí que la furgoneta de ayuda humanitaria compita con la megafonía —y esta con la pantalla gigante— impartiendo alimentos inverosímiles, cínicas admoniciones y avisos represores, en tanto la fauna líquida de transeúntes, mendigos, huérfanos, exiliados y migrantes abona ese caudal que nadie quiere embalsar en casa. La lupa del enmascarado detective escruta lo que se mueve, cuece y palpita con la minuciosa precisión de un microscopio Stradivarius.

logoequili El violín de Sherlock Holmes

      © 2020, J.Leyva

       © 2020 , La Equilibrista

       [email protected]

       www.laequilibrista.es

      

       Primera edición: 2020

       Maquetación: La Equilibrista

       Imprime: Ulzama Digital

      ISBN: 9788418212185

      ISBN Ebook: 9788418212192

      Depósito legal: T 429-2020

       Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.

      A mis imprescindibles Federico, Pablo y Vane

      Alma, bienvenida a la vida

      

      Prometo no leer más a autores que dejen entrever su intención de escribir un libro; en lo sucesivo leeré solo a aquellos autores cuyas ideas formen impensadamente un libro.

      Friedrich Nietzsche,

      El caminante y su sombra, 1879

      De siempre sostuve que tras Leyva, Beckett, Kantor… ya era inútil intentar plasmar de otra manera la condición humana. Si insistes en coger la pluma ya es para darle gusto a la industria, o para hacerlo a escondidas, a espaldas de Leitmotiv,

      Fin de partida, La clase muerta…

      j daimiel, escritor, filólogo.

      Al final lo he sabido: es un mago. Leyva es un mago de la palabra escrita. Y después de leer estas páginas, y releerlas, y saborearlas, y gozarlas, y hacerme un verdadero lío con ellas, y desentrañarlas a mi manera, he redescubierto a un escritor que se recrea cada vez que termina un libro.

      Víctor Claudín, crítico, escritor.

      

      Rubén dice que nunca responde a este nombre, odia la decadencia, el il-ne-va-plus de los crupieres, el dies-iraæ de los responsos, el quorum de los consensos —queda claro lo que de él cabe esperar.

      Simeón dice que donde termina la fuga empieza a cantar la muda, el prodigio rejuvenece el diapasón averiado.

      Leví dice que prefiere los andurriales a la apestosa selva de rascacielos habitada por juiciosos cadáveres adictos a los tranquilizantes.

      Judá dice que su papi le daba palizas de muerte hasta verlo resucitado, la procesión con los restos mortales se convertía en enojosa caminata de ida y vuelta del vertedero al crematorio.

      Dan dice que dice lo que no quiere decir porque las palabras no le responden, prefiere el lenguaje de los sordomudos al verbigracia de los muertos.

      Neftalí dice que camina a gatas porque los pies le pesan demasiado, uno de los dos además está un poco dolido —sufre lo que aún no está escrito.

      Gar dice que las ruedas cuadradas dan otra perspectiva al viaje, lo hacen menos escéptico, casi transgresivo.

      Aser dice que en vista del tejemaneje labrador de los piojos nada le impide criar champiñones en la caja torácica.

      Isacar dice que a más calidad de vida mayor número de muertos vivientes.

      Zabulón dice que el vigilante jurado no para de menear la cabeza, a saber si no está pensando en pedir refuerzos.

      Dina dice que si tiene hambre se muerde el labio inferior hasta engullirlo —el problema es la turbulenta sangría de lava que mana.

      José dice que busca una pista que lo lleve donde se supone que debe llegar tarde o temprano, seguro que es una trampa, un malentendido, la telaraña jadeante de un túnel baboso.

      Benjamín dice que no le sorprendería que la barbarie terrorista acabe debajo de la alfombra, así terminan los trapos sucios después de lavar la cara a la Historia.

      Esfinges descabezadas por todas partes (astronautas de cera, trozos de delfines, caparazones de tortuga, monos disecados, huesos milenarios), despanzurrados autobuses empotrados en las vitrinas —los neumáticos son rodajas de merluza congeladas, anillos de gelatina los faros de invierno.

      El resorte oxidado de los cierres metálicos rechina acordes patibularios, música de dentaduras apareándose ramplonas, malversación desafinada el melancólico arpegio.

      La megafonía difunde el mensaje mañanero —el uso desmedido de la solidaridad no debe causar daños colaterales, un contingente de ahorcados es pésimo icono de cara al turismo.

      Ahí viene el comprador compulsivo cargado de libros de segunda mano —¡paso libre a la polvareda, que nadie tire a dar al individuo! El recaudador de mendrugos da traspiés de hombre-orquesta, no sabe si reír o llorar abrazado al trozo de suculenta empanada rescatado de un zapato pieldesapo. Pasa el todoterreno cargado de monederos, sonajas, bandejas de pollo frito, medios sándwiches de yogur y pepino —la población pasiva se abastece con cínica apatía, nada defrauda más que el ágape equivocado. Algarada de enfermos con descomunales flemones necesitados de sidecar para trasladarlos, tumores como cerdos cebados, virus galopantes por abusos narcolácteos. Asistentes sociales recién diplomados se entrenan con alumnos del colegio de huérfanos —clama al cielo el capullo cerebral de los chicos hinchado, reblandecidas barrigas derramadas en el asfalto. Hortalizas manufacturadas con billetes de curso legal pegados con engrudo, naturalezas medio muertas con apoltronados gusanos, tristes desnudos con la pierna panzarriba —el mural preside un palacio de congresos desaprovechado por carecer de foso. Reparto de sardinas plastificadas, monederos, sonajas, fiambreras de alubias pintas, flan a las finas hierbas, libros de mediopelo, huesos de jamón aún potables, tiras de salami con caracoles excomulgados. Se avistan telesillas invasoras transportando manadas de pobres diablos desalojadas del santuario, secta de canecos asociada al rescoldo de la sopa boba con picatostes al vino. La emboscada da por resultado que el hígado cambie de dueño mientras el donante despierta en otro continente mirando libros en una biblioteca. Insumisos párvulos se desprenden de mochilas repletas de cuadernos, lápices, salchichas, borradores, monigotes, avioncitos, sacapuntas, cuentos de hada obscenos, citas secretas con el monitor de gimnasia. Corredores de la maratón para enfermos terminales adelantan la línea de meta a pocos pasos de la salida, es de rigor que el ganador copule con la organizadora que otorga la medalla.

      Rubén dice que nadie está a salvo de los sobresaltos que comporta la vida, la eutrapelia uno de ellos.

      Simeón dice que hay que dar de comer a las ratas, lo contrario es crueldad extrema en una civilización avanzada.

      Leví dice que su hija de cuatro años le ha prohibido hacerlo


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